Ángeles Mastretta

Dejar huella


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más consentido miembro del clan. Por eso, cuando lo llevamos al campo fue tan insoportable verlo saltar del auto y olvidarse de nosotros para correr tras las vigorosas ancas de una perra rottweiler. No quiso en todo el fin de semana ni escuchar nuestras voces, ni dormir sobre nuestras camas, ni siquiera comer. En mitad de la noche amenazó con rayar sin piedad todas las puertas de la casa, aullaba y plañía como nunca he visto quejarse a alguien en pena de amores. Lo dejamos salir a la noche lluviosa por primera vez en su vida de conde y en la mañana lo vimos indiferente, despeinado y grasiento, siguiendo a la perra a su encierro diurno en un pequeño patio. Pasó el día con ella, hemos de suponer que repitiendo a Quevedo:

      Después que te conocí,

      todas las cosas me sobran:

      el sol para tener día,

      abril para tener rosas.

      Cuando lo sacamos en la tarde para darle de comer aulló hasta que lo regresamos a su encierro. Ahí se quedó febril y displicente, sin voltear a mirarnos, preso de sus deseos como del aire. Lo buscamos en la mañana, seguros de que la oscuridad había sido atroz y de que le urgirían nuestros cuidados, pero él seguía como repitiendo a Quevedo:

      Por mi bien pueden tomar

      otro oficio las auroras,

      que yo conozco una luz

      que sabe amanecer sombras.

      Tenía los ojos mustios y pequeños, estaba exhausto, pero lo dejamos quedarse con su amada hasta que las horas rodaron como quisieron y llegó el momento de regresar. Entonces, sin más piedad que la de los Montesco, lo separamos de su Julieta. Estaba tan exhausto y tan triste que ni siquiera intentó quedarse. Todo su romance había sido una sucesión de frustraciones, saltos equívocos y esfuerzos inútiles. Un desenlace así era esperado por todos, incluso por él, náufrago amante entre desdenes, que había mantenido el vigor y la audacia tan altos como le fue posible.

      Volvimos a casa compartiendo su pena, pero seguros de que al llegar a sus lares encontraría la paz. Sin embargo para el anochecer seguía en un letargo raro. Su respiración era intranquila y azarosa, se había acomodado en un rincón del pasillo y de ahí no quería moverse. La veterinaria intentó calmarnos diciendo que así sufren algunos perros, pueden pasar hasta quince días prendidos al aroma de las hormonas que una perra en celo suelta al aire sin medir los daños:

      ¿y quién sino un amante que soñaba,

      juntara tanto infierno a tanto cielo?

      El buen Quevedo es capaz de salir en auxilio de quien se lo pida. Sin embargo el Gioco estaba tan perdido que no había verso capaz de curarlo. Le pusimos el último acto de Madame Butterfly, Pavarotti le cantó “La donna é mobile”, pero todo fue en vano, el lunes no levantó el hocico del ladrillo, seguía jadeante y lastimoso: Si hija del amor mi muerte fuese... sugirió Quevedo. La familia consternada volvió a llamar al veterinario:

      —Dénle un baño —dijo. Se lo dimos.

      Con las pocas fuerzas que tenía, trató de huir del agua como de una madición:

      Y dije quiera amor quiera mi suerte,

      que nunca duerma yo si estoy despierto,

      y que si duermo, que jamás despierte.

      Cuando lo sacamos del agua, el pelo volvió a brillarle, los ojos encontraron su órbita, las hormonas ajenas dejaron de atormentar su cerebro y algo como el sosiego tomó sus pasos. Dio unos saltos breves, olisqueó nuestras piernas, ambicionó nuestras voces, se dejó guiar hasta un plato de comida caliente y la devoró como en sus mejores tiempos. Había vuelto. Un revuelo de plácemes tomó a la familia, nuestro perro era otra vez él, nuestro perro:

      Mas desperté del dulce desconcierto,

      y vi que estuve vivo con la muerte,

      y vi que con la vida estaba muerto

      dijo Quevedo.

      Canis Novus

      Naief Yehya

      Naief Yehya (Ciudad de México, 1963) es narrador, crítico cultural y pornografógrafo. Ha publicado en diarios y revistas mexicanos, españoles y estadounidenses ensayos así como relatos de ficción acerca del impacto de la tecnología y el fenómeno pornográfico en los medios y en la cultura. Sus libros más recientes son Rebanadas (2012) y Pornocultura. El espectro sexualizado de la violencia en los medios (2013) y Las cenizas y las cosas (2017).

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