Mane Tatulyan

La Singularidad Radical.


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La Singularidad Radical

      La Singularidad Radical

      Mane Tatulyan

      Índice de contenido

       Portadilla

       Legales

       El peso del vacío o la autopsia de la modernidad

       La epidemia de la liberación

       Lo atómico y lo anatómico

       La humanidad in vitro

       Lo viral

       El big bang o el big data

       El cadáver del arte

       Lo poshumano o lo post mortem

       La singularidad

       Referencias

      LA SINGULARIDAD RADICAL

      Ensayo sobre los fenómenos singulares.

      Mane Tatulyan

      © 2021 Mane Tatulyan

      © 2021, de la presente edición:

      Experimenta Editorial

      Calle Investigación, 7,

      Pol. Ind. Los Olivos.

      28906 Getafe, Madrid, España

      www.experimenta.es

      Dirección editorial: Marcelo Ghio

      Diseño: Mane Tatulyan

      Corrección: Ana Briz Blanco

      ISBN: 978-84-18049-65-1

      Digitalización: Proyecto451

      Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, http://www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

      De un destello ha nacido el Hombre

      En el pentagrama del universo

      Como un poema indescifrado

      Del encuentro singular

      Entre la luz y la palabra.

      Hubo un tiempo en el que el hombre tenía un cielo dotado de una riqueza pletórica de pensamientos y de imágenes. El sentido de cuanto es radicaba en el hilo de luz que lo unía al cielo; entonces, en vez de permanecer en este presente, la mirada se deslizaba hacia un más allá, hacia la esencia divina, hacia una presencia situada en lo ultraterrenal, si así vale decirlo. Para dirigirse sobre lo terrenal y mantenerse en ello, el ojo del espíritu tenía que ser coaccionado; y hubo de pasar mucho tiempo para que aquella claridad que solo poseía lo supraterrenal acabara por penetrar en la oscuridad y el extravío en que se escondía el sentido del más acá, tornando interesante y valiosa la atención al presente como tal, a la que se le daba el nombre de experiencia. Actualmente, parece que hace falta lo contrario; que el sentido se halla tan fuertemente enraizado en lo terrenal que se necesita la misma violencia para elevarlo de nuevo. El espíritu se revela tan pobre que, como el peregrino del desierto, parece suspirar tan solo por una gota de agua, por el tenue sentimiento de lo divino que, en general, necesita para confortarse. Por esto, por lo poco que el espíritu necesita para contentarse, puede medirse la extensión de lo que ha perdido.

      G. W. F. Hegel, Fenomenología del espíritu

      El ruido de los medios es la sinfonía de la época. El barroco de los datos, nuestro arte proliferado y viral. La agenda global, la arquitectura cívica e ideológica. Después del entierro de lo humano, parece haber florecido una nueva civilización. Estos nuevos humanos parecen haber alcanzado el infinito, disparados de la Tierra más allá de Marte, al ciberespacio sideral de la información. Al menos se alcanzó la igualdad (u homogeneización) total, ya que no hay ninguna distinción entre lo real y lo virtual, lo humano y lo artificial. Así es la vida en la biosfera de información de la Aldea Global: todos somos eco y sobre todo friendly y, a cambio, la liturgia de lo orgánico libera la conciencia (fat free, sugar free, GMO free, TACC free, CO2 free) y la red digital, el cuerpo; cada vez más liviano, cada vez más dócil, como la vida o el vacío.

      En su momento, habíamos inventado el cielo. La Tierra no había sido suficiente para calmar las incertidumbres terrenales, ni para la inmortalidad. El espacio del cosmos era demasiado gigantesco para estar vacío, para haberse creado de la nada. Lo inundamos de mitos, de historias, de deseos. Para llenar la inmensidad del cosmos, creamos una idea más grande que el universo mismo. Lo llamamos Dios. Era tan solo cuestión de tiempo que lo que una vez estuvo vacío se convirtiera en un dogma, en un reino, en un peso. El Creador jamás habría sospechado que la génesis del hombre terminaría siendo su propio asesinato y que, al final, terminaría muriendo él también (como tal vez nos suceda a nosotros con los robots). No hay lugar para el hombre y Dios. Dios ya está muerto (como la historia o la Ilustración). Ni siquiera congelado (como Walt Disney) para la posibilidad de una futura resurrección. Y la muerte (o el olvido) no es fatal por ser el fin de las cosas, sino por ser el principio del vacío.

      El hombre muere para que nazca Dios. Luego Dios muere para que nazca el sujeto. Luego muere el sujeto, y nos queda tan solo un mundo objetivo y realizado.

      Se dice que vivimos en un periodo llamado Posmodernidad (que ni siquiera somos capaces de definir). El delirio posmodernista no es más que la histeria de la pérdida. Dios ha muerto, Marx ha muerto, el hombre ha muerto, la economía ha muerto y solo queda el caos de las apariencias (Sokal y Bricmont). Ni la Modernidad ni sus sólidos pudieron sobrevivir a esta fatalidad, a esta delirante reproducción hacia el infinito por el olvido del sentido (o del relato). Incluso más que una pos Modernidad, deberíamos llamarla anti Modernidad, pues es la antítesis histórica (e histérica) de la Idea moderna. La Modernidad liberada de su Idea convirtió el progreso en progresismo, la libertad en liberación, la Razón en inteligencia artificial, el hombre en información, el humanismo en transhumanismo y así sucesivamente hasta el infinito. La paradoja es que la ideas se destruyen tanto por su desaparición como por su exceso. Tanto el progresismo como la liberación o el transhumanismo son formas de lo excedente, de lo canceroso, de lo que abandona sus raíces (ya muertas) y crece por encima de su razón original (con la fórmula de Gehlen: «Las premisas de la Ilustración están muertas, pero sus consecuencias siguen en marcha»). Habermas: «Una vez rotas las conexiones internas entre el concepto de Modernidad y la comprensión que la Modernidad obtiene de sí desde el horizonte de la razón occidental, los procesos de modernización que siguen discurriendo