Carlos Astarita

Del feudalismo al capitalismo


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con la historia que se elabora desde el dato. En esta separación entre sociología histórica e historia nos abstenemos de apreciar los regímenes conceptuales, un asunto ahora secundario. El aspecto sustancial, que la práctica profesional del historiador rechaza, puede sintetizarse diciendo que, con el modelo, el movimiento conceptual deja de captar el movimiento real, aun cuando ese modelo se constituya con un montaje de elementos reales. Concentremos la observación en un representante prototípico de ese proceder de la sociología retrospectiva, Perry Anderson.

      Anderson (1979) busca las causas del estado absolutista en la caída de ingresos señoriales y la lucha de clases, factores que decidieron, según su opinión, que la clase feudal compusiera una organización burocrática. Estos atributos se constatan. Pero el problema es que esa relación causal entre dificultades de la clase dominante y estado, establecida con abstracción de la cronología, del devenir histórico, no da cuenta del proceso formativo concreto del estado, cuestión que se fundamenta en el capítulo 3, y que ahora nos limitamos a contemplar desde el punto de vista metodológico.

      En suma, Anderson ofrece un modelo compuesto por una integración de elementos históricos que no dan cuenta de la historia. Se acerca al plano real sin manifestarlo verdaderamente. Es en este punto donde la construcción modélica se aleja de los historiadores de oficio (y también de la epistemología de Marx), en la misma medida en que se acerca al tipo ideal de Weber.

      Esta diferencia epistemológica entre dos padres fundadores de las ciencias sociales ha obtenido hoy un significado trascendental, aunque poco reconocido. Lejos de ser una diferencia diáfana, reina aquí la mayor de las confusiones, en buena medida debido a la simbiosis de categorías analíticas usadas por autores que se adhieren a uno u otro principio. El problema se traduce en un rechazo tácito, que se refleja en la indiferencia que sufren eximios representantes de la sociología histórica por parte de muchos historiadores, y no en un reconocimiento de las cuestiones gnoseológicas de fondo. Suele interpretarse ese desinterés por la falta de vocación teórica de los historiadores adiestrados en el positivismo, pero esa impronta positivista de origen no agota de ninguna manera la explicación. Veamos las bases del desencuentro.

      La subjetividad cognitiva se reproduce en el objeto construido, destinado a dilucidar el sentido de la acción social. Esto constituyó el desvelo de Weber, paradigmáticamente manifestado en su estudio sobre el empresario que, guiado por un deber ético, se consagra al ejercicio metódico de una profesión lucrativa (Weber, 1977). La preocupación se reencuentra, en su forma descarnada, en una diversidad de autores. Puede ser la acción de la nobleza organizando su estado (Anderson), la del individuo evaluando beneficios comerciales que determinarán su modo de producción (Wallerstein) o el campesino superando la falta de medios de subsistencia con la organización de su capitalismo agrario (Brenner, 1986a; 1986b). Todos evocan al hombre económico de Weber, que éste imaginaba puntual, diligente, moderado, y que, en la búsqueda de ganancia legítima, originaba su capitalismo moderno.

      El énfasis en el pronombre posesivo manifiesta el carácter de la objetivación. Es un desprendimiento natural de la sociología interpretativa de Weber, y de la escuela kantiana de Heidelberg, que, rechazando las generalizaciones objetivas del positivismo, encuentra en la comprensión (Verstehen) de los comportamientos humanos el origen y la explicación causal de los fenómenos sociales. Aunque Weber fue una autoridad influyente, la densidad de sus escritos, incrementada con el tiempo hasta opacar su contenido, permite pensar que en la transmisión del criterio participaron otros autores como Durkheim, Parsons o Malinowski, sin descartar a figuras políticas de la socialdemocracia como Bernstein. Con estas diferentes versiones kantianas se explicaría satisfactoriamente la influencia, tan extendida, del sistema hasta la actualidad.

      En su identidad con la teoría general que describimos, Brenner introduce un matiz diferente con relación a Weber, en lo que se refiere a la formación del capitalismo agrario, aunque no en lo que hace a la formación del estado, que brota, igual que para Anderson, directamente de la acción intencionada (ver, además de lo citado, Brenner, 1996). En el nivel económico, los individuos que deben enfrentar dificultades, y que por ello racionalizan su actividad, ponen en marcha de manera involuntaria una lógica capitalista de crecimiento autosostenido. El capitalismo, en consecuencia, se origina por la acción racional como situación dada, no como situación racionalmente buscada, como una consecuencia no intencionada de la acción de actores individuales precapitalistas (Brenner, 2001). Es por ello que el origen del capitalismo tiene, para Brenner, una dimensión contingente que explica la singularidad inglesa de su esquema. En ese rasgo accidental se inhibe captar el doble movimiento de reproducción y transformación de la estructura.