Lourdes Velazquez González

La civilización del Anáhuac: filosofía, medicina y ciencia


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      El presente volumen es el fruto de una labor de investigación y de una pasión intelectual que ha ido creciendo e intensificándose desde hace más de veinticinco años y que ha tenido la oportunidad de manifestarse en mis publicaciones y en mi vida académica. Se trata de un interés por la historia de las culturas del México antiguo, articuladas en el rico abanico de sus concepciones filosóficas y religiosas, en sus cosmovisiones, en sus conocimientos médicos y científicos, en sus costumbres, en sus prácticas educativas, en su concepción del hombre, de la vida y de la muerte, en su creatividad artística dentro de la arquitectura no menos que en la calidad de sus esculturas, de sus pinturas y composiciones literarias.

      Todo este mundo ha sido borrado o enterrado como consecuencia de la “conquista” realizada por los españoles, y lo poco que de ello se conocía fue durante un largo periodo la imagen inadecuada contenida en pocas obras de escritores casi todos europeos, filtradas a través de sus prejuicios culturales y, a veces, inspiradas por el deseo de justificar la dominación colonial como una obra de “civilización” de indígenas incultos. El éxito paradójico de todo esto es que, hasta la fecha, cuando nuestros jóvenes estudian la “Historia de México” en nuestras escuelas se les presenta como si comenzara con la Conquista, mientras que los siglos anteriores se condensan en un resumen en que nombres de poblaciones casi desconocidas se mezclan con cuentos que tienen el sabor de mitos y leyendas mucho más que de relatos históricos. Y esto para no hablar de tantas creencias que en todo el mundo pasan por hechos pacíficamente aceptados y carecen de base histórica. Sería suficiente mencionar la creencia que los antiguos mexicanos practicaban sacrificios humanos, tomada como un hecho comprobado por serios historiadores extranjeros quienes elaboraron descabelladas hipótesis explicativas, afirmando que estos sacrificios se hacían para compensar la pobreza protéica de la dieta indígena mediante el consumo de carne humana (lo que no corresponde ni a lo que históricamente conocemos acerca de la dieta de aquellas poblaciones, ni a alguna evidencia histórica que compruebe la existencia de dichos sacrificios, como se podrá leer en este libro).

      Afortunadamente la situación ha venido cambiando en las últimas décadas y tuve la suerte de entrar en contacto con algunos de los historiadores mexicanos que investigaron las antiguas culturas de nuestro país desde varios puntos de vista y quedé fascinada por su riqueza y profundidad, lo que ha producido en mí una verdadera pasión que me ha llevado a cultivar este campo de estudios de manera regular y sistemática, al lado de otras actividades académicas que vine desarrollando en el campo de la filosofía y la bioética. Así, por ejemplo, estuve a cargo de la asignatura de Filosofía Prehispánica durante cinco años en la Universidad Pontificia de México, he dado seminarios sobre filosofía y medicina en el México antiguo en la Universidad de Génova en Italia y sobre la ciencia Maya en la Universidad Católica de Milán, al igual de varias conferencias sobre estos temas en Colombia, Argentina, Brasil, Italia y España. También presenté ponencias sobre estos temas en varios congresos internacionales. La misma continuidad se encuentra en mis publicaciones: mi libro Filosofia e medicina nel Messico antico, publicado en italiano en 1998 y varios artículos entre los que destaca Mexican Pre Columbian Civilisation en la revista Filosofia Neo-Scolastica. Además de los artículos de divulgación publicados en mi columna “Toltecáyotl: Cultura Viva” de la revista digital Carta de México. En la “Bibliografía” del presente volumen aparecen los títulos de algunas de las publicaciones que aparecieron durante este intervalo temporal, cuyos contenidos han sido incorporados a veces en algunos capítulos de esta obra.

      Quiero terminar agradeciendo a las personas cuyo apoyo me ha sido particularmente útil durante estos años de estudio e investigación, no sólo por el contenido de sus obras que he estudiado con mucho provecho, sino también por contactos personales, consejos, discusiones, colaboraciones a vario título. En el plan intelectual fueron principalmente Mercedes de la Garza, José Luis Guerrero† y Guillermo Marín. Además de Miguel León-Portilla, Alfredo López Austin, Paolo Rossi, Carlos Viesca, Leopoldo Zea† y, en el plan práctico, Diego Barboni y Fulvio Filipponi por haber traducido del italiano al español algunos de los materiales de este libro. Mi sincero agradecimiento se acompaña con la declaración que los posibles límites e imperfecciones de esta obra son imputables solamente a su autora.

      Ciudad de México, Coyoacán, 12 de diciembre de 2018

      Lourdes Velázquez

      Introducción

      ¿Por qué Anáhuac?

      El título de este libro requiere un comentario, debido a la presencia de la palabra “Anáhuac” o mejor aún “Anawak” (así debe escribirse) que probablemente suene exótica y no evoque un significado preciso al oído del lector mexicano “culto”. Se trata de una situación paradójica ya que esta palabra se refiere de manera exacta a una de las raíces más profundas de la identidad mexicana, raíz que, como consecuencia de varias circunstancias históricas, ha quedado, por una parte, oprimida y, por otra parte, oculta y, sin embargo, brota en miles de detalles de la manera de vivir y de pensar del mexicano. Por otro lado, la perspectiva de considerar esta raíz como una especie de trasfondo implícito de la mexicanidad sería muy limitada, ya que se trata de una dimensión más amplia, que abarca mucho más que el territorio geográfico de México (sea el actual o el histórico) y, sobre todo, se define en términos socioculturales y hasta filosóficos, religiosos y morales de gran alcance.

      Mucho se ha dicho y escrito, que los mexicanos somos el producto del choque de dos culturas, el encuentro de dos maneras distintas de ver el mundo, dos formas diferentes de entender las grandes preguntas del cómo y el por qué de nuestra existencia. Pero la cultura del Anáhuac ha sido poco estudiada, se ha soslayado, se sabe poco o casi nada de ella, incluso, por desgracia, para algunas personas el anahuaca que llevamos dentro, tanto genética como culturalmente, ha desaparecido y el legado ha quedado irreconocible. Para otras personas, por fortuna, ese anahuaca pugna por salir y se muestra en cada uno de los aspectos de la vida, en las relaciones sociales, en la alimentación, en la manera de convivir, en la forma de amar, de llorar, de recibir una nueva vida y de despedir a los muertos.

      La sabiduría de nuestros viejos abuelos encontró la manera de ocultar todos estos aspectos para preservarlos y que fueron la base de la civilización del Anawak. Ocultaron la danza y la hicieron conchera, transformaron lo católico en guadalupano, adoptaron el español y lo llenaron de nahuatlismos y expresiones de doble sentido, convirtieron los ritos funerarios católicos en nueve días de rezos acompañados de la levantada de la cruz, y así un largo etcétera. Pero todo lo ocultaron tan bien y durante tanto tiempo que nos resulta muy difícil reconocer el sincretismo de nuestras costumbres que muchos ya dan por perdidas y completamente olvidadas.

      Se atribuye al pueblo olmeca el privilegio de ser la raíz del conocimiento del Anáhuac, pero ese nombre se le asignó hace poco menos de un siglo y no existió un pueblo llamado así. Sin embargo, en la zona denominada olmeca se han encontrado los primeros vestigios de civilización, y de donde parte la influencia cultural hacia lo largo y ancho del Anáhuac. Acostumbramos a distanciar a una cultura de otra, creando la ilusión de que eran pueblos separados, alejados y sin relación alguna entre sí, pero la situación de estas regiones no puede ser juzgada con la óptica actual de lo que son los territorios, las fronteras y naciones. En la época en que la mayoría de los pueblos eran nómadas recolectores, el asentamiento de una civilización en un territorio creaba zonas de influencia cultural, no países. Al igual que el antiguo Egipto no tenía fronteras, no había una marca territorial que denominara lo que era Egipto y lo que no, salvo su zona de influencia, lo mismo ocurre con las primeras civilizaciones de aquí. Sería muy difícil precisar los límites del territorio olmeca, salvo ahí a donde llega su influencia cultural. Ningún olmeca marcó los límites de su territorio, todos los pueblos que adoptaron los conocimientos provenientes de siglos de observación de la naturaleza son los denominados olmecas.