Lorena Verzero

Espacios y emociones


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de inmersión que emanan de las atmósferas. Estas son cualidades afectivas-emocionales que caracterizan los espacios, los entornos, y que provocan percepciones de estos espacios y de sus características materiales y culturales: objetos, obras artísticas, artefactos culturales, diseños biopolíticos, materialidades de la infraestructura, etc.

      A grandes rasgos, la perspectiva fenomenológica de la atmósfera hace foco en el involucramiento corporal del ser humano en entornos espaciales, que se manifiesta en efectos en la vida subjetiva, en afectos, sensaciones, percepciones e imaginaciones. El poder de las atmósferas se hace sentir a través de un procedimiento que Peter Sloterdijk denomina “modo de la ciega inmersión” (cit. en Hasse, 2015: 205). Al poder immersivo de las atmósferas no hay que considerarlo como la colonización de un sujeto meramente pasivo, puesto que éste tiene, de diferentes maneras, la posibilidad de negar los “mundos patéticos” y los “milieus sugestivos” (Hasse, 2015: 213) que las atmósferas crean. Al mismo tiempo, los seres humanos no solo “padecen” las atmósferas cuando son hechizados por las luces de un edificio o el interior de una iglesia (Hasse crea el neologismo “patheur” a partir del concepto de “pathos” griego, traducido como ‘dolor’, ‘sufrimiento’, ‘pasión’), sino que también son sus productores (hasta el punto que se puede hablar de toda una cohorte de profesionales que se dedica a la creación de atmósferas) (2015: 43-48).

      Varias voces críticas reprochan a los enfoques del milieu y de la atmósfera que se basen en una visión pasiva del sujeto y que den demasiada importancia a las fuerzas externas que condicionan, limitan o influencian sustancialmente al ser humano. La supuesta afirmación de la prioridad de las fuerzas ambientales y externas implicaría, según estas críticas, una influencia mecánica o determinista en el interior del sujeto, en sus percepciones, humores y acciones, en su estar-en-el-mundo. El cuerpo y el sujeto se reducirían a meras cajas de resonancia, y la vivencia subjetiva y los estados anímicos del ser humano se interpretarían como simples reflejos causados por fuerzas exteriores. Sin entrar en este debate o formular una posición ante estas cuestiones sustanciales, hay que constatar que la dicotomía entre posibilismo y determinismo resulta siempre inherente a las conceptualizaciones del espacio, que abordan la relación recíproca entre sujeto y objeto, entre el ser humano y su entorno. Más allá de estas importantes cuestiones, nos parece en este contexto más productivo averiguar cómo estas perspectivas teóricas vinculadas con el milieu y la atmósfera permiten construir abordajes de la situación del ser humano –a nivel existencial-subjetivo como también en su involucramiento en constelaciones sociales, culturales, colectivas, mediáticas– y pueden informar y dar profundidad a los análisis culturales. Antes de proponer un breve ejemplo de aplicación de estas perspectivas en el análisis literario, sintetizaremos las propuestas que convergen en un tercer concepto teórico: “el afectivo”.

      1.3. El afectivo

      El concepto del afectivo es un neologismo acuñado en el contexto de los estudios de los afectos (Seyfert, 2011, 2014). Su foco está puesto en las dinámicas afectivas que trascurren en los entornos sociales. Estas son conceptualizadas como campos de fuerza según la teoría de los afectos que formularon Gilles Deleuze y Félix Guattari, partiendo de la tradición filosófica del pensamiento de Spinoza, Nietzsche y Bergson. Los afectos implican en esta perspectiva fuerzas de atracción y repulsión, dinámicas corporales que tienen efecto en la constitución de los sujetos. Los afectos son fenómenos que emergen en la interacción y el contacto entre cuerpos en determinados espacios, lo que puede incluir también constelaciones entre cuerpos humanos y no-humanos, entidades materiales de distinto tipo. A partir de la dinámica de las interacciones afectivas entre los distintos cuerpos en contextos sociales, el “afectivo” describe el conjunto de los cuerpos que están involucrados en la emergencia de un afecto: “Llamamos afectivo al contexto y al milieu, que constituye el conjunto de todos los cuerpos implicados y del que emerge un afecto” (Seyfert, 2011: 93). Este enfoque presta máxima atención a los cuerpos presentes en determinados contextos y a los efectos que surgen de la interacción recíproca entre cuerpo(s) y entorno(s). Los “efectos” (Seyfert, 2011: 89) y las potencialidades de los cuerpos son analizados en las maneras en las que los cuerpos perciben su entorno y en los afectos que este produce en ellos. Los efectos y afectos dependen de la capacidad de percibir los entornos y de actuar en ellos, del poder de dejar que los elementos del entorno tengan efectos en los sujetos y de producir al mismo tiempo afectos en estos.32

      La idea central se basa, entonces, en las formas de interacción entre los cuerpos. Las afectaciones y los afectos surgen de la interacción recíproca, cuya energía no nace de las intenciones individuales o de las fuerzas colectivas u objetivas (de ‘las cosas’ del entorno) sino que emerge y se constituye en la interacción misma, como Seyfert enfatiza recurriendo a las recientes teorizaciones de los afectos surgidas en la tradición de Spinoza, como es el caso de The Transmission of Affect, de Theresa Brennan (Seyfert, 2011: 76). Más allá de un enfoque exclusivamente centrado en las emociones humanas, que se interesa por los objetos en su función de ‘objetos transicionales’ (como lo hizo el psicoanalista Donald W. Winnicott) y de depósito de las energías emocionales proyectadas por los seres humanos, la perspectiva de la transmisión afectiva enfatiza que los afectos emergen en la interacción entre objetos y seres vivos en determinados contextos. La fuerza de los objetos emerge justamente en este contacto y estos no tienen un efecto, una fuerza, un significado ya dado de por sí, sino que este depende de la interacción no-linear de la afectización y del ser-afectado (Seyfert, 2011: 76).

      Estas interacciones no se reducen a las interacciones humanas, las realidades mentales, las emociones sociales, ni a la dimensión simbólica y lingüística de la comunicación humana, sino que incorporan también el mundo objetivo, sus fuerzas y las afecciones materiales-físicas y pre-simbólicas (Seyfert, 2014: 799 ss.), o sea, todos los fenómenos intermedios que emergen en el encuentro de los cuerpos de diferente tipo (material/no-material, seres vivos humanos/no-humanos). En este sentido, el neologismo afectivo es heredero del concepto en que se inspira su nueva creación: el “dispositivo” de Michel Foucault (dispositif en francés). Como este, el “afectivo” abarca un conjunto heterogéneo de fuerzas, discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, teorías científicas, disciplinas filosóficas, cuestiones morales (Foucault cit. en Seyfert, 2011: 79). Las relaciones implicadas por el afectivo son, como en la teoría del poder de Foucault, de índole distributivo y no vinculadas a personas, colectivos, etc.. Este conjunto heterogéneo constituye interacciones de fuerzas no reducidas a la comunicación simbólico-lingüística, y transmisiones afectivas y discursivas que contienen lo dicho y lo no-dicho. Al mismo tiempo, los afectivos están situados en contextos históricos y culturales que predisponen las fuerzas y las capacidades de afección/de poder-ser-afectados de los cuerpos. El afectivo corresponde en este sentido al “bloque de perceptos y de afectos” que Deleuze y Guattari acuñaron en ¿Qué es la filosofía? (1993) al abordar los efectos que una obra de arte produce en la situación de su recepción.33 El afectivo recurre a esta lógica afecto-productiva pero toma distancia del “significante” del concepto (‘bloque’) por sus connotaciones estáticas, para expresar mejor su propio significado dinámico y de proceso (Seyfert, 2011: 79).

      La teoría del afectivo pone de relieve lo procesual y relacional de las interacciones. Acentúa la relativa autonomía de los cuerpos, sus capacidades y energías, sin negar las fuerzas reales del milieu o de la atmósfera. El carácter estructurado del afectivo se muestra en las fuerzas que surgen del contexto político-cultural y de las formaciones históricas consolidadas, que se manifiestan en las estructuras de los milieux y las situaciones. La perspectiva contextualizada de tal ecología de los afectos guarda relación con lo que una corriente en los estudios sociales y culturales de las emociones llama “afectividades situadas” (Slaby, 2019). Estas abarcan las sensaciones, los humores, las atmósferas que se producen en el contexto de la interacción entre los cuerpos situados. Son las “signaturas afectivas del enredo con el mundo” (Slaby, 2019: 334), siempre situadas en contextos concretos. Los vínculos con el mundo, enfocados en su valor emocional-afectivo, implican poner la mirada en las relaciones afectivas, las vivencias corporales y las conceptualizaciones cognitivas del mundo. Estos fenómenos estudia el sociólogo Hartmut Rosa en su obra Resonancia. Una sociología sobre la relación con el mundo (2016). Las “resonancias”