Rachid Benzine

Así hablaba mi madre


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      Rachid Benzine

       Así hablaba mi madre

      Traducción de Lucía Dorin

      Tendida en la cama, una madre escucha mientras su hijo le lee. Llevan muchos años celebrando esa ceremonia, el hijo lee siempre el mismo libro, una novela de Balzac. Ella es modesta en sus deseos; solo quiere escuchar esa historia, que quizás es la cifra de felicidades y desdichas. No tiene otra manera de disfrutarla: es analfabeta.

      El hijo es el menor de cinco hermanos, es escritor, es profesor en la universidad. Su padre murió cuando él era chico. Ha triunfado, podría afirmarse. Hijo de inmigrantes, se hizo un lugar en la sociedad. También ha sufrido las humillaciones que imponen su condición, la exclusión, el racismo, la soledad. Durante años se avergonzó de su madre, de los esfuerzos y el sacrificio que hizo para sacar adelante a la familia, de su falta de cultura. Llegó a despreciarla.

      Pero ahora llega el momento de la verdad: la madre está cerca de la muerte. Mientras repite el rito de la lectura, el hijo rememora la vida que han tenido juntos. Los sentimientos se alteran. Descubre de pronto que la sabiduría, la que cuenta, la de la vida, la tiene ella y no él. Descubre el amor infinito que siempre ha sentido y que las ilusiones sobre su propia valía, su llamado éxito, le han impedido manifestar y compartir a cada momento. Descubre la culpa por estas faltas, el remordimiento al haber dejado pasar tanto tiempo antes de valorar a esa mujer como merecía, como lo que era.

      Así hablaba mi madre es una novela conmovedora desde la primera a la última página. Parece escrita con el corazón en la mano, con una mezcla exacta de dolor, lucidez y dulzura. Pocas veces la complejidad del amor filial ha sido retratada con tanta precisión y hondura, con tan poco sentimentalismo. Para alegría de los lectores, Rachid Benzine ha logrado esa envidiable proeza.

      Benzine, Rachid

      Así hablaba mi madre / Rachid Benzine. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Edhasa, 2021.

      Libro digital, EPUB

      Traducción de: Lucia Dorin.

      Archivo Digital: descarga y online

      ISBN 978-987-628-617-6

      1. Narrativa Marroquí. 2. Novelas. I. Dorin, Lucia, trad. II. Título.

      CDD M843

      Título original: Ainsi parlait ma mère

      Diseño de cubierta: Juan Pablo Cambariere

      Primera edición: mayo 2021

      Cet ouvrage, publié dans le cadre du Programme d’aide à la publication Victoria Ocampo, a bénéficié du soutien de l’Institut français d’Argentine. Esta obra, publicada en el marco del Programa de ayuda a la publicación Victoria Ocampo, cuenta con el apoyo del Institut français d’Argentine

      © Editions du Seuil, 2020.

      © de la traducción Lucía Dorin, 2020

      © de la presente edición Edhasa, 2021

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      ISBN 978-987-628-617-6

      Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

      Edición en formato digital: junio de 2021

      Conversión a formato digital: Libresque

      1

      Seguramente se preguntarán qué es lo que hago en el cuarto de mi madre. Yo, el profesor de Letras de la Universidad Católica de Lovaina. Que nunca logró casarse. A la espera, con un libro en la mano, del posible despertar de su progenitora. Una mamá cansada, agotada, desgastada por la vida y sus vicisitudes. La piel de zapa, de Balzac, es el título del ejemplar. Una edición antigua, tan deteriorada que se le borró la tinta en algunas partes. Mi madre no sabe leer. Habría podido trasladar su interés a cientos de miles de otros textos. Entonces, ¿por qué este? No sé. Nunca supe. Ni ella misma lo sabe. Pero justo este es el que me pide que le lea a cada momento del día en que se siente disponible, en que necesita estar tranquila, en que tiene ganas simplemente de disfrutar un poco de la vida. Y de su hijo.

      Una lectura que también se le ha vuelto indispensable por la noche, antes de quedarse dormida. Se acurruca en posición fetal contra la almohada, cierra los ojos. Como una niña que sabe, por haberlo escuchado decenas de veces, que un cuento va a maravillarla o a asustarla. La piel de zapa, ya se la debo de haber leído yo mismo unas doscientas veces. La descubrió en un casete de audio que yo había tomado prestado de la biblioteca hace ya veinticinco años. En una época me esmeré en hacerle descubrir los tesoros de la literatura por ese medio. Casetes comúnmente destinados a ciegos o discapacitados visuales. Entre las decenas escuchados, este fue, por lejos, su preferencia. De inmediato. Apenas devuelto a la biblioteca, me pidió que se lo compre. Después, que se lo lea regularmente. Para alivianar un poco mi tiempo y preocupado por su fascinación por esta única obra, le busqué otros soportes. Primero compré videocasetes y después DVD de las versiones del libro en drama lírico, en ópera, en ballet, en adaptaciones diversas y variadas en cine o televisión. Pero nada encontró la gracia suficiente a sus ojos para que pudiera renunciar a mi lectura.

      En mi ausencia, mi madre volvía incansablemente al casete de audio del que yo había vuelto a comprar varios ejemplares, dado que se gastaban rápidamente por la escucha sistemática —había hecho hacer copias pero se volvían inaudibles demasiado rápido—. Y luego, un día, no los encontré más. Habían dejado de venderlos. Recorrí muchas tiendas de segunda mano con la esperanza de ver resurgir alguno. Sin éxito. Hasta mentí en la biblioteca, haciéndoles creer que había perdido su ejemplar. Pero ese casete también terminó por exhalar su último suspiro. Entonces me obligué para ella a hacer esa lectura cotidiana. También traté de grabar el texto yo mismo, pero me di cuenta muy pronto de que a mi madre no le resultaba. Le pagué a un actor para que lo grabe en un estudio digital. Como la manipulación informática era totalmente desconocida para mi madre, hice copiar esa versión a un casete de audio. Pero tampoco recibió su bendición. Ella solo soportaba el casete que le había hecho descubrir el libro o mi lectura a viva voz.

      Y después mi madre envejeció de pronto más rápido. Olvidando un día el gas prendido. Otra vez dejó que le vendieran tres aspiradoras con poderes milagrosos en la misma semana. Otras veces también se cayó pesadamente al piso sin lograr volver a levantarse. Siendo el único soltero de mis hermanos, hace quince años tracé una cruz definitiva sobre todo proyecto de vida de pareja y me mudé a lo de mi madre, en el pequeño dos ambientes de Schaerbeek donde nací hace cincuenta y cuatro años. Mis cuatro hermanos, mucho mayores, se habían instalado desde hacía mucho tiempo en otras regiones. Tuvieron todos una vida en familia y nietos. Vivo por lo tanto con ella desde que tiene setenta y ocho años y ya no puede vivir sola.