Andrea con una bolsa de plástico llena de placas electrónicas. Trabajaba en Mapei, una empresa especializada en la producción de colas y adhesivos para azulejos y construcción. Unos años atrás, la empresa había regalado a algunos clientes medidores de humedad que se colocan en el suelo antes de poner los azulejos. Creo que aquellos instrumentos servían para identificar el momento óptimo para la colocación. Mi tío conocía mi pasión y me preguntó si podía repararlos. Acepté de inmediato y me puse manos a la obra.
Creo que tenía trece o catorce años y ese fue mi primer trabajo. No fue fácil repararlos, pero los arreglé casi todos y me gané una pequeña propina, que gasté rápidamente en componentes electrónicos para algún circuito nuevo. Así empezó mi carrera de reparador electrónico.
Después, empecé a estudiar topografía porque decían que el instituto técnico más próximo a la ciudad donde yo vivía no tenía opiniones muy buenas y, por tanto, abandoné «oficialmente» la electrónica para dedicarme a casas y proyectos. Pero este paréntesis no me hizo olvidar mi pasión y, en cuanto me diplomé, me inscribí a ingeniería de telecomunicaciones en el Politécnico de Milán. Siempre elegí las materias por las que sentía curiosidad e interés, a veces incluso arrepintiéndome un poco. ¡Recuerdo una clase del quinto año en la que solo éramos cinco! Era dura pero muy interesante: «Algoritmos y circuitos para telecomunicaciones».
En cuanto me gradué, me desvié de mi camino por enésima vez. Como sabía programar empecé a trabajar como programador, después como analista y más tarde como project manager en distintas empresas. Mi último trabajo como empleado fue en una empresa de transporte ferroviario. Durante aquellos años no lo pasé nada bien porque parecía que los jefes de la empresa, en lugar de favorecer las capacidades personales y a las personas ingeniosas y motivadas, disfrutaran pisoteándolas. Los últimos meses fueron los más duros y tristes.
Finalmente, dejé mi puesto de trabajo y volví, tras varias aventuras, a seguir el camino que había empezado a los trece años. He seguido mi pasión por vías complicadas y difíciles y, al final, esta ha sido la que me ha proporcionado mayores satisfacciones. A menudo no nos damos cuenta de que tenemos en nuestras manos las cosas más preciadas y las descuidamos o, peor aún, las descartamos. He cometido muchos errores en todos estos años pero también creo que he aprendido muchas cosas, la más importante de las cuales es, sin duda, la de detenerse y escuchar las propias pasiones. Ellas sabrán dónde llevarnos, aunque se necesiten mucha paciencia y determinación. Durante estos años he desarrollado muchas actividades y tecnologías relacionadas con el mundo de los makers. He experimentado con startups y empresas, transformándolas en varias ocasiones, buscando un negocio que funcionara. En 2011, fundé la Frankenstein Garage y, más tarde, el FabLab Milano, unas de las primeras startups que se ocupó de nuevo de hardware en lugar de software y apps. Después abrí Fabb srl, dedicada sin demasiado éxito a la impresión 3D, hologramas y diseño de IoT (Internet of Things, Internet de las cosas). Hace unos meses, puse en marcha Reelco (www.reelco.it), REborn ELectronic Company, que lleva a cabo reparaciones electrónicas industriales. Cada día es un nuevo reto y trabajamos con objetos de cualquier tipo, que casi siempre reparamos con enorme satisfacción. En poco tiempo, he dejado mi ático para alquilar un pequeño taller con la ayuda de otros cinco compañeros de viaje y colaboradores. Parece ser que se trata de un negocio acertado y que, finalmente, las cosas empiezan a moverse.
He escrito algún libro, como el Manuale del Maker, algunos textos sobre la impresión 3D y otros libros que podéis encontrar en esta misma colección (Manual de Arduino y Electrónica para Makers). Podéis poneros en contacto conmigo a través de mi sitio web www.zeppelinmaker.it o por correo electrónico a la siguiente dirección: [email protected].
Advertencias
La corriente eléctrica puede ser muy peligrosa: es invisible y, si no se es consciente o se está seguro de lo que se está haciendo, se pueden sufrir accidentes graves o mortales. No utilicéis nunca en vuestros experimentos una tensión de red de 220 voltios. Utilizad solo pilas o baterías, prestando igualmente la máxima atención.
En este libro se describen actividades que requieren el uso de sustancias químicas que pueden ser peligrosas si se utilizan de forma inadecuada. Seguid siempre las indicaciones señaladas en las instrucciones y usad guantes, gafas y todas las protecciones necesarias.
Si no estáis seguros u os surgen dudas, preguntad a un experto, un amigo o un profesional... En Internet existen muchos sitios y grupos (también en Facebook), aunque no siempre es fácil saber si una persona es o no realmente experta en lo que escribe. Ni el editor ni yo podemos hacernos responsables de los resultados obtenidos en los experimentos descritos en este libro. No podemos dar cuenta de incidentes o daños sufridos en cosas, personas y animales que podrían ocurrir durante la realización de estos experimentos. Trabajad siempre con la máxima atención e intentad prever las consecuencias de lo que estáis haciendo.
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Reparar (casi) cualquier cosa
¿Qué es la reparación? ¿Todavía tiene sentido reparar objetos? En este capítulo quiero explicar por qué reparar es una actividad que aún puede tener sentido y es importante. Tendréis que aprender distintas técnicas y tener mucha paciencia porque no es sencillo, más bien sería como el trabajo de un investigador de policía. Las nuevas tecnologías os pueden ayudar a crear fácilmente piezas de recambio.
«Ese genio de mi amigo, él sabría lo que hacer, él sabría lo que ajustar, con la herramienta a mano hace milagros».
Lucio Battisti – Sí, viajando
Cuando acababa de cumplir los veinte, tuve la suerte de sacarme el carné de moto. Mis padres, tal vez un poco exasperados por la gran cantidad de folletos y revistas de motos que dejaba en cualquier rincón de casa, me pagaron una parte. Aunque en mi familia no faltaban comodidades, siempre me enseñaron el valor del dinero y del trabajo. Por eso, no quería «aprovecharme» demasiado de la generosidad de mi familia e intenté arreglármelas ahorrando tanto cuanto pude: me presenté al examen sin ir a clase. Estudié mucho e hice el examen en el periodo de introducción del permiso de conducir europeo. Me encontré en una gran sala de las autoridades de tráfico de Milán, donde tuve que esperar durante horas. Mientras esperaba a que me llamaran, me enteré de que el examen para el que yo me había preparado no era escrito, sino oral: ¡un auténtico shock! Inmediatamente me puse a repasar la teoría y, finalmente, pasé tanto la prueba oral como la escrita y obtuve el carné A. Para pasar el examen práctico, me prestó la moto un primo lejano. Era una Moto Guzzi V35 II roja. Después me compré una Guzzi V35C azul: la moto más barata de aquellos tiempos. Tenía unos 50.000 kilómetros y había sido matriculada en los años 80. El chasis, de hierro, era muy pesado y robusto. Me costó un poco más de un millón de liras (unos 500
La moto siempre llevaba algún que otro «parche» y, pensando en mis ahorros y en mi autonomía, aprendí yo solo a hacer un poco de mantenimiento. En ocasiones, las intervenciones eran «extraordinarias» y en otras, había que realizar reparaciones bastante atrevidas e improvisadamente mecánicas. Me inspiraba en libros como el de Pirsig, que de técnico tenía más bien poco, aunque quedaba ampliamente compensado por el espíritu filosófico necesario para afrontar estas reparaciones. Por aquel entonces todavía no había Internet tal como lo conocemos ahora: no había vídeos de YouTube que te explicaran con todo detalle cómo cambiar filtros y pastillas de freno. Erais tú, la moto y la llave inglesa. Una vez, cuando volvía de una reunión de motos, pasé por un bache y se rompió una pieza del chasis que sostenía el sillín y el guardabarros. Era evidente que la Guzzi necesitaba ser reparada: los paneles laterales se salían fácilmente porque estaban colocados a presión. El depósito