Maria Ines Krimer

Papeles de Ana


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no había donde estacionar. Subimos una escalera de mármol larga. Arriba había un montón de mujeres, hablaban al mismo tiempo (la tía, de lejos, era la mejor vestida). Las otras estaban medio de entrecasa. Y fumaban como en el taller de Vallejos, solo que Virginia Slims mentolados. ¿Viste alguna vez la propaganda con Claudia Sánchez? Esa modelo tan linda, el tío levanta la vista de La Nación cuando aparece la propaganda de L&M en la pantalla. En la reunión se habló de los derechos de las mujeres, además del divorcio está la patria potestad compartida (¿podría un hijo elegir a uno?). Los mentolados largaban más humo que los cigarrillos del taller literario, pero ya me estaba acostumbrando. La primera en hablar fue la tía Sara. Estaba enojada porque a una amiga suya, Fina Warschaver, el Partido le había destrozado su novela. Leyó una nota firmada años atrás por Elías Castelnuovo: Si se tiene en cuenta que La casa Modesa ha sido escrita por una mujer, muy buena. Sabe usted escribir, sabe pensar y también construir. Su fuerte, no obstante, es a mi juicio su punto vulnerable. Para frecuentar los así llamados territorios nocturnos del alma se requiere una franqueza difícil en el hombre, casi insalvable en una mujer. No debemos olvidar esa injusticia, concluyó la tía. Todas se pusieron como locas, algunas golpeaban los pies contra el piso, otras estrujaban papeles como si estuvieran agarrando al crítico del cogote. Y seguro que la pobre se había quemado las pestañas para escribir esa historia. ¡Qué difícil es para nosotras ese bendito Partido! Anoté el nombre de la novela en el cuaderno. Sentía curiosidad por leerla, según me contó la tía el personaje era un ama de casa que intentaba pensar en algo más que fregar los pisos o zurcir las medias de los hijos. Nos recomendaron otras lecturas, si te interesan, te las paso.

      Cuando terminó la reunión, Norberto Grossman me esperaba en la esquina. Fuimos a tomar un café a un bar en la avenida Rivadavia. Le conté todo lo que había escuchado sobre la pobre Fina pero él no me prestaba atención, miraba hacia la calle. Le pregunté si le interesaba lo que le estaba diciendo o pasaba la carroza. Disculpame, dijo, estaba distraído. De pronto confundí su cara con la del tío, una revelación, se me corrió la venda de los ojos, como si una gitana me adivinara el futuro. Me vi casada con él y haciendo de secretaria en su estudio. La verdad es que desde que me enteré de que nuestro encuentro fue arreglado, ya no tenía tantas ganas de verlo como al principio. Una cosa es que alguien se vuelva loco por una y otra que te den todo servido. El mozo nos trajo el café. Lo tomamos en silencio. Ahora me imaginaba cómo hacer para escribir una novela mientras fregaba el piso, batía claras a nieve o lavaba la ropa de los chicos. Tengo que decidir qué voy a hacer con mi vida. Pero es que me lo tomo todo a la tremenda. Lo cierto es que es raro que ahora no piense en casarme mientras que antes era lo que más deseaba en el mundo. Cuando terminamos el café salimos y caminamos unas cuadras. Volví a insistir en lo mal que estuvo el Partido con Fina. Norberto prendió un cigarrillo y aspiró el humo.

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      P.D.: Qué alivio que mamá ya esté en casa.

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      Querida Valentina:

      ¿Te quedó bien el jean? Qué lástima que no pueda ver si te va justo al cuerpo. Siento tanto lo que pasó con tu novio. Encima, el Che era un churro bárbaro, lo que habrás sufrido. Vi una foto en el diario La Nación, si era tan lindo muerto me imagino cómo habrá sido vivo. Había otra de Fidel con la hijita en los brazos mientras lo despedían, me partió el corazón. Pero me hablabas de tu novio. Te quiero contar lo que pasó con el mío. Dejame pensar un momentito. Yo entraba en una confitería y a él, ni bien me veía se le iluminaban los ojos, sin pronunciar una palabra me estaba diciendo que era el amor de su vida y la única persona que él esperaba ver entrar a la confitería. La mirada de alguien que olvidó todo lo que hay en el mundo porque está viendo a alguien especial, que es lo mejor que le pasó en la vida. Dejemos de lado que los tíos arreglaron todo, eso pasa en las mejores familias. Pero que Norberto Grossman quiera manejar mi vida es algo que no puedo permitir.

      No sé, ahora me parece que la que se olvidaba de todo cuando lo miraba era yo, tenía una venda en los ojos, no me daba cuenta de cómo era él en realidad. Él me hacía sentir que cuando aparecía se terminaban los problemas, pero la verdad es que empezaban los míos. No veo otra salida que cortar este noviazgo. Espero no sentirme demasiado sola. Espero que vos tampoco te sientas demasiado sola, tu novio no valía un pepino. Si tu amiga lo buscó, si le dejó un papelito diciendo que tenía un atraso, es lo de menos. Algunas mujeres no tienen arreglo, siempre hacen lo mismo para enganchar a un hombre, cómo lamento no poder llamarte por teléfono, hasta que esta carta te llegue pasará un montón de tiempo.

      Me di cuenta de todo hace poco, cuando le comenté otra vez a Norberto que el Partido le había destrozado una novela a la amiga de la tía. Aunque él era chico por ese entonces, algo debió escuchar de esa historia, estuvo en boca de todo el mundo. Él, como si oyera llover. Prendió un cigarrillo, largó el humo. Después me tuve que aguantar una perorata sobre el lugar de la mujer, que pueden hacer una cosa, hacer otra, pero al final siempre terminamos en la cocina. Hasta te encargan una misión secreta: cómo llevar documentos en el forro del tapado (la tía tiene un nombre de guerra para hacer de correo, lo descubrí el otro día), pero a la noche los ravioles tienen que estar servidos en la mesa. Yo me daba cuenta de que mi futuro estaba en juego, vi mi vida como en una película. A medida que hablaba me sentía cada vez peor. Sé que estás pasando un momento horrible con tu novio, encima lo del Che, tantas pérdidas juntas, disculpame, pero yo no estoy mucho mejor, tampoco me la llevo tan de arriba.

      ¿Cómo va mi novela? Tengo el escritorio a mi disposición y la tía Sara me pagó un curso en la Pitman. Cada vez escribo a máquina más rápido, ni se me ven los dedos. Antes no le había tomado el gusto, tenía que mirar todas las teclas, vivía equivocándome y tachaba un montón. Pero ahora lo hago de corrido. Cuando me canso tomo el papel y corrijo con un lápiz y una goma. Hay borradores por toda la habitación, las shikses me mueven algo de lugar y me pongo como loca. A veces odio lo que escribo y rompo la hoja, pero después me arrepiento y más de una vez junté los pedacitos y los pegué con cinta scotch. Me encantaría escribir algo que no rompa después. Tu lectura es la única que me importa, la tía es otra candidata pero uno de los que conocí en el taller dijo que nunca hay que darle a leer algo no terminado a la familia y estoy segura de que ella querría saber si aparece en la historia. Ahora estoy pasando el manuscrito a máquina. A veces la tía se asoma al escritorio, abre la puerta y la cierra despacio. Escucha detrás de la puerta. Parece que me estuviera espiando. La literatura pasa de los tíos a los sobrinos, escuché en el taller que alguien citó a Ricardo Piglia, a lo mejor la tía conoce a ese escritor porque ya te conté cómo es de metida. Ni bien termino, encarpeto todo y lo escondo en el colchón, debajo del póster de la Tereshkova. A veces me parece que es una genialidad y otras, tengo ganas de tirarlo a la basura. La tía dice que si quiero hacerme conocida debo conseguir un agente literario.

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      P.D.: Mandame las bases del concurso Casa de las Américas. Si llego a ganar mejor que se publique lejos, así nadie la lee en la familia.

      P.D.: Si el jean no te prende, acostate y hundí la panza.

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