Eva Cantarella

Según natura


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un torrente aborrascado[52].

      Euríalo, retoño de las dulces

      Gracias, y favorito de las Horas,

      las de hermosos cabellos, te criaron

      entre las flores del rosal, sin duda,

      Pero veamos a Teognis, nacido entre el 544 y el 541 en Megara de Grecia, sobre el istmo, y autor de una antología de 1.388 versos en dos libros, el segundo de los cuales, de tema pederasta, revela el amor del poeta por el joven Cirno:

      Es una de las admoniciones al amado, seguida de una irónica invitación:

      Pero he aquí, inevitable, la llegada del dolor:

      Pero el muchacho se resiste:

      Oh joven: ¿hasta cuándo escaparás de mí? ¡Cómo te persigo buscándote! ¡Ojalá me sea posible ver el fin de tu ira! Pero tú, dueño de un corazón violento y altanero, me huyes tan cruel como un milano. Espera un poco y concédeme tus favores: no tendrás por mucho tiempo los dones de la nacida en Chipre, que coronan las violetas.

      Protervo este Cirno. Y también traidor:

      Después, el amor acaba:

      Tampoco falta, en la producción poética de Teognis, el momento de la reflexión por así decir teórica, el de la comparación entre el amor por los muchachos y el amor por las mujeres:

      Así que, de todos modos, Teognis no tiene dudas:

      Debía mi corazón en el momento justo,

      en la juventud tomar amores;

      pero el que de las pupilas de Teoxeno

      mira los brillantes rayos

      y no perece en el deseo,

      su negro corazón ha forjado de acero y

      hierro con fría llama;

      no honra a Afrodita de los brillantes ojos,

      con furor se afana en el lucro

      con impudicia de hembra

      se arrastra por un frío sendero.

      Pero por su voluntad

      yo me consumo bajo los rayos

      como la cera de las sagradas abejas,

      cuando veo en los frescos miembros

      A la inmediatez de la inspiración, que hace evidente el transporte erótico que los griegos experimentaban por las personas de su sexo, los versos de los poetas líricos añaden la capacidad de transmitir, sin necesidad de declaraciones explícitas de principio, el significado de estos amores, el valor cultural que tenían, y las reglas de ética sexual a las que debían adecuarse.

      El amor ligaba un adulto a un muchacho que era amado, en primer lugar, por su belleza: y la belleza para los griegos –es inútil repetirlo– era pareja de la virtud.

      Aun siendo una relación erótica, por otra parte, la relación con un muchacho no era puramente sexual: estaba estrechamente ligada a la sociabilidad, a los ritos conviviales, a momentos de encuentro en los que el pais no era solamente objeto de deseo. Era un compañero de experiencia, que con el amante y gracias a él conseguía disfrutar del modo justo y en la justa medida de los placeres de la vida: el canto y la danza, el vino y el amor. Y ya esto, inevitablemente, hacía al amor homosexual superior al amor por las mujeres, que no podían ser compañeras de la vida social (a menos que fuesen danzarinas, flautistas y hetairas: son estas, en efecto, las figuras femeninas presentes en la lírica). Y para terminar, para un muchacho ser amado era signo de honor, prueba de su excelencia, confirmación de sus virtudes. El que era amado, en suma, no debía temer la reprobación si aceptaba las ofertas