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E-Pack Se anuncia un romance abril 2021


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Ángeles con mi hijo. Hemos acordado que nos divorciaremos cuando el bebé tenga un año.

      –Piensa en ello, Renee. No vas a encontrar un lugar más barato que éste. Es un buen sitio para trabajar. Está cerca de los restaurantes y tiendas, por lo que será muy fácil encontrar clientes.

      No sólo tenía razón, sino que estaba pintando una imagen casi irresistible.

      Ella quería negarse, pero era una locura vivir en San Francisco sin otra ocupación que esperar a que Flynn volviera del trabajo. Ya había probado esa clase de vida y no quería repetirla, ni siquiera por un hijo. No podía depender económicamente de Flynn.

      Necesitaba trabajar, y además tenía que hacerlo por su cuenta. Si trabajaba para otra empresa de catering no dispondría de libertad para ayudar a Tamara en Los Ángeles cuando fuera necesario. Por no mencionar que supondría un conflicto de intereses… Nadie se arriesgaría a contratarla si tenía su propia empresa, por temor a que pudiera robarles sus recetas.

      Por desgracia, la opción que le ofrecía Flynn era la mejor y la peor de todas las posibles. Abrir una sucursal de California Girl’s Catering en su bonita casa victoriana era la única manera de introducirse en el mercado de San Francisco con una mínima posibilidad de éxito.

      Pero ¿de verdad quería comer, dormir y trabajar a la sombra de Flynn? ¿Sería capaz de soportar tanta presión? La última vez que lo intentó, el estrés acabó agotándola física y emocionalmente.

      Si quería preservar su cordura, la solución de Flynn tendría que ser temporal. Si su negocio prosperaba en San Francisco, buscaría otro local en cuanto se lo permitieran los ingresos. De esa manera estaría cerca de Flynn para que éste pudiera ver a su hijo, sin que pareciese que ella quisiera perderlo de vista.

      «Puedes hacerlo. Eres fuerte. Tú no bebes ni te derrumbas porque el mundo esté en tu contra. Tu hijo o tu hija sabrá que lo quieres desde el primer día, que no es un error que le harás pagar el resto de su vida. Tú no eres como tu madre».

      Miró la información que Flynn había extendido sobre la mesa y luego lo miró a él.

      –No es que no confíe en la búsqueda que has hecho, pero si algo he aprendido, es a hacer las cosas por mí misma. Echaré un vistazo por ahí y te daré una respuesta.

      Flynn no le había mentido.

      El domingo por la mañana, con una taza de café en la mano y el peso de un funesto presagio en los hombros, Renee observaba el sótano vacío e inacabado. En la mesa de trabajo estaban los planos de Flynn.

      Renee se había pasado todo el día anterior visitando casas con un agente inmobiliario, y sólo le había servido para corroborar las conclusiones de Flynn. Los precios estaban muy por encima de sus posibilidades, a no ser que se endeudara hasta las cejas o alquilara un local en algún barrio sórdido y apartado donde sería una locura internarse ella sola por la noche.

      Su carácter austero se lo debía a su abuela, quien después de haber ganado una fortuna con la venta de su receta secreta de galletas de avena a una multinacional, había seguido trabajando en su restaurante. El único exceso que se permitió fue la casa, guardando el resto del dinero para que Renee pudiera montar su negocio.

      Los escalones crujieron detrás de ella. Se giró y vio las largas y desnudas piernas de Flynn descendiendo por la escalera. Los pantalones cortos mostraban unas pantorrillas musculosas y unos muslos perfectamente contorneados, y la camiseta sin mangas revelaba unos brazos y hombros igualmente poderosos. El deseo brotó en su interior como una chispa que amenazaba con propagarse imparablemente.

      Él la recorrió con la mirada, y ella se sintió repentinamente cohibida por sus vaqueros viejos, la camiseta de punto de manga larga y los pies descalzos.

      –Buenos días, Renee.

      –Buenos días. ¿Sigues corriendo por las mañanas?

      –Llueva o nieve –respondió él–. ¿Quieres acompañarme?

      –Ya sabes la respuesta –replicó ella con una sonrisa.

      Él siempre se lo preguntaba, y ella siempre se negaba. A Renee le gustaba tanto correr como cortarse con un cuchillo de carne, pero la invitación era una broma recurrente entre ellos, y resultaba inquietante con qué facilidad recuperaban las familiaridades.

      Flynn se dio un golpecito en la cadera.

      –Me llevo el móvil, por si me necesitas para algo. Te he dejado el número en la mesa del despacho –señaló los planos con la cabeza–. ¿Has tomado una decisión?

      Ella respiró hondo y bebió un sorbo de café, intentando retrasar lo inevitable hasta que le viniera alguna inspiración divina.

      –Tienes razón… El sótano es la mejor opción.

      Flynn asintió con un brillo de satisfacción en los ojos.

      –Hoy mismo llamaré a un contratista de confianza, y mañana por la tarde iremos a ver muebles y azulejos.

      –¿No trabajas los lunes?

      –Me tomaré la tarde libre. Ven a la oficina después de comer y saldremos de allí directamente.

      Renee se sorprendió. Flynn nunca se había tomado una tarde libre en su trabajo, ni le había gustado que ella lo interrumpiera en la oficina o se presentara sin avisar. La madre de Flynn se valía de aquella circunstancia para lanzar sus mordaces comentarios sobre la posibilidad de que su hijo tuviera otras compañías «más apropiadas».

      –Mira detenidamente los planos mientras estoy fuera, por si quieres introducir algunos cambios.

      –Tus bocetos son tan geniales como siempre –le aseguró ella. Flynn tenía tanto talento para el diseño que las grandes empresas habían intentado reclutarlo incluso antes de que acabara los estudios.

      Él frunció el ceño.

      –Tendré que pedirle a un arquitecto de mi antigua empresa que refrende los planos.

      –Hazlo –lo animó ella. Tal vez si hablaba con sus viejos colegas se replanteara lo mucho que le gustaba la arquitectura.

      Flynn cruzó el sótano y abrió la puerta de la calle, dejando entrar un soplo de brisa.

      –Enseguida vuelvo.

      La puerta se cerró tras él y Renee quedó envuelta en el silencio… un recuerdo de los días y noches solitarios que había pasado en aquella casa mientras Flynn estaba trabajando. Estaba convencida de que su matrimonio se habría salvado si Flynn hubiera seguido dedicándose a la arquitectura, en vez de convertirse en el vicepresidente de la empresa familiar. Pero su título en Empresariales y la educación recibida lo convertían en el mejor candidato para ocupar el puesto tras la muerte de su padre.

      Sacudió la cabeza enérgicamente. No volvería a sufrir la misma frustración en soledad. No lo permitiría. Tenía su propio negocio, sus propios intereses y objetivos, y su felicidad jamás volvería a depender de Flynn.

      Apuró la taza de café y se llevó los planos al piso de arriba. En otro tiempo habría preparado el desayuno para que Flynn se lo encontrara en la mesa cuando volviera de correr. Cocinar para él la había llenado de una satisfacción incomparable, y por un instante pensó en saquear la nevera a ver qué encontraba. Pero resistió el impulso y se recordó que nada era igual que antes.

      Lo que hizo fue llenar de nuevo la taza de café y sentarse con un cuaderno y un bolígrafo. Montar una sucursal le llevaría mucho trabajo, pero al menos ya tenía experiencia. Lo primero era hacer una lista de la compra, otra lista de cosas por hacer y una lista general. Cuando las hubiera cotejado y el contratista le hubiera dado una cifra aproximada, sería el momento de configurar su presupuesto.

      El timbre de la puerta la sacó de sus cálculos. Miró el reloj y vio que sólo habían pasado cuarenta minutos desde que Flynn se marchara. Normalmente se pasaba una hora corriendo, aunque