Miguel Ángel Garrido Gallardo

Una hoja de ruta


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(1637) de Descartes (1546-1650), en la Crítica de la razón pura (1787) de Kant (1724-1804), en la obra de Hegel (1770-1831) y en Nietzsche (1844-1900).

      Es precisamente Nietzsche quien nos muestra cómo ha sido posible que cristalicen, siglos después, las consecuencias filosóficamente ateas, la pérdida de un centro, de una línea que viene de tanto tiempo atrás. En su libro La gaya ciencia (1882) ofrece este texto vibrante:

      ¿No habéis oído hablar de aquel loco que, en una mañana luminosa, encendió la linterna, corrió al mercado y gritaba incesantemente: «¡Yo busco a Dios, busco a Dios!»! Como allí había muchos que no creían en Dios, suscitó una gran carcajada. «¿Es que se ha perdido?», decía uno. «¿Se ha escapado como un niño —decía otro—, o es que se ha escondido?». «¿Nos tiene miedo?, ¿se ha embarcado?, ¿ha emigrado?», se gritaban divertidos unos a otros.

      El hombre loco irrumpió entre ellos, y los traspasó con la mirada:

      —¿Dónde ha ido Dios? —gritó—, os lo diré yo: ¡Lo hemos matado!, vosotros y yo ¡Todos nosotros somos sus asesinos! Pero ¿cómo hemos hecho eso? ¿Cómo hemos podido trasegarnos el mar? ¿Quién nos ha dado una esponja para borrar el horizonte entero? ¿Qué hemos hecho, al desligar la tierra de su sol? ¿Hacia dónde se mueve la tierra ahora? ¿En qué dirección nos movemos nosotros? ¿Lejos de todo sol? ¿No nos precipitamos continuamente? ¿Hacia atrás, a los lados, adelante, por todas partes? ¿Es que hay aún un arriba y un abajo? ¿No vamos errantes por una nada infinita? ¿No alienta sobre nosotros el espacio vacío para aspirarnos? ¿No hace ahora más frío? ¿No anochece continuamente y cada vez es más de noche? ¿No hay ya que encender las linternas por la mañana? ¿No nos llega nada del hedor de la putrefacción divina? ¡También los dioses se corrompen! ¡Dios ha muerto! ¡Dios está muerto! ¡Y lo hemos matado nosotros! ¿Cómo nos consolaremos nosotros, los más asesinos entre todos los asesinos? La cosa más santa y más poderosa que hasta ahora había tenido el mundo se ha desangrado, degollada por nuestros cuchillos. ¿Con qué nos lavaremos para purificarnos de esta sangre? ¿Con qué agua podremos purificarnos? ¿Qué ritos de expiación, qué fiestas sagradas deberemos inventar? ¿No es demasiado grande para nosotros la grandeza de este acto? ¿No habremos de convertirnos nosotros mismos en dioses, solo para mostrarnos dignos de ellos? No se realizó jamás una acción mayor; y todo el que nazca después de nosotros pertenecerá ya, gracias a esta acción, a una historia superior a todas las que han existido hasta ahora.

      Al llegar a este punto, el hombre loco calló, y de nuevo miró a la cara a sus oyentes. También ellos callaban y lo miraban sorprendidos. Al fin estrelló en el suelo la linterna, que se hizo añicos, apagándose.

      Y concluye:

      —Yo llego demasiado pronto —dijo entonces— : este no es aún mi tiempo. Este acontecimiento monstruoso está aún en camino y en marcha, aún no ha llegado a los oídos de los hombres. También el relámpago y el trueno necesitan tiempo, la luz de las estrellas tiene necesidad de tiempo, las acciones precisan tiempo, aun después de haber sido hechas, para ser vistas y oídas. Esta acción está para los hombres todavía más lejos que las estrellas más lejanas, ¡y, sin embargo, han sido ellos mismos los que la han llevado a cabo! (n.º 125).

      AYER Y HOY

      Pues bien, ha llegado el tiempo, la Posmodernidad manifiesta hoy las últimas consecuencias del Nominalismo. Veamos.

      Podríamos decir que a lo largo del siglo XX los patrones culturales básicos se pueden ilustrar con la biografía de algunos de nuestros intelectuales más conocidos. Por ejemplo, en el caso de Umberto Eco, a los veinte años era un católico progresista, a los cuarenta años era un declarado marxista, a los cincuenta años era un posmoderno. Esto que se da en la biografía de este intelectual es, mutatis mutandis, la biografía intelectual de muchos intelectuales del último siglo y del comienzo de este siglo XXI, el orden de relatos que se han sucedido en nuestro tiempo.

      Para ilustrar estos relatos acudo siempre al esquema simplificado que señaló en 1966 el semiólogo A. J. Greimas como el mecanismo del lenguaje humano que vale para explicitar todo relato, sea real o ficticio, bueno o malo, vulgar o literario. Tomemos como ejemplo ilustrativo un cuento popular bien conocido por todos.

      Caperucita Roja

SujetoCaperucita
RemitenteLa madre
ObjetoLa entrega de la cestita
DestinatarioLa abuelita
AyudanteLos leñadores
OponenteEl lobo feroz

      El sujeto Caperucita tiene como remitente a la madre que le da por objetivo la entrega de la cestita a la abuela, que es la destinataria de la acción. Los otros dos elementos básicos (actantes, los llama Greimas) que componen el relato son el elemento ayuda, concretado en los avisos de prudencia de los leñadores y el elemento oponente, que es el lobo feroz.

      Relato cristiano

SujetoEl ser humano
RemitenteDios
ObjetoLa salvación
DestinatarioLa persona
AyudanteLa gracia
OponenteMundo, demonio, carne

      El relato cristiano podemos extraerlo de cualquier catecismo tradicional: el ser humano está llamado por Dios a la salvación, con el auxilio de la gracia, y tiene como oponente eso que el catecismo llama el mundo, el demonio y la carne, o si se quiere ser más teológico, la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida, según manifiesta san Juan Evangelista. Así ve las cosas el cristiano, la civilización cristiana. Llamo la atención sobre que el destinatario es la persona —no el individuo, no la colectividad—, ser humano, que por ser imagen de Dios es absolutamente digno e inviolable.

      Relato marxista

SujetoEl ser humano
RemitenteHistoria
ObjetoSociedad sin clases
DestinatarioHumanidad
AyudanteLa lucha de clases
OponenteClase burguesa

      En un momento dado, como mentalidad dominante, se empieza a sustituir el relato cristiano por un relato materialista. Dios, como remitente, se sustituye por la Historia que orienta la colectividad según un sentido que terminará —como decía Lenin— viviendo el reino de la libertad en el reino de la necesidad. Como destinatario, la persona ha sido sustituida por la Humanidad en abstracto, lo cual quiere decir que si una persona —por lo que sea— va en contra del sentido de la Historia, es eliminable, porque lo que importa no son los seres humanos singulares, sino esa marcha de la historia que está llamada a un triunfo definitivo, aunque ahora no se vea.

      Relato posmoderno

SujetoEl ser humano
Remitente(Entre paréntesis: Agnosticismo)
Objeto¿? (Indeterminado)
DestinatarioEl individuo
AyudanteEl instinto de conservación
OponenteLos relatos con remitente

      Da la impresión de que las gentes descreídas de Dios han pasado a descreer de la Historia (¿Quién es esa señora?) y la mentalidad dominante ha venido a poner entre paréntesis la instancia del remitente, dando lugar a lo que Jean-François Lyotard, en un famoso libro de 1979, ha llamado el fin de los grandes relatos, o sea, el relato sin remitente: si hacemos abstracción de la madre de Caperucita, esta se queda sin objetivo. Ante la pregunta: ¿Quién nos dice para qué estamos aquí?, nos encogemos de hombros. Si no reconocemos un remitente, tampoco tenemos un objetivo. ¿Cuál será el objetivo? Aquello que me apetece, aquello que viene bien a mi instinto, que sé yo, puede ser una cosa y la contraria. El destinatario es el individuo sin mayor determinación. Se ha caído en un absoluto relativismo, aunque con una consecuencia que podríamos llamar paradójica. Si todo es relativo, nadie tiene derecho a oponerse al otro en nada. Vivimos en una pista de coches de choque de una feria en la que cada uno puede hacer lo que quiera con tal de no chocar con el de al lado. Sin embargo, eso no es exactamente así.

      En una sociedad del relativismo absoluto tendría que tener cabida el que acepta que existe la verdad, el que busca la verdad (una manía más). Sin embargo, en la sociedad posmoderna,