Henri J. M. Nouwen

Meditaciones diarias para la vida espiri


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en soledad sí podemos prestar atención a nuestro yo interior. Esto no tiene nada que ver con el egocentrismo o la malsana introspección, porque, en palabras de [Rainer Maria] Rilke: «Cuanto acontezca en lo más íntimo de su ser será siempre merecedor de todo su amor» 2. En soledad podemos estar presentes para nosotros mismos... Y allí podemos también estar presentes para otros, abriéndonos a ellos, no ávidos de atención y afecto, sino ofreciéndonos para ayudar a construir una comunidad de amor. La soledad no nos aleja de los demás seres humanos; al contrario, hace posible una verdadera fraternidad.

      Abriéndonos

      11 DE FEBRERO

      Una nueva forma de ser humanos

      El amor de Dios es un amor incondicional, y solo ese amor puede hacernos capaces de vivir juntos sin violencia. Saber que Dios nos ama profundamente y que siempre seguirá amándonos, sin importar quiénes seamos y qué hagamos, nos permite no esperar de los otros seres humanos más de lo que pueden ofrecernos, perdonarles generosamente cuando nos han ofendido y responder siempre con amor a su hostilidad. De este modo hacemos visible una nueva forma de ser humanos y una nueva forma de responder a nuestros problemas del mundo.

      Cómo vivir una vida espiritual en un mundo material

      12 DE FEBRERO

      Proclama tu verdad

      Resulta esencial que comprendas perfectamente que tu valía y tu valor no dependen de nadie más. Tienes que proclamar tu propia verdad interior. Eres una persona digna de ser amada y llamada a ofrecer amor, no porque nadie lo diga..., sino porque has sido creado por amor y vives en el abrazo de Dios, que no dudó en enviar a su único Hijo a morir por nosotros... Que seas bueno y digno de amor no depende de ningún ser humano. Tienes que seguir repitiéndote a ti mismo: «Soy amado por un amor incondicional e infinito, y ese amor me permite ser una persona libre, centro de mis propias acciones y decisiones». Cuanto mejor comprendas esto, más capaz serás de perdonar a quienes te hayan ofendido y de amarlos en su quebrantamiento. Sin un profundo sentimiento de respeto a ti mismo no puedes perdonar y siempre sentirás odio, resentimiento y venganza. El más grande acto humano es el perdón: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». El perdón está en el centro del amor que Dios nos tiene y también en el centro del amor que nos tenemos unos a otros. Amar a alguien significa perdonarse una y otra vez.

      Love, Henri (Con cariño, Henri)

      13 DE FEBRERO

      Hacer visible el amor incondicional de Dios

      Siempre que, contrariamente al espíritu de venganza del mundo, amamos a nuestro enemigo, mostramos parte del perfecto amor de Dios, cuyo deseo es reunir a todos los seres humanos como hijos de un mismo Padre. Siempre que perdonamos en vez de enfadarnos unos con otros, bendecimos en lugar de maldecirnos, curamos las heridas de los demás en lugar de echar sal en ellas, animamos en lugar de descorazonar, damos esperanza en lugar de empujar a la desesperanza, abrazamos en lugar de acosar, acogemos en lugar de mostrar frialdad, damos gracias en lugar de criticar, alabamos en lugar de difamar... en resumen, siempre que optamos por el otro en lugar de ir en su contra, hacemos visible el amor incondicional de Dios; disminuimos la violencia y hacemos surgir una nueva comunidad.

      Cómo vivir una vida espiritual en un mundo material

      14 DE FEBRERO

      Lleva una vida de amor

      Conocerse a sí mismo y amarse a sí mismo es el fruto de conocer y amar a Dios. Así puedes entender mejor la intención del gran mandamiento: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, y amarás a tu prójimo como a ti mismo». Dejar nuestros corazones totalmente abiertos a Dios nos lleva a amarnos a nosotros mismos de una manera que nos permite ofrecer un amor incondicional a los demás seres humanos. Dentro de nuestro corazón aprendemos a conocer la presencia oculta de Dios; y con ese conocimiento espiritual podemos llevar una vida de amor.

      Cómo vivir una vida espiritual en un mundo material

      15 DE FEBRERO

      Entra en la casa del amor

      Cuando entramos en la casa de Dios, nos percatamos de que la fragmentación de la humanidad y su agonía crecen a partir de las falsas suposiciones de que todos los seres humanos han de luchar por su derecho a ser valorados y queridos. En la casa del amor de Dios comenzamos a ver con nuevos ojos y a escuchar con oídos nuevos, y de este modo nos damos cuenta de que todas las personas, sea cual sea su raza, su religión, su sexo, su riqueza, su inteligencia y su origen, pertenecen a la misma casa. La casa de Dios no tiene muros de separación ni puertas cerradas. «Yo soy la puerta –dice Jesús–, quien entre por mí se salvará» (Jn 10,9). Cuanto más completamente entremos en la casa del amor, más claramente comprenderemos que estamos juntos con toda la humanidad y que en Cristo y por Cristo somos hermanos y hermanas, miembros de una misma familia.

      Signos de vida

      16 DE FEBRERO

      La verdadera voz del amor

      El miedo es el mayor enemigo de la intimidad. El miedo nos hace huir unos de otros o aferrarnos unos a otros, pero no crea verdadera intimidad. Cuando Jesús fue arrestado en el huerto de Getsemaní, los discípulos se vieron dominados por el miedo y «todos lo abandonaron y huyeron» (Mt 26,56). El miedo nos hace apartarnos unos de otros y mantener una distancia «segura» o movernos unos hacia otros hasta una cercanía «segura», pero no crea el espacio donde pueda existir la verdadera intimidad.

      A quienes están torturados por un temor interior o exterior, y a quienes buscan desesperadamente la casa del amor, donde puedan encontrar la intimidad que su corazón desea, Jesús les dice: «Tenéis un hogar... Yo soy vuestro hogar... llamadme vuestro hogar... comprenderéis que es el lugar íntimo donde yo he encontrado mi hogar... está justo donde estáis vosotros... en vuestro más recóndito ser... en vuestro corazón». Cuanta mayor atención prestemos a estas palabras, más nos percataremos de que no tenemos que ir muy lejos para encontrar lo que estamos buscando. La tragedia es que estamos tan dominados por el miedo que no confiamos en nuestro ser más íntimo como un lugar íntimo, sino que vagamos nerviosamente de un lado a otro esperando encontrarlo donde no estamos. Tratamos de encontrar ese lugar íntimo en el conocimiento, en la competencia, la fama, el éxito, los amigos, las sensaciones, el placer, los sueños, o en estados de conciencia inducidos artificialmente. Y así nos convertimos en extraños para nosotros mismos, personas que tienen una dirección postal, pero que no están nunca en casa y que, por eso, no pueden escuchar la verdadera voz del amor.

      Signos de vida

      17 DE FEBRERO

      Haz espacio para el extranjero

      En nuestro mundo lleno de extranjeros, alienados de su propio pasado, cultura y país, de sus vecinos, sus amigos y familiares, de su más profundo yo y de su Dios, somos testigos de su dolorosa búsqueda de un lugar acogedor donde vivir sin miedo y encontrar una comunidad. Aunque muchos, e incluso podríamos decir la mayoría, de los extranjeros de este mundo se convierten con frecuencia en víctimas de una temible hostilidad, los hombres y mujeres pueden, y los cristianos deben, ofrecer un espacio abierto y acogedor donde los extranjeros puedan despojarse de su condición de extraños y convertirse en nuestros prójimos humanos. Pasar de la hostilidad a la hospitalidad es duro y entraña muchas dificultades. Nuestra sociedad parece estar cada vez más llena de gente con miedo, recelosa, agresiva, que se aferra con ansiedad a sus propiedades y tiende a observar el mundo que la rodea con desconfianza, temiendo siempre que aparezca de pronto un enemigo, un intruso, y le haga daño. Y, aun así, esa es nuestra vocación: convertir al hostis en un hospes, al enemigo en un invitado, y crear el espacio libre y sin miedo donde la hermandad de hombres y mujeres pueda construirse y experimentarse plenamente.

      Abriéndonos

      18 DE FEBRERO

      Hospitalidad

      La hospitalidad significa, en primer lugar, la creación de un espacio libre