Jorge Majfud

Perros sí, negros no


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(1923), Propaganda (1928) y The Engineering of Consent (1956) sino que además fue un efectivo manipulador de la opinión y los deseos de millones de estadounidenses: gracias a él, generaciones de mujeres comenzaron fumar luego de comprar la idea (perdón por el anglicismo, pero no hay forma más profunda de decirlo en castellano) de que una mujer fumadora no lucía masculina sino liberada. Su eslogan de 1929 equiparaba los cigarrillos a “torches of freedom” (antorchas de libertad).

      Gracias a este genio de la manipulación de masas hoy casi todos los estadounidenses desayunan huevos con tocino, luego de convencer a los mismos doctores de la época de que ese tipo de comida era más saludable que la comida frugal de las generaciones anteriores. Por supuesto que Bernays no sabía nada de medicina, sólo trabajaba para sus clientes como un abogado defiende a un criminal que ha confesado su propio crimen. La eficiencia de la propaganda, decía, no está en decir que un producto (un jabón, un presidente) es bueno sino en hacer que lo digan los sacerdotes de turno.

      Bernays siempre iba a las raíces (más oscuras) y por eso inventó eso de las “Relaciones Públicas” para no usar, según sus propias palabras, el verdadero nombre de la nueva disciplina: “propaganda”.

      Los trabajos de Edward Bernays, paradójicamente (si se considera su origen judío) fueron fuente de inspiración de otra maquinaria propagandística: la nazi. Joseph Goebbels, estudioso de Bernays, lo reconoció así. Bernays se escandalizó de las consecuencias alemanas de sus trabajos como Einstein cuando se enteró de las bombas atómicas lanzadas sobre cientos de miles de inocentes para persuadir al gobierno japonés de la época.

      Años más tarde, como forma de devolución académica, los médicos y el gobierno de Estados Unidos actuaron al mejor estilo nazi cuando entre 1946 y 1948 infestaron con sífilis a más un millar de guatemaltecos para probar nuevas medicinas. Por entonces, los indios eran los judíos de estos lados, como todavía lo son en muchos aspectos.

      Pero Bernays no fue el único manipulador americano que inspiró a los nazis de la época. El antisemitismo en Estados Unidos era mucho más fuerte de lo que hoy su pueblo se atreve a imaginar. Uno de los antisemitas más conocidos y menos condenados fue Henry Ford. Ford no se quedó sólo en el sentimiento. Publicó cuatro volúmenes de propaganda antisemita bajo el título The International Jew, donde analizaba “el problema judío”. Ford no sólo fue directa inspiración de Adolf Hitler, quien lo reconoce desde su famoso libro, o como se llame, Mein Kampf y en otras oportunidades, sino que además asistió económicamente al fuhrer, quien lo condecoró con la Gran Cruz del Águila. El vicepresidente de General Motors, James Mooney, recibió una igualita por su apoyo al Reich.

      Uno de los más importantes presidentes que tuvo Estados Unidos, reelegido tres veces y artífice de una especie de segunda refundación del país (si consideramos que la de Abraham Lincoln fue la primera) compartió estos sentimientos antisemitas. Franklin Roosevelt, artífice de importantes programas “socialistas” y del New Deal, estaba orgulloso de no tener sangre judía en sus venas. En 1923, siendo miembro del directorio de Harvard University propuso limitar el número de judíos en las aulas y luego la misma solución en diferentes profesiones. Durante la Segunda Guerra, los requisitos para otorgar visas a los judíos alemanes fueron por lo menos absurdos, lo que llevó a que un número ínfimo de refugiados lograse cruzar el Atlántico (menos de 10.000 por año, según mis cálculos).

      No tan difícil la tuvieron muchos nazis alemanes, como los miles de técnicos que colaboraron con Hitler, muchos de los cuales, como Wernher Von Braun, eran miembros registrados del partido nazi y gracias a los cuales la NASA logró los milagros que ya conocemos.

      Seguramente el genio de Bernays estaba en lo cierto: quien conozca los instintos de las masas y tenga los instrumentos para manipularlos, se convertirá en el gobierno invisible, que es el único gobierno que gobierna. Cuando el profesor y activista Stuart Ewin le preguntó por la razón de que alguien tan influyente como él no fuera conocido entre el pueblo, Eddie, como lo llamaba su mucama, dijo lo que debería ser obvio: de eso se trata; el valor de la invisibilidad es consustancial de todo poder.

      Claro que el mismo Bernays, con cien años en 1990, mientras le confesaba al mismo Ewen (“con un dejo de nostalgia”) que nunca había aprendido a manejar porque siempre tuvo al menos trece sirvientes, reconoció: “a veces los tontos logran alguna conciencia”.

      2015

      En 1758 el gobernador de Carolina del Sur, James Glen, reconoció en una carta a su sucesor: “ha sido desde siempre una política de nuestro gobierno alentar el odio de los indios hacia los negros”. En las generaciones previas, el racismo no había alcanzado el nivel de odio suficiente como para evitar que indios, negros y blancos pobres se unieran para el trabajo, la intimidad y, sobre todo, para rebelarse contra el poder de los poderosos.

      Aunque el dinero y el poder en principios son abstracciones incapaces de emociones humanas como el odio y el amor, las emociones, como todo lo demás, forman parte de su mecánica. Los instrumentos se convierten en sujetos y los sujetos en instrumentos. Así, el racismo y los intereses de clases han estado relacionados desde los tiempos del antiguo Egipto.

      Hoy en día esa relación se justifica de otras formas, a veces de formas tan mitológicas y sagradas como “la mano invisible del mercado” (que por lo general es solo la mano invisible de los poderosos), “el consumo y el nivel de vida”, “la eficiencia y la productividad” y hasta “la patria y la libertad”.

      Dos de los negocios más importantes y más lucrativos del mundo son el tráfico de drogas y la venta de armas. Según la ONU, el negocio de las drogas significa unos 300 billones de dólares por año. La producción y comercio de armas supera el trillón de dólares anuales. Solo por casualidad, 9 de las 10 compañías que más dinero hacen en este mercado son estadounidenses.

      Porque la producción de droga está en los países pobres y el consumo en los países ricos, la culpa de la violencia es de los productores, es decir, de los pobres.

      Porque la producción de armas está en los países ricos y el consumo en los países pobres, la culpa de la violencia es de los consumidores, es decir, de los pobres.

      Cuando la economía en los países ricos prospera, los pobres son los únicos culpables de su propia pobreza, como si el mundo fuese plano y todos tuviesen las mismas oportunidades.

      Cuando la economía en los países ricos se estanca o retrocede, entonces los pobres son los culpables de que los demás no tengan trabajo. Sobre todo, si son pobres migrantes.

      La culpa es siempre de los pobres.

      Hace dos mil años, un profeta rebelde fue crucificado, junto con otros dos criminales, por desafiar al imperio de la época pregonando la no violencia, rodeándose de marginados y asustando a los poderosos con frases como “es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico subir al cielo” o “ustedes han menospreciado al pobre. ¿No son los ricos quienes los oprimen y personalmente los arrastran a los tribunales?”.

      Por los siguientes tres siglos, los primeros cristianos fueron inmigrantes pobres, ilegales y perseguidos. Hasta ser oficializados por otro emperador, Constantino, y de perseguidos se convirtieron en persecutores, olvidando la advertencia de los antiguos Proverbios: “Aun por su vecino es odiado el pobre, pero son muchos los que aman al rico”; “La riqueza añade muchos amigos, pero el pobre es separado de los suyos”; “El rico domina a los pobres, y el deudor es esclavo del acreedor”; “La fortuna del rico es su ciudad fortificada, con altas murallas en su imaginación”.

      Incluso la estatua de la Libertad de Nueva York, recibió a millones de inmigrantes (europeos), sin visas ni pasaportes, con la frase “Denme los pobres y los cansados (…) denme los que no tienen techo”.

      Sin embargo, ahora, según las leyes en los países ricos, si alguien es rico tiene garantizada una visa o la residencia. Si alguien es pobre y su bandera es el trabajo, se les impedirá el ingreso a los países ricos de forma automática. De hecho, la sola palabra trabajo en cualquier consulado del mundo es la primera clave que enciende