Fernando Díez de Urdanivia

La música con faldas


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Azalais por el rumbo de Montpellier, y Tibors en plena Provenza, siguieron el camino musical de los cantantes callejeros llamados trovadores, y también el rumbo aventurero y amoroso que les daba renombre. Porcairagues, de cuya biografía no se sabe nada, compuso para su pretendido Guy Guerrijat, hermano de Guillermo VII de Monetpellier, un poema amoroso de 52 versos, que hoy sobrevive sin música.

      Tibors, una condesa bien educada, nació en el castillo En Blacatz y entre sus obras se conoce un Lombard chansonnier que se conserva en la Biblioteca del Vaticano. El marido de Tibors murió en 1180 y ella pudo sobrevivirlo corto tiempo. Estos y otros datos se deben a la publicación de vidas de mujeres occitanas18 donde aparecen ocho trovatrices, además de las que aquí se mencionan.

      Las penumbras históricas juegan bromas pesadas. No se acaba de saber si el nombre de Vittoria Aleotti (Ferrara 1575-1620) perteneció a una compositora de carne y hueso, o si el de su hermana mayor Rafaela, que se difundió con los mismos apellidos, fue invento de Vittoria para poder ingresar en el convento agustino de San Vito, fi ngiéndose mayor de lo que era. La cosa se complica 17

      Trovador se defi ne como poeta provenzal de la Edad Media que escribía y cantaba en la lengua de Oc.

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      Occitania. Nombre que los geógrafos modernos han dado a la región del sur de Francia donde se habla la lengua de Oc.

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      con documentos donde se afi rma que Rafaela dirigió un coro de veintitrés monjas y en cambio no hay registro de Vitroria.. Lo poco que se sabe de Vittoria es que aprendió música escuchando las lecciones de su hermana, y que compuso una colección de motetes dada a conocer como Guirnalda de Madrigales a cuatro voces. Para ahorrarse problemas, algunos proponen que Rafaela y Vittoria sean una sola y misma persona, pero hay otros que sostienen la existencia de ambas, hijas del distinguido arquitecto Giovanni Battista Aleotti.

      Una vida tormentosa fue la protagonizada por doña Leonora Orsini (1560?- 1634), inquieta dama de la corte que decidió terminar sus días en la paz monacal. Su padre Paolo Giordano Orsini, duque de Bracciano, en 1574 despachó al otro mundo a la madre de la entonces adolescente muchacha.

      El crimen marcó a la joven, quien optó por irse a Roma con su prima Maria de Medici. Allí fundaron y sostuvieron un grupo de cantantes. En 1594 casó con Alessandro Sforza, conde de Santa Fiora y duque de Segni. Las graves divergencias conyugales no fueron impedimento para que procrearan ocho hijos, antes de separarse en 1621. En busca de mejores horizontes, Leonora fundó el Monasterio de Santa Chiara delle Cappuccine, donde se dedicó a la composición piadosa. Existe una edición de Per pianto la mia carne, obra incluida en un programa femenino que se presentó en Frascatti el año 2007, donde también se escucharon composiciones iraquíes y libanesas.

      Nacida en 1577 y muerta en 1619, Sulpitia Ludovica Cesis, monja del convento agustino de San 32

      Geminiano en Módena, fue experta laudista. Escribió motetes para ser cantados por combinaciones que iban de 2 a 12 voces. El cronista Spaccini habla del motete interpretado durante una procesión, a las puertas de San Geminiano. La única obra suya que se conoce fue editada el año de su fallecimiento, y está dedicada otra monja de Roma del mismo apellido, quizá pariente suya.

      Donna Lucrezia Vizzana (1590-1662) vivió enclaustrada en Bolonia. Sus composiciones estuvieron ligadas a la liturgia de su convento. Como autora tuvo inclinación por las ornamentaciones virtuosísticas y manejó disonancias muy atrevidas para su época. Se dice que los pleitos con sus hermanas de congregación acabaron por volverla loca, y no pudo escribir música durante los últimos cuarenta años de su vida. Están editados y se pueden obtener cinco duetos vocales de su producción.

      La ortodoxia conventual no se limitaba al apego a Cristo y a su doctrina, sino también a las reglas morales y estéticas de la Iglesia. Por eso no deja de ser asombroso el auge de Chiara Cozzolani (1602-1678), monja benedictina que componía música barroca y no sagrada en el monasterio milanés de Santa Redegonda. Se ignoran los detalles precisos por los que fue nombrada abadesa, pero sabemos que a partir de ese momento se le fue la inspiración. En 1988 se editaron sus motetes completos.

      Sor Claudia Sessa, del convento de Santa Maria Annunciata de Milán (nacida hacia 1613), fue elogiada en sus días por la dimensión de su talento y la humildad de su carácter. Sólo llegaron a nuestro 33

      siglo dos canciones suyas que no revelan una gran capacidad. Ambas estás editadas, una con el título Vatteme pur lascivia.

      Caso especial fue el de Isabella Leonarda (1620-1704), italiana de Novara que dejó a la posteridad alrededor de 200 obras. Tan arduo trabajo no fue impedimento para que llegara a ser madre superiora de su convento y vicaria de su congregación. Su primer editor fue Gasparo Casati.

      Los motetes que compuso parecen haber gustado mucho por su estilo tierno. Escribió también salmos y misas, en algunas de las cuales usó violines –

      incompatibles con la liturgia– como soporte de las voces. Tuvo el atrevimiento de aprovechar el recurso vocal de la coloratura19 en la música sagrada, adorno proscrito por aquellos días. Existen grabaciones de una sonata para dos violines, dos motetes y una sonata para violín y clavicémbalo que data de 1693.

      También una grabación de dos motetes para soprano e instrumentos y dos sonatas de cuerda, piano y órgano.

      Alba Trissina vivió hacia 1622. Profesó en el monasterio de Araceli. Su maestro fue Leoni Eloni, muy prestigiado entonces. Se le considera representante típica del estilo veneciano de la época. Escribió obras para contralto. Está editada Vulnerasti cor meum.

      Maria Xaviera Peruchona nació en 1652

      y murió después de 1709. Tomó el velo en Santa 19

      Coloratura. Deriva del alemán Koloratur que significa adornos coloridos, particularmente en la tesitura de soprano.

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      Úrsula. Aunque publicó nada más Sacri concerti di moteti para voces y cuerdas cuando era adolescente, su nombre fi gura entre los principales de las monjas compositoras del siglo XVII y algunas obras como Solvite, Solvite y Regina Coeli, están recogidas en la grabación “Compositoras Barrocas del siglo XVII”.

      Hay una autora de principios de ese mismo siglo, Alessandra Caterina, de la que solamente se conoce Se Viver non Posso, para voz, violín y teclado. Parece haber muerto siendo casi niña, y para redondear el misterio sus datos biográfi cos la confunden con una monja adulta de la misma época.

      Rosa Giacinta Badalla (1660-1715) no tenía más de veinte años cuando dio muestras de su buen ofi cio, publicando en el monasterio benedictino Santa Radegonda de Milán su único libro de motetes

      “a voce sola” (1684). Después afi rmó su prestigio con dos cantatas seculares. Hay edición actual de Pane Angelico y Vuo Cercando.

      Blanca Maria Meda, nacida hacia 1665

      y muerta después de 1700, fue benedictina en San Martino del Leano, monasterio de Pavía. Gozó fama como autora fecunda de motetes con aliento espiritual. Se conservan colecciones donde los hay de una, dos, tres y cuatro voces. Está editado Cari musici.

      Hubo una cantidad mucho mayor de mujeres que dentro del claustro quisieron alabar al Señor con bellos sonidos de su propia cosecha. El nombre de la mayoría no pasó de las paredes conventuales; su producción fue a veces mínima, y el perfi l de su talento 35

      exige buena voluntad para tomarlas en cuenta. Pero se trata de una legión que no puede ser ignorada. El nombre y prestigio legendarios de su comandante indiscutible, Sor Hildegard, inspiraron la creación de una compañía editora que imprime y divulga buena parte del repertorio