de la sala de terapia:
—Ángel, tienes una familia encantadora. Supongo que todavía conozco muy poco de tu situación después del accidente, así que me gustaría empezar por hablar de lo que tú prefieras. Quizá lo primero sería saber en qué crees que te puedo ayudar, ¿no?
—Pues, si le parece bien, yo quería precisamente comenzar por mi familia.
—Perfecto. ¿Qué quieres contarme de tu familia?
—Pues no es fácil de decir, pero no puedo evitar pensarlo… No me caen bien mis hijos.
—¿A qué te refieres? Entiendo que, por la amnesia, no los reconoces y es como si los hubieras conocido por primera vez hace tres o cuatro semanas, ¿no es así?
—Exacto. Estoy viviendo con personas que son totalmente nuevas para mí. Y esto es lo que siento, con un poco de vergüenza, la verdad. Usted es el único que lo sabe.
—Puedes tutearme si quieres; yo ya lo estaba haciendo.
—De acuerdo. Pues tú eres el único que lo sabe; es algo que me hace sentir mal.
—Cuéntame qué sientes con ellos, cómo los ves.
—La mujer, mi mujer… (es raro decir que es mi mujer cuando no puedo reconocerla de nada), me gusta mucho, no solo físicamente, aunque esto es para mí muy sorprendente: me refiero a saber que estaba casado con una mujer tan bella y atractiva. Pero me gusta también como persona; me siento en general nervioso por conseguir ligar con ella. Sé que es ridículo, porque ella se comporta como mi mujer y está totalmente entregada y cariñosa conmigo.
—Entiendo. ¿Y tus hijos?
—Este es el problema. Me caen mal. No me gusta cómo son. No me gustan sus amigos ni la obsesión por sus ordenadores y móviles ni su música. Sus amigos son del mismo estilo que ellos, unos pijos, y todo su ambiente social me resulta inaguantable. Y eso que, al parecer, algunos de sus amigos son hijos de mis mejores amigos… Claro, que yo no tengo ni idea; quiero decir, que no recuerdo ni reconozco a nadie. Espero que sus padres, esos supuestos amigos míos, no sean tan imbéciles.
—Tus hijos parecen preocupados y afectuosos contigo; al menos eso me ha parecido en estos pocos minutos que hemos estado juntos.
—Quizá sí. No tengo nada que reprocharles, por supuesto. Dicen que me llevaba bien con ellos; parece ser que especialmente con la chica. Me cuentan cosas que hacíamos juntos. He visto fotos en las que estoy con ellos y, aparentemente, muy feliz. Pero la verdad es que son unos extraños y me caen mal. No me gusta su actitud ante la vida ni comparto nada de lo que les interesa; los encuentro banales… Me parece que no les interesa nada de lo que a mí me parece importante.
—Bueno, Ángel, vamos a ir despacio. Te has encontrado de pronto viviendo con dos adolescentes. No es fácil. Y, sin embargo, también te has visto de pronto cerca de una mujer hermosa y que te trata bien…
»¿Te han dicho los médicos qué probabilidades hay de que vayas poco a poco recuperando recuerdos? Tengo entendido que pueden pasar unos dos o tres meses…
—Los médicos me dicen cosas contradictorias. Tengo la impresión de que no tienen ni idea.
—De acuerdo. ¿Has hecho algo con tus hijos estas semanas?
—Ellos tienen buena disposición, más o menos, pero la verdad es que no me gusta su actitud ni su estilo de vida. ¿Cómo es posible que sean mis hijos?
—Puedes estar seguro de que lo son. Quizá, cuando los reconocías, me refiero antes del accidente, veías más cosas positivas, experiencias y vivencias que compartes con ellos… El chico se parece mucho a ti.
—¿Por qué los padres quieren a sus hijos? ¿Todos los padres se sienten unidos a sus hijos? ¿Los ven siempre como algo que tienen que cuidar y defender?
—En general, yo diría que sí.
—Es terrible, pero no tengo ni idea de quiénes son ellos. Tampoco la mujer.
—¿Te angustia eso?
—Pues no. Solo me incomoda. Es vivir con unos extraños que no he elegido yo, y con la mala fortuna de que no me caen bien.
—Tienes que pensar que todas estas sensaciones van a cambiar al recuperarte de la amnesia. Volverás a tener sentimientos positivos y la sensación de amar a tu familia y querer estar con ellos, y protegerlos.
—¿De verdad?
—Estoy seguro de ello.
—Pues es una pena. Será todo incoherente.
—Pero será como antes y no te darás cuenta.
—Estoy pensando… ¿Puede ser que me caiga mal a mí mismo?
—¿Qué quieres decir?
—Que me parece que no me gusta tampoco el tipo que era yo antes del accidente. No me gustan las chorradas que veo en las fotos ni las cosas que me cuentan de mí… Me temo que yo también era un capullo integral.
—No sé qué decirte…
—Ya. Yo también estoy «desconcertado».
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