destino de un político acabado, no de una joven promesa que prefería autoexiliarse en España. Un enroque en apariencia imprevisto convertiría al señor gobernabilidad en el vice de Macri y al salteño en el compañero de fórmula de Lavagna.
El senador estaba disponible: tenía un local en Belgrano y Chacabuco con la consigna “Pichetto 2019”, un pequeño grupo de colaboradores dispuestos a acompañarlo en su extravío y la posibilidad supuesta de partir el bloque del PJ en una dirección incierta. Como casi todas sus iniciativas en el terreno electoral, su plan A, ser candidato a vicepresidente de Lavagna, había fracasado. La frustración era elocuente. El rey del Senado se había pasado gran parte de 2018 y los primeros meses de 2019 sosteniendo la tesis de que el peronismo no kirchnerista podría desplazar a Cambiemos del segundo puesto y colarse en un balotaje frente a Cristina. En esa maqueta imaginaria, dos peronismos estaban en condiciones de dirimir el nombre del futuro presidente y, si Macri quedaba afuera de la segunda vuelta, la huérfana rabia antikirchnerista tenía como cauce natural el apoyo al PJ soft. No pudo ser.
En la vereda del medio, todavía habitan los que dicen que el gran responsable del fracaso de Pichetto fue Schiaretti, ese socio vital para la aventura de Macri en el poder. Queriéndolo o no, el gobernador de Córdoba llegó al umbral de su reelección con la promesa de ser el macho alfa del peronismo rubio. Pero a las cuarenta y ocho horas de haber arrasado en su provincia, se declaró prescindente en la batalla nacional y mandó al pejotismo prolijo al basurero de la historia. Mientras los leales a Pichetto y Urtubey quedaron desahuciados, el presidente apareció como el ganador indirecto del triunfo peronista en Macrilandia. Seis días después, llegaría la jugada maestra de CFK con Fernández como candidato. Mientras los gobernadores, supuestos aliados principales del señor gobernabilidad, daban el salto hacia el Frente de Todos, Pichetto quedaba a contramano del mundo. Al peronismo realmente existente, no tenía retorno.
Plebiscitado por un Círculo Rojo de alto predicamento y nulos resultados, Miguel ya se había desplazado hacia la orilla del macrismo de manera voluntaria y se había alejado del peronismo más de lo que podía admitir. El macrismo le había permitido afianzar relaciones con hombres de poder, acceder al séquito de los empresarios de IDEA y viajar a Wall Street para jurarles a buitres como VR Capital y grandes fondos de inversión como BlackRock y Templeton que el PJ tenía ánimo de continuar el rumbo edificado por Cambiemos y estaba decidido a asumir las altísimas obligaciones de deuda que había generado Macri. Esa visita a Manhattan, el 24 de abril, lo había elevado a lo más alto en el firmamento de la residencia de Olivos y lo había alejado incluso del heterodoxo Lavagna.
La quimera de un peronismo del orden, que adoptara el punto de vista de los acreedores, vivía en la probeta de Pichetto. Promesa eterna de un PJ adaptable a la Argentina de Macri, el político fundamental del poskirchnerismo se había quedado sin libreto y sin papel. Solo faltaban algunos movimientos, algunos llamados y un acto público para coronar su deriva.
El lunes 10 de junio, a las 22:00, el jefe del bloque de senadores iría a Odisea Argentina, el programa de Carlos Pagni, a declararse en oferta. Hablaría a favor de “mantener” un “rumbo capitalista e inteligente”, pediría no volver a “las plazas” ni al modelo de “intervención del pasado”, daría muestras de una fe que, a esa altura, ningún macrista era capaz de igualar y se ofrecería a precio de remate. Apenas siete minutos de charla alcanzarían para que el columnista estrella de La Nación especulara:
–Supongamos que Macri te estuviera mirando, además, dado el papel que vos cumpliste en términos de gobernabilidad en el Senado para el gobierno, por ahí se le pasa por la cabeza decir “hago una alianza con un sector del peronismo y la prenda de esa unidad es Pichetto vicepresidente”. ¿Cómo te suena la idea?
–No me han ofrecido absolutamente ninguna propuesta de ese tipo. Me gusta hablar más sobre temas concretos. Yo quiero en esta elección discutir modelos de país.
Mentía. Un rato antes de que ingresara al estudio de televisión, Frigerio, camino a la residencia de Olivos, le había hablado de esa misma posibilidad, muy concreta. Solo restaba el paso formal y definitivo: el llamado de Macri, la mañana siguiente.
La ronda de consultas del senador entre sus colaboradores de mayor confianza no encontraría ningún tipo de reparos. Fue el experimentado Costanzo, que –antes de la designación– había alertado a Grosso sobre los guiños de Pichetto a Macri en un foro empresario, uno de los que le dio la razón.
–Todos los tipos que te van a decir que no, en tu lugar dirían que sí. Esta posibilidad la armaste vos y la hiciste vos. Tu capital político no se lo debés a nadie –lo alentó.
–Lo mismo me dice Juan Manuel –respondió Pichetto. Se refería a su hijo y colaborador, el mismo que durante todo el ciclo amarillo en el poder sorprendía a los peronistas no kirchneristas con una frase de lo más breve que pretendía encarnar una época: “Macri vence”.
El Círculo Rojo tendría algunos días de éxtasis, vendería hasta el hartazgo una ruptura ficticia del peronismo y se encaminaría hasta la orilla de las PASO envuelto en la burbuja de un optimismo estéril. Con Pichetto en la fórmula, la utopía de un PJ clonado de acuerdo con las fantasías del establishment se mantenía con vida. Para el senador, era la última chance de ir en busca de los votos que le habían resultado –toda la vida– indiferentes. Más que eso, era la oportunidad de liberarse y decir en campaña todas las cosas que el manual del peronismo desaconsejaba por inviables. A la sombra de Macri, Pichetto no solo se liberaba de Cristina y de esa centroizquierda palermitana, elitista y prepotente, que vociferaba en nombre de los pobres. Se liberaba del peronismo, al que se había adaptado durante toda su vida solo por su condición única de ser sinónimo de poder.
4. El peronismo de Macri
El 12 de diciembre de 2015, el presidente Macri recibe en la quinta presidencial de Olivos a los veinticuatro mandatarios provinciales junto con la vicepresidenta Gabriela Michetti, el jefe de Gabinete de Ministros Marcos Peña, el ministro del Interior, Obra Pública y Vivienda Rogelio Frigerio y el presidente de la Cámara de Diputados de la Nación Emilio Monzó.
Acostados. Rogelio Frigerio y Emilio Monzó estaban otra vez hermanados en plena urgencia. Cruzaron las manos detrás de la nuca, apoyaron la cabeza sobre el césped y se relajaron por un momento, con la mirada en un cielo inmenso, capaz de empequeñecer hasta la intrascendencia cualquier problema terrenal. Rodeados de árboles y jardines que invitaban a la contemplación, el ministro del Interior de Mauricio Macri y el presidente de la Cámara de Diputados respiraron hondo y se tiraron en el verde de la residencia de Olivos. Era una mañana de incertidumbre, el país entero quería saber hacia dónde iba el gobierno y ellos estaban, una vez más, en la extraña situación en que los había ubicado el primer presidente de cuna empresaria que había llegado al poder por el voto popular: en el centro neurálgico de la toma de decisiones pero sin capacidad de intervenir. Aunque para el afuera eran dos de los dirigentes del macrismo más reconocidos, Frigerio y Monzó se habían despertado ese sábado, 1º de septiembre de 2018, con la misma inquietud que la mayoría de los argentinos. La semana había sido catastrófica para el gobierno: el dólar había escalado de 31,80 a 38 pesos, un 20% en una semana, y había tocado los 40 pesos, después de las declaraciones de Marcos Peña en la reunión del Consejo de las Américas en el Hotel Alvear. Ante una expectativa empresaria enorme y la demanda de un cambio de rumbo que incluyera un nuevo elenco de ministros, el jefe de Gabinete había negado de forma terminante el “fracaso económico” y había asegurado que se estaba incluso en un “proceso de recuperación”.
La realidad era la opuesta. Cuatro meses después de la primera corrida cambiaria, pese al formidable respaldo del Fondo y de Donald Trump, el ensayo de Macri volvía a entrar en zona de turbulencia: la inflación volaba, la recesión se profundizaba, la caída del poder adquisitivo era vertiginosa y la pobreza aumentaba. Sin controles de ningún tipo, los mercados ejercían su pleno gobierno, de manera salvaje, ante un presidente que les hablaba con el corazón.
Temprano ese sábado, Frigerio –el ministro político,