de objetos a un medio de comunicación con características específicas, que actúa como mediador entre los visitantes y los objetos expuestos para facilitar la transmisión del mensaje de la muestra. Para conseguir una buena comunicación entre el emisor (equipo responsable de la exposición) y el receptor (visitante), éstos deberán compartir los mismos conceptos, inquietudes y conocimientos y será el museo el que tendrá que buscar sistemas de acceso y de diálogo con sus visitantes. Lo que se pretende es hallar una comunicación bidireccional donde, en la construcción del mensaje, intervengan por igual ambas partes –tanto los emisores como los receptores–.
d) Espacios de intercambio entre visitantes, objetos, problemas, sistemas expositivos y procesos institucionales (Padró: 2002b). Convertir el museo en un centro de interpretación y diálogo es una apuesta arriesgada porque supone una reorganización radical de la cultura del museo. Se trata de relevar del poder absoluto la voz de los gestores y del comisario y/o conservador y añadir otras voces, entre ellas, la de los educadores, la de los diseñadores, la de los evaluado-res e incluso la del público, para llegar a convertir el museo en una institución más democrática, más igualitaria y más crítica. En este contexto, la función educativa se convierte en el eje de la institución museística, su razón de ser. La educación es la encargada de aportar los instrumentos necesarios para poder proporcionar, tanto a los profesionales de la entidad como al público, un diálogo crítico con las distintas visiones del museo. La tarea de los educadores debe estar más orientada a formular preguntas que a ofrecer respuestas y a desmantelar las verdades absolutas, potenciando las numerosas lecturas que se pueden establecer entre los objetos y los visitantes a través del diálogo y el intercambio de realidades. El museo debe convertirse en una institución eminentemente educativa, ya que si no es así, se corre el riesgo de que los visitantes la vean como una institución inútil y totalmente irrelevante para sus vidas. Hasta ahora el control de la situación en los museos lo han tenido los gestores, los comisarios y los conservadores. Es hora de pasarlo a los educadores, los diseñadores, los evaluadores y, sobretodo, al público.
e) Vínculo educativo y social. Dando por entendido que el museo debe tener la educación como uno de sus valores esenciales, y que ésta debe incluir la comunicación y la interpretación, es necesario hacer la adaptación a la sociedad del momento. Al museo le hace falta, por lo tanto, hacer un gran papel social mediante el cual puede ayudar a la integración social o multicultural de personas de distintas procedencias, culturas, etc. La sociedad actual tiene en las horas de ocio una divisa importante que puede usar para combatir algunos de los defectos que el mundo sufre, como el consumismo, la intolerancia o la falta de referentes culturales en la vida cotidiana. Cada vez más, las instituciones pueden neutralizar estos aspectos negativos y ayudar haciendo de vínculo entre familias, instituciones educativas, educadores, terapeutas, etc. y facilitando a las personas de distintas edades y características la integración en su medio y la mejora de su nivel cultural y su autoestima. Defendemos este modelo holístico como consecuencia de la investigación (Juanola, Calbó: 2004) que llevamos a cabo, y con coherencia al modelo de educación artística que creemos que se ajusta a estas necesidades.
LA PROFESIONALIZACIÓN DEL EDUCADOR DE MUSEO: LA CONSOLIDACIÓN DE LA EDUCACIÓN EN EL MUSEO
Hasta hoy podríamos decir que los educadores han estado lejos de ejercer un papel relevante en la política museística porque su tarea se consideraba secundaria después de la investigación, la conservación y la exposición. Como consecuencia, la intervención de los educadores en la concepción de las exposiciones se limitaba a la transmisión al público de los contenidos establecidos por el comisario, el diseñador o la propia institución. Las principales causas de esta situación eran, por un lado, la falta de consenso en relación con el rol de los educadores de museo y, por otro, la falta de una preparación profesional adecuada. Ambas provocaban que el resto de profesionales del museo no reconocieran ni creyeran necesaria la presencia de los educadores en la planificación de las exposiciones.
En los últimos años, la situación de los educadores en los museos se va subsanando, aunque de un modo muy lento y fragmentado. La relación que han establecido estos profesionales con el público es su valor frente a los poderes tradicionales del museo, que empiezan a ver que sin la tarea de los educadores, la suya no sería posible. Si los objetos, durante años, han dado el poder a los conservadores, comisarios y gestores, el público lo ha dado a los educadores. Ahora bien, la tarea de los educadores debe ir más allá de la de aumentar la audiencia del museo a través de la organización de actividades. Los educadores deben ser capaces de dotar a los visitantes de instrumentos para cuestionar la comprensión, el significado y la voz de los mensajes expositivos, aportando nuevas lecturas que proporcionarán una visión más amplia y crítica de la institución museística. Deben de estar presentes y tener voz en todos los ámbitos del museo, desde las tomas de decisiones que afectan al contenido hasta la organización de los espacios, o en todo aquello que tiene que ver con la imagen corporativa del mismo. Es en esta línea que deben apostar las propuestas formativas existentes, como los cursos de doctorado o los postgrados –con amplio contenido sobre educación– en relación a la educación de museos.
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