Tomás Bonavía Martín

Psicología y economía


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Es altamente improbable. Apenas es posible dominar algunas cuestiones o especialidades de la economía. Lo mismo ocurre con la psicología.

      Sin embargo, los límites y fronteras entre ambas disciplinas son muy ambiguos y arbitrarios. Es un problema del que no está exenta ninguna ciencia social (Gil et al., 2004). Pero, si bien es cierta la improbabilidad de encontrar expertos en ambas disciplinas, sí que es posible que algunas personas puedan estudiar conjuntamente algunos aspectos de la economía y de la psicología en vez de diferentes aspectos de cada campo por separado. No es exagerado suponer que sea posible adquirir una base formativa en ambas materias. Por lo que, consecuentemente, también es viable especializarse en psicología económica.

      Éste es el cometido de la psicología económica: adquirir una base de conocimientos estudiando conjuntamente algunos fenómenos de la economía y de la psicología. De igual modo, éste es el objetivo de este texto, que no es un manual en sentido estricto y que ve justificado así su contenido orientado a conceptuar la psicología económica, introduciendo a los estudiantes de psicología en esta materia y por qué no, a todos aquellos que de alguna manera, por su formación o intereses, estén preocupados por estudiar la conducta económica.

      Esta división del trabajo, que tantas ventajas trae a la sociedad, no es en su origen efecto de una premeditación humana que prevea y se proponga, como intencional, aquella general opulencia que la división dicha ocasiona: es como una consecuencia necesaria, aunque lenta y gradual, de cierta propensión genial del hombre que tiene por objeto una utilidad menos extensiva. La propensión es de negociar, cambiar o permutar una cosa por otra.

      No es nuestro propósito inquirir si esta propensión es uno de aquellos principios ocultos de que la naturaleza humana no puede darse, en su línea, ulterior razón, o si es, según parece más probable, una consecuencia de la razón del hombre, de su discurso y de su facultad de hablar. Lo cierto es que es común a todos los hombres y que no se encuentra en los demás animales, los cuales ni conocen, ni pueden tener idea de contrato alguno... El hombre con una razón superior a aquel instinto usa de las mismas artes con sus hermanos, y cuando no halla otro modo de inducirles a obrar conforme a sus intenciones procura granjearles la voluntad por medio de gestiones serviles y lisonjeras. Pero no en todos los tiempos se le ofrecen ocasiones oportunas de hacerlo así. En una sociedad civilizada se ve siempre obligado a la cooperación y concurrencia de la multitud, porque su vida toda apenas puede ser periodo suficiente para granjearse la voluntad de un grupo de personas... Pero el hombre se halla siempre constituido, según la ordinaria providencia, en la necesidad de ayuda de su semejante, suponiendo siempre la del primer Hacedor, y aun aquella ayuda del hombre en vano la esperaría siempre de la pura benevolencia de su prójimo, por lo que la conseguirá con más seguridad interesado en favor suyo el amor propio de los otros, en cuanto a manifestarles que por utilidad de ellos también les pide lo que desea obtener. Cualquiera que en materia de intereses estipula con otro, se propone hacer esto: «dame tu lo que me hace falta, y yo te daré lo que te falta a ti». Ésta es la inteligencia de semejantes compromisos, y éste es el modo de obtener de otra mayor parte en los buenos oficios de que necesita en el comercio de la sociedad civil. No de la benevolencia del carnicero, del vinatero, del panadero, sino de sus miras al interés propio es de quien esperamos y debemos esperar nuestro alimento. No imploramos su humanidad, sino acudimos a su amor propio; nunca les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas. Sólo el mendigo confía toda sus subsistencia principalmente a la benevolencia y compasión de sus conciudadanos, y aun el mendigo no pone en ella toda su confianza. Es cierto que la caridad de un pueblo compasivo le suministra todo el fondo de sus subsistencia, pero aunque este principio sea el que al fin de un análisis le provea de todo lo necesario para la vida, ni se lo suministra ni puede suministrárselo por el orden con que va el pobre necesitándolo. La mayor parte de sus urgencias ocasionales se van remediando por el mismo estilo que las del resto del pueblo, por contrato, por cambio y por compra. Con el dinero que se le da de limosna compra la comida; los vestidos viejos que uno le da los cambia por otros usados también, pero que le vienen mejor, o los da en cambio de albergue, de comida, o de dinero, con el que se habilita para comprar vestido, o para pagar casa en que vivir, según lo exija su necesidad.

      Como que la mayor parte de los buenos oficios que de otros recibimos, y que necesitamos, los obtenemos por contrato o por compra, esta misma disposición permutativa es la causa original de la división del trabajo...

      La diferencia entre los caracteres más desemejantes, como entre un filósofo y un esportillero, parece proceder no tanto de la naturaleza como del hábito, costumbre o educación. En los primeros períodos de la vida de aquéllos, a los seis o siete años de su edad, serían acaso muy semejantes y ni sus padres ni sus compañeros podrían advertir diferencia alguna notable. Al poco tiempo principiaron a ocuparse en diferentes destinos y entonces principió a formarse idea de la diferencia de talentos, la que fue creciendo por grados hasta que la vanidad del filósofo ni aun quiso que le llamasen semejante. No verificándose la aptitud para el cambio y la venta, cada hombre tendría que granjear por sí y para sí todo lo necesario y útil para su sustento y conveniencia. Todos entonces hubieran tenido las mismas obligaciones que cumplir, idénticas obrar que hacer, y no hubiera habido aquella diferencia de empleos que da motivo ahora para una variedad tan grande de genios y de talentos como se nota en los hombres.

      ADAM SMITH (1776): La riqueza de las naciones. Extractos del capítulo II. «Del principio que motiva la división del trabajo» (traducción de José Alonso Ortiz de 1794, Ediciones Orbis, 1983, pp. 56-60).

      1. Analice la evolución de las ciencias económicas a partir de la obra de Adam Smith.

      2. Comente las circunstancias que contribuyeron al alejamiento de la psicología de las ciencias económicas.

      3. Valore las posibles confluencias entre economía y psicología.

      4. Considere y comente las potenciales contribuciones que la economía puede hacer a la psicología en general.

      5. Valore las dificultades que ha tenido para comprender el presente capítulo y considere las vías y estrategias que puede seguir en el futuro para su superación.

      ESTEFANÍA, J. (2001): Diccionario de la nueva economía, Madrid, Planeta.

      GALBRAITH, J. K. (1991): El profesor de Harvard, Barcelona, Seix y Barral.

      HERMIDA, J. M. (1995): Como leer y entender la prensa económica, Madrid, Temas de hoy.

      HUMEL, A. (1994): Iniciación a la economía, Madrid, Acento editorial.

      MENARD, M. (1994): Diccionario de términos económicos, Madrid, Acento editorial.

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