miles de personas se acercaron a ver a la santa. Ella empezó a distribuir pequeñas tarjetas blancas y yo pensé: «Parecen tarjetas de visita, ¡yo quiero una!». Me puse a la fila con otras personas y, cuando llegué cerca de la Madre, ella me dio una tarjeta en la que estaba escrito:
El fruto del silencio es la oración,
el fruto de la oración es la fe,
el fruto de la fe es el amor,
el fruto del amor es el servicio,
el fruto del servicio es la paz.
Pero todo empieza con el silencio. Todo empieza con Nazaret, todo empieza con el desierto. Nazaret también tiene que ver con «ser familia», ser una hermana universal, para eliminar todas las fronteras y diferencias. Porque, como Carlos de Foucauld, estamos llamados a ser hermanos y hermanas universales.
Nazaret es también amor hacia los más pequeños en Cristo, los menores de nuestros hermanos y hermanas, que son Jesús en un angustioso disfraz, en una apariencia perturbadora. Nazaret es también relación con Oriente Medio, con el islam, con Tierra Santa –también llamada el quinto evangelio–, esa parte del mundo tan lacerada por la violencia. Esa parte del mundo de donde viene la madre Olga, donde nuestros hermanos y hermanas están sufriendo tanto. En algunos lugares, las casas donde viven los cristianos están marcadas con la letra «N», porque los cristianos son conocidos como los nazarenos. Nosotros somos nazarenos de Nazaret. Hoy, aquí, están dibujando en los muros y en vuestros corazones esa «N». Peregrinad como hermanas, Hijas de María de Nazaret.
René Voillaume, en su Retraite au Vatican, habla de la vida de Jesús en Nazaret como perdu dans la foule (perdido entre la multitud); la vida escondida de Jesús, María y José, común, rutinaria, trivial. Contemplemos a estas tres personas en sus vidas diarias de trabajo, oración, sencillez. Con esto, Jesús nos muestra la importancia de la gente sencilla, que tiene valor no por su riqueza o influencias, sino simplemente porque son hijos de Dios. Ellos son acreedores de nuestro amor, creyente o ateo, cristiano, judío o musulmán.
Hoy, al comenzar vuestro noviciado, dejad que la frase del Abbé Huvelin os inspire como inspiró al bienaventurado Carlos para ir a Nazaret, buscando vivir tan sencillamente como pudiera, tan orante como pudiera, tan cerca de Jesús como pudiera: Vous avez tellement pris la dernière place que jamais personne n’a pu vous la ravir (Has escogido de tal modo el último lugar que nunca nadie conseguirá robártelo). El último lugar es donde estamos más cerca de Jesús. Bienvenidas a Nazaret.
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