Respiró profundamente y rezó en silencio, y luego leyó el encantamiento en voz alta para comprobar de una vez por todas si era un hada.
—Elsune elknoon ahkelle-enama, delmune dalmoon ahktelle-awknamon.
Brystal no se atrevía a mirar, así que se tapó los ojos. Como al principio no percibió ni oyó nada, decidió espiar entre los dedos. Nada parecía haber cambiado lo más mínimo y empezó a animarse de nuevo. Observó las paredes conteniendo el aliento, a la espera de que las flores se materializaran nuevamente, pero no aparecieron. Se le llenaron los ojos de lágrimas y dejó salir un suspiro largo de alivio que acabó convirtiéndose en una risa agradecida y duradera.
—Barrie tenía razón —dijo—. No debemos dejar que un día cambie lo que...
De pronto, las páginas de La verdad sobre la magia empezaron a brillar. Unas aureolas de luz blanca brotaron lentamente del libro e iluminaron la oscura habitación. A medida que se esparcían, se volvían cada vez más y más pequeñas, creando una ilusión de profundidad en todas direcciones hasta convertir la biblioteca secreta en una galaxia infinita.
Brystal se puso de pie y miró a su alrededor, sorprendida. No solo había confirmado que la magia que corría por sus venas era real, sino que nunca había imaginado que fuera capaz de crear algo tan hermoso. Algo tan extraordinario hizo que Brystal olvidara dónde estaba. No sentía que estuviera de pie en la biblioteca secreta, sino flotando en su propio universo estrellado.
—¡Señorita Bailey! ¡En el nombre del rey Campeón, ¿qué demonios está haciendo?!
La voz sobresaltó a Brystal y todas las aureolas de la habitación se desvanecieron de inmediato. Cuando sus ojos volvieron a enfocar, se dio cuenta de que la puerta de metal se había abierto. El señor Woolsore estaba de pie frente a ella con dos guardias armados, y los tres la miraban como si fuera la criatura más desagradable que hubieran visto en su vida.
—¡Esta es la muchacha de la que les he estado advirtiendo! —gritó el señor Woolsore, que la señaló con un dedo tembloroso—. ¡Llevo meses diciéndoles que estaba tramando algo! Pero ¡nadie me creía! ¡Pensaban que estaba loco por creer que una muchachita como ella era capaz de hacer tales cosas! ¡Ahora, mirad, hemos descubierto a una bruja en acción!
—¡Señor Woolsore! —dijo Brystal—. ¡Espere, lo puedo explicar! ¡Esto no es lo que parece!
—¡Guárdate las mentiras para el juez, bruja! ¡Te hemos sorprendido con las manos en la masa! —gritó el bibliotecario, que se volvió hacia los guardias—. No se queden ahí parados, ¡atrápenla antes de que lance otro hechizo!
Brystal se había preparado para que la descubrieran en la biblioteca secreta de los jueces en distintas situaciones, pero nunca pensó que ocurriría cuando estuviera conjurando magia. Antes de que tuviera oportunidad de defenderse, los guardias cargaron contra ella y la sujetaron por los brazos con todas sus fuerzas.
—¡No! ¡No lo entiende! —le rogó—. ¡No soy una bruja! ¡Por favor, se lo suplico! ¡Déjeme demostrárselo!
Mientras los guardias sacaban a Brystal de la habitación, el señor Woolsore le quitó las gafas de lectura del rostro y las partió por la mitad.
—No las necesitarás allí adonde vas —le dijo—. ¡Llévensela!
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