Francisco Cid Fornell

50 historias de niños y niñas que cambiaron el mundo


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       Los niños lobo de Hitler

       Epílogo

       Bibliografía y webgrafía

      PRÓLOGO DE RAFA GUERRERO

      Recibo como un inmenso regalo de mi buen y admirado amigo Fran el encargo de realizar un breve prólogo para su próximo libro, el cual estoy seguro de que será, nuevamente, un gran éxito. Además, en esta andadura me acompañan excelentes profesionales y amigos como Manu Velasco, Juan Sánchez Muliterno, Luis Aretio y Xuxo Ruiz. Es un verdadero lujo compartir proyecto con todos ellos.

      La educación es un ejercicio que llevamos a cabo padres, madres, profesores y la sociedad en general. Requiere de altas dosis de tiempo, cariño, paciencia y comprensión hacia nuestros cachorros. Si este magnífico libro trata sobre grandes logros que llevaron a cabo niños a lo largo de la historia, sobra decir que esos niños no crecieron ni despuntaron solos. Claro que alguna predisposición genética tenían para hacer lo que hicieron, pero, sobre todo, tuvieron la gran suerte de desarrollarse en el seno de una familia que los amó, los trató con cariño y fomentó su autonomía y creatividad. Somos lo que aprendemos en nuestra familia. Los valores que recibimos en ella son fundamentales y determinantes para el resto de nuestra vida. Decía Eric Berne, padre del análisis transaccional, que todos nacemos príncipes o princesas, pero que, por diferentes motivos, podemos llegar a convertirnos en sapos o ranas. Por lo tanto, las madres y los padres tenemos la capacidad de vincularnos de manera sana con nuestros hijos, de protegerlos cuando lo precisan, y de potenciar su autonomía y curiosidad ante aquello que les llama la atención. Todo esto es extensivo a los profesores, sin lugar a dudas.

      Así, empoderemos a nuestros cachorros, creamos en ellos, fomentemos su creatividad y naturalidad, y mirémoslos de manera incondicional. Esa es la verdadera clave: la mirada incondicional. Ame y quiera a su hijo por encima de todo, por encima de cómo se comporte. Querido lector, solo me queda desearle que disfrute tanto de este libro como lo hice yo.

      PRÓLOGO DE MANU VELASCO

      El libro que tiene entre manos es un verdadero tesoro, y lo es por varios motivos.

      Uno de esos motivos es lo que va a encontrar en él, grandes historias inspiradoras de niños y niñas reales que han conseguido hacer de este mundo un lugar mejor; historias que inspiran, que emocionan y que nos mueven a la acción.

      Otro de esos motivos es que lo escribe ni más ni menos que Francisco Cid, un maestro de corazón que representa perfectamente las maravillosas maestras y maestros de Educación Infantil.

      En este libro encontrará la esencia de este gran maestro junto con risas, magia, consuelo, esperanza, sueños, alegría, ternura y mucho más. Disfrutará leyéndolo y viajará con la imaginación a lugares y momentos únicos.

      Sé muy bien cómo es el autor de este libro, al igual que conozco el gozo de muchas familias que todas las mañanas tienen el placer de escuchar los gritos alegres de sus hijos e hijas por ir a clase con este fantástico maestro, ansiosos por compartir un día más con él.

      Francisco es mágico y es capaz de conseguir que todos sus alumnos y alumnas se sientan importantes, felices, seguros, queridos y escuchados. Los hace sentir grandes y capaces. Le brillan los ojos al ver llegar por el pasillo a sus alumnos y alumnas y les regala con su mirada la posibilidad de poder volar. Los educa con esas otras TIC que tanto me gustan: Ternura, Interés y Cariño. Francisco es y está, y en la medida de lo que es y está, escribe. Imagínese lo que se encontrará en estas páginas. Es muy afortunado por tener este libro entre sus manos.

      Dicen que la memoria borra los recuerdos de la primera infancia, pero la experiencia queda grabada en el corazón y determina nuestra personalidad y nuestra manera de actuar. El legado emocional es mucho más valioso, y la responsabilidad del maestro y de la maestra es inmensa en estas primeras etapas. Pues bien, la huella que Francisco deja en el corazón de sus alumnos y alumnas, la huella que este libro dejará en usted, no puede ser más bonita.

      Gracias, Francisco. Gracias por enseñarnos que por encima de cualquier innovación metodológica o tecnológica están el cariño y el corazón de la maestra o del maestro. Gracias por ser regazo, hombro y abrazo. Gracias por escribir este libro y Cuestiones de interés. Gracias por llenar de esperanza e ilusión la educación.

      Gracias por todo, amigo mío.

      No les robo más tiempo. Disfruten de este maravilloso tesoro que tienen entre manos.

      Un gran abrazo.

      INTRODUCCIÓN

      Sentado en la soledad de mi despacho, ultimo los detalles de este libro mientras elaboro su introducción. Hacía tiempo, bastante tiempo, que quería hablar sobre estos locos bajitos que copan estas páginas. Cientos de tardes consultando archivos, libros, recortes de periódicos… dan para largo. Pero, sobre todo, dan para aprender, y mucho, de aquellos a los que cada mañana me empeño en enseñar.

      Maestro de carrera, pero, fundamentalmente, de ilusión, me sigue fascinando el maravilloso mundo de la educación infantil. Su complejidad, el concepto que tienen los alumnos de lo que les rodea, la incapacidad para abstraer, para desligarse de la realidad… suponen un cúmulo de factores que hacen digno de estudio el tan magno cerebro de tan pequeñas personas.

      Hace justo un año y medio acabé un libro llamado Cuestiones de interés, donde desarrollé una metodología reconocida y galardonada internacionalmente. Basada en las incógnitas de los pequeños, desvelaba los secretos de una manera de enseñar donde los padres y las madres trataban de resolver las dudas de sus hijos. Esas dudas, a mi juicio, son el motor del cambio. Aquello que produce el conocimiento de grandes y pequeños. El ser humano es curioso por necesidad y esa curiosidad es la que mantiene al cerebro en alerta y antepone el conocimiento. Si dejamos solo en una habitación a un niño de primaria con un regalo envuelto y una nota que pusiera: «No abrir», les garantizo que el infante no tardaría más de dos minutos en desoír la orden. Somos así, nuestra genética nos predestina a continuar con lo que hacíamos hace miles de años.

      Cuando el pequeño abra el paquete, se puede encontrar con dos opciones: la aceptación o el rechazo del contenido. Si en el interior de la caja se encuentra varias gominolas, habrá aprendido que desobedecer produce consecuencias positivas. Si, por el contrario, al abrir el continente encontrase una nota que dijese: «Por desobedecer la orden, esta tarde te quedas sin plazoleta», la conclusión a la que llegaría el joven es la consecuencia negativa que tiene el hacer caso omiso a las indicaciones de un adulto.

      Es lo que tienen los mecanismos de aprendizaje, que se pueden llevar a cabo desde distintas ópticas y a través de distintas vías. Se puede aprender con la malograda frase: «La letra con sangre entra» o, por el contrario, de lo cual soy fiel seguidor, a través de la emoción, el respeto y el cariño. Hoy en día, sigo encontrándome con casos que enseñan con los principios de la autoridad y la rigidez. Sin embargo, en cada congreso, fórum o reunión que asisto intento por todos los medios mostrar las bondades de la pedagogía del afecto.

      El insulto, la tiranía y el grito no deberían emplearse cuando el receptor apenas puede defenderse. El niño es un ser tan maravilloso que debe conocerse para actuar en consecuencia. Y de eso tratan estas líneas, del conocimiento de niños y niñas que con sus actos o inacciones pasaron a la historia que conocemos hoy en día.

      Al concluir el libro, me pregunté qué hubiera pasado si a un grupo de niños valientes no le hubiesen inoculado en sus frágiles cuerpos el virus de la viruela para contrarrestar la terrible epidemia que asoló el Nuevo Mundo en tiempos de Carlos IV. O qué hubiera pasado si el hijo pequeño del genial artista D. Angelo Bramante no le hubiese acompañado cuando el papa Julio II lo llamó a consultas en lo que sería el encargo del diseño de la genial bóveda de la Capilla Sixtina. Quizá, su belleza sería