su causa en el estado de sociabilidad, pero que, para poder profundizar en la exploración de este estado, había que empezar primero por conocer al hombre mismo como lo formó la naturaleza. Pero este conocimiento, escribe Rousseau, no resulta fácil debido a que el hombre moderno es semejante a la estatua de Glauco: “A semejanza de la estatua de Glauco, que el tiempo, el mar y las tormentas llegaron a desfigurar hasta el punto de que ya no parecía un dios sino una bestia feroz, el alma humana alterada en el seno de una sociedad por mil causas reiteradas […] terminó por cambiar de apariencia hasta quedar casi irreconocible” (Rousseau, 2012: 29-30). Desde entonces la humanidad ha estado viviendo alterada, irreconocible para sí misma, en el seno de una sociedad descrita, primero, como sociedad capitalista industrial y, después, como sociedad (industrial) del riesgo.
Nikolái Fómich, Víktor Latún, Andréi podrían sumarse al discurso de Rousseau cuando afirman con desesperación que la ciencia está muy bien, ¿cómo no va a estarlo?, pero, ¿qué con el hombre?, ¿qué con la vida humana? La madre de Andréi, la narradora y cantora Maria Fedótovna Vélichko, complementa los decires del filósofo ginebrino con sus propias palabras: “Dios nos mandó la señal de que el hombre ya no vive en su propia tierra” (Rousseau, 2012: 238). Las víctimas de SARS-CoV-2 que han enfermado y se han recuperado o que han perdido a sus familiares sin la oportunidad de darles el último adiós también claman por un giro, por “cambiar la mentalidad”. Es el caso de la joven mexicana Kenia Espinoza, que pide “no bajar la guardia”, porque la COVID-19 “te decapita la salud y te derrumba emocionalmente” (Cárdenas, 2020), y que perdió a su abuela sin poder despedirse de ella, o del policía local de Ceuta, España, Manuel Navia, quien tras sufrir en carne propia el deshacimiento de sus entrañas, afectadas por el virus, y escuchar los lamentos de los enfermos de las camas concurrentes en el hospital, suplica: “Hay que cambiar la mentalidad, os lo pido desde el sufrimiento porque lo que he vivido ha sido un infierno que no quiero que nadie lo viva” (Echarri, 2020).
En este libro ofrecemos a los lectores reflexiones que pretenden contribuir a la búsqueda de soluciones a la situación por la que atravesamos como humanidad, debida a los excesos de un modelo de desarrollo que promueve un modo de vida con costos muy altos. Para realizar estos capítulos no hemos partido de la pandemia provocada por el SARS-CoV-2, pues, como explicamos arriba, el trabajo inició unos meses antes. Hemos tomado situaciones que son análogas e igualmente riesgosas y graves. Algunas autoras y algunos autores han optado por mencionar aspectos vinculados con la pandemia, otras y otros no. Esto ha quedado al criterio de cada una y uno.
El libro está divido en cuatro secciones. En la primera, “Sociedad del riesgo, racionalidad científica y perspectivas histórico-sociales”, se incluyen dos capítulos que abordan la temática del riesgo desde perspectivas amplias. En el primero, de mi autoría, que lleva como título “Sociedad del riesgo: racionalidad científica y construcciones sociales”, recorro brevemente la discusión que comienza con la crítica a la racionalidad científica, a la razón enferma, realizada por los integrantes de la Escuela de Frankfurt; continúo con el giro que da Beck a esa discusión y, finalmente, recurro a autores latinoamericanos y de otros países de la periferia que piensan en epistemologías y modernidades alternativas, para proponer que en esos “otros saberes” está quizá la cura de la razón que puede contribuir a construir un mundo en el que se opta por la vida y no por la autodestrucción. En el segundo capítulo, titulado “La sociedad del riesgo y el pozo del que podemos beber agua pura: una visión desde la trayectoria histórica de la sociedad mexicana”, Brígida von Mentz analiza expresiones del riesgo de morir de numerosos mexicanos en contextos específicos a partir de la trayectoria histórica de la sociedad. Tras este recorrido, ante el riesgo que se percibe a morir en una pandemia, propone que en un pozo de tradición histórica podemos encontrar “aguas claras y puras, que nos refresquen y alienten” a mantener la esperanza de un mundo mejor.
La segunda sección del libro se titula “Sociedad del riesgo y tecnología” y está conformada por tres capítulos. En “Apuntes sobre el peligro de la deshumanización en las sociedades del riesgo y su racionalidad tecnocientífica”, Samadhi Aguilar Rocha ofrece una perspectiva crítica de las sociedades del riesgo y analiza la amenaza de deshumanización que generan los procesos civilizatorios de la llamada hipermodernidad, basados en sistemas globales y en el desarrollo tecnocientífico. Vicente Arredondo Ramírez, en “Riesgos de la sociedad cibernética”, aporta elementos para reflexionar sobre los posibles peligros personales y sociales que enfrentamos debido al desarrollo de la cibernética. Para ello, en primer lugar, da cuenta de aspectos centrales del avance cibernético vinculado a la Internet. Posteriormente, distingue diversos tipos de riesgo en las dimensiones personal y colectiva, y, finalmente, insiste en la necesidad de estar conscientes de ellos para que la tecnología verdaderamente esté al servicio del ser humano. Por su parte, en el capítulo “En el mundo digital, el principal riesgo somos nosotros”, María Luisa Zorrilla Abascal introduce la idea de la “sociedad digital de riesgo”. A partir de ella, analiza los riesgos construidos socialmente por quienes participan en el “mundo digital”. Ante un panorama que califica como poco favorable, propone apostar por “usos más competentes, solidarios y estratégicos de la tecnología”.
La tercera sección se titula “Sociedad del riesgo y educación”. El capítulo de Elisa Lugo Villaseñor y Cony Saenger Pedrero, “Cultura de seguridad y del cuidado: retos y desafíos desde la formación universitaria para enfrentar la sociedad del riesgo”, es resultado de una investigación que tuvo como objetivo indagar la manera en la que las universidades públicas conforman la cultura de la seguridad y de prevención del riesgo. Las autoras parten del supuesto de que la universidad atiende necesidades sociales y promueve la cultura de seguridad y cuidado y confirman, al cabo del estudio, que, en efecto, en estas instituciones se promueve el cuidado de sí. También concluyen que se han diseñado carreras para la atención de riesgos. “La educación superior en busca de rumbo”, capítulo de Ana Esther Escalante Ferrer, presenta un análisis de la función de la universidad pública en el contexto de la sociedad del riesgo. La perspectiva de la autora no es del todo optimista, ya que considera que las universidades no pueden responder a los grandes desafíos que plantea el escenario de la industria 4.0 y, de paso, a la responsabilidad con el planeta ante la crisis socioambiental. Según Escalante, la universidad está rezagada: continúa preparando profesionales para ocupaciones que tienen menos relevancia actualmente y no atiende los problemas sociales derivados del contexto de riesgo.
El primer capítulo de la cuarta y última sección, “Sociedad del riesgo, trabajo y actividades productivas”, es de Elsa Guzmán Gómez y lleva por título “Escenarios de riesgo del maíz nativo en México”. La autora refiere que hoy el maíz en México, que es de origen biológico y tiene una larga historia cultural, se enfrenta a escenarios que amenazan su supervivencia. Estos escenarios están relacionados con imaginarios construidos desde la modernidad occidental, los cuales promueven su desaparición. Guzmán muestra que el maíz nativo persiste porque hay actores que se resisten a que los mercados globales acaben con él y con su entorno cultural. Posteriormente, en “Trabajo y riesgo entre las jornaleras y jornaleros agrícolas en México”, Alex Ramón Castellanos Domínguez, teniendo como marco la discusión sobre los enfoques del concepto de riesgo planteados en las ciencias sociales, describe la realidad que la población jornalera de México vive cada año. Refiere casos de familias jornaleras víctimas de enfermedades provocadas por plaguicidas y destaca los riesgos que implica el uso de agroquímicos actualmente. Asimismo, señala la fragilidad de la población jornalera ante la pandemia. Por su parte, en “Vulnerabilidad y trabajo: precarización del empleo en la zona metropolitana de Cuernavaca”, Francisco Rodríguez Hernández y Fidel Olivera Lozano analizan el empleo asalariado en la zona metropolitana de la capital de Morelos, México, y describen lo que denominan vulnerabilidad laboral en esta zona del estado que consiste, entre otras cosas, en la dificultad de conservar empleo digno o la remuneración adecuada. Como resultado de esta situación, predomina el trabajo precario y las bajas remuneraciones, lo que explica el empobrecimiento de esta metrópoli en la última década.
Esperamos que estas líneas resulten de interés a todos aquellos que, como nosotros, bregan a diario por un mundo con mejores condiciones de vida, con justicia social y con futuro. No hay que olvidar que somos mayoría.
Referencias