privilegios de la alianza, Dios había dado a Abrahán tres específicas promesas:
— Llegaría a ser “una gran nación”
— Tendría un “gran nombre” y
— En su “semilla” (descendencia) serían bendecidas todas las naciones.
Después de la muerte de Abrahán, Dios comenzó a cumplir la primera promesa. Dispuso las cosas para que la familia de Abrahán viajase a Egipto, una tierra donde había abundancia de comida y la guerra era por entonces rara. Allí, los hijos de Abrahán fueron prolíficos y se multiplicaron hasta llegar a ser una “gran nación”. Todo lo que necesitaban ahora era su propia tierra para vivir allí. Así que Dios le envió un líder y sabio, Moisés. Este les sacó de Egipto y le llevó al Monte Sinaí en el desierto, donde les dio una “constitución” basada en los Diez Mandamientos. Aquí, también, Dios hizo una alianza con los hijos de Abrahán. Esta alianza recibe diferentes nombres:
— “La Alianza Mosaica” porque la realizó con Moisés;
— “La Alianza del Sinaí” porque se estableció en el Monte Sinaí, o
— “La Antigua Alianza” porque más tarde daría lugar a la Nueva Alianza en Jesucristo.
En la cumbre del Sinaí, Moisés roció con sangre de cordero a los israelitas y el altar de Dios. Esto manifestaba que Dios e Israel compartían ya la misma sangre (Ex 24, 8). Ellos eran una familia. Israel era el “primogénito” de Dios (Ex 4, 22) tal como Adán lo había sido. Allí Moisés obtuvo los Diez Mandamientos de Dios, que apareció en el Monte Sinaí en una tormenta:
Alianza Mosaica
El rostro de Moisés brillaba en la presencia de Dios.
Pero lo mismo que Adán, Israel rompió la alianza. En solo cuarenta días, Israel se apartó de Dios y volvió a adorar los dioses animales de Egipto (Ex 32). Pero Moisés intercedió por el pueblo, y Dios lo perdonó. Dios renovó la alianza, pero añadió muchos más preceptos como una especie de penitencia por los pecados de Israel (Ex 34, Lv 27). Esta es la imagen que utilizaremos para recordar la ruptura de los Diez Mandamientos y la adición de más leyes:
Israel necesitaba aún más espacio propio para vivir, así que después de un año en el Sinaí, Moisés los condujo a través del desierto hacia la Tierra Prometida. Los israelitas, sin embargo, se rebelaron al menos diez veces contra Dios en el desierto. Un viaje de unas pocas semanas terminó llevándoles cuarenta años. Dios tenía que cambiar la alianza después de cada rebelión hasta que tomó su forma final en el Libro del Deuteronomio. Aquí, los preceptos de la alianza fueron a veces ásperos y algo parecidos a una ley marcial o una represión contra el crimen. Moisés no estaba contento con Israel después de sus cuarenta años de rebeliones en el desierto. Aquí le vemos, entregando las leyes del Deuteronomio:
Tras la muerte de Moisés, su lugarteniente Josué condujo a Israel a la Tierra Prometida. Israel vivió en el país bajo las leyes del Deuteronomio durante generaciones, con pocos cambios en sus relaciones con Dios. Pero cientos de años después de Moisés, el pueblo de Israel pidió a Dios que le diera un rey que los gobernase, y el segundo rey que tuvo fue un hombre notable, un “ganador” en la historia de la salvación: David.
Ungir es derramar o untar aceite en la cabeza de alguien. En los tiempos antiguos, eso se le hacía a una persona para que desempeñara un rol especial, como rey, sacerdote o profeta. La unción de David fue especial porque él quedó abierto al Espíritu de Dios. Cuando el profeta Samuel ungió a David como rey de Israel, el Espíritu Santo vino y permaneció en David «desde aquel día» (1 S 16, 13). Dios bendijo a David en todo lo que hizo. Subió al trono, remplazando a su suegro Saúl como rey.
David hizo de la adoración a Dios su real prioridad, y Dios se complació. Concedió a David una alianza, una relación especial por la que David y sus hijos disfrutarían de la posición de hijos de Dios. Dios cuidaría a David y a sus herederos, expandiendo su reino hasta cubrir toda la tierra. De ese modo, las bendiciones de Dios se extenderían primero desde el rey a Israel y luego a toda la tierra.
Dibujamos esto para ayudarnos a recordar a David y la alianza que recibió como rey en el Monte Sion, también conocido como Jerusalén. Junto al rey está el Templo construido por Salomón, el hijo de David:
Alianza Davídica
Bajo la Alianza davídica, Israel prosperó durante los reinados de David y su hijo Salomón. Pero más tarde, en el reinado de Salomón, las cosas fueron a peor: Salomón empezó a adorar a otros dioses. Después de Salomón, muchos de los hijos de David no quisieron vivir como hijos del verdadero Dios. En vez de eso, muchos prefirieron ser sirvientes o incluso esclavos de dioses extranjeros y sus ídolos. Esos dioses extranjeros no eran dioses en absoluto; a veces eran incluso demonios.
Como resultado, el reino de Israel se dividió entre los reinos del norte y del sur. Ambos comenzaron a declinar. En unos trescientos años, los enemigos destruyeron primero el reino del norte y luego el del sur, y llevaron al pueblo al exilio. ¿Qué estaba haciendo Dios durante este tiempo? Envió a los grandes profetas para advertir a su pueblo que volviese con él. Esos fueron los famosos profetas, hombres como Isaías, Jeremías y Ezequiel.
Los profetas predicaron un mensaje básico a Israel: “primero las malas noticias y luego las buenas”. Las malas eran que Dios les castigaría porque el pueblo había roto la Alianza mosaica, especialmente los Diez Mandamientos. La buena noticia era que Dios haría una nueva alianza restaurando todas las bendiciones prometidas a David.
Aquí va un dibujo de un profeta predicando en Jerusalén. Las imágenes de la Alianza davídica están en líneas de puntos porque son una futura realidad. En algún momento en el futuro, Dios enviará un nuevo Hijo de David que construirá un templo mejor y restaurará el reino de Israel:
Nueva Mosaica
Cuando abrimos el Nuevo Testamento y comenzamos a leer, Israel está aún en este último estadio, “profético”, de la historia de la salvación. Han pasado varios cientos de años desde que uno de los grandes profetas pasó por la tierra, pero sus escritos permanecen, y muchos israelitas están convencidos de que el tiempo del cumplimiento está muy cerca. El prometido hijo de David puede llegar en cualquier momento, tomar el control de Jerusalén, y restaurar el reino.
De hecho, hubo dos significativas “falsas alarmas” justo antes y durante la vida de Jesús. Surgieron gobernantes que parecían, de algún modo, cumplir las profecías. Pero luego sus dinastías se desintegraron y las esperanzas se desvanecieron.
La primera causa de falsas esperanzas fueron los Macabeos (o Asmoneos), una familia sacerdotal israelita del centro montañoso del país. Hombres de esta familia se levantaron para vencer a las fuerzas de lengua griega que estaban oprimiendo a Israel en los seis “episodios” de alianzas que preceden al Nuevo Testamento: años 100 antes de Cristo. Los Macabeos ganaron eventualmente la independencia en torno al 164 a. C., formaron un gobierno en torno al 140 a. C., y gobernaron hasta el 37 a. C. Algunos de sus últimos gobernantes tomaron el título de “rey”.
En la cima de su poder, los Macabeos extendieron el reino de Israel casi hasta los límites de David y Salomón. Jerusalén, su capital, se hizo muy rica. Parecía como si la prometida restauración del reino estuviese al alcance de la mano, pero había un problema: los Macabeos tenían una mala genealogía. Los profetas habían prometido un rey del linaje de David. Pero los Macabeos descendían de Leví, la tribu de los sacerdotes, no de los reyes. Así que los Macabeos desaparecieron,