en el Mediterráneo hace 6.000 años y los molinos movidos por el viento y el agua se desarrollaron hace 3.000 años. Un gran número de civilizaciones, con sistemas de producción y comercio muy especializados, con ciudades y arquitecturas espectaculares, con un arte sofisticado y con unos sistemas sociales elaborados, nació y desapareció utilizando sólo estas fuentes de energía que son, de hecho, las que predominan en la actualidad en muchas partes del mundo.
Esta situación cambió en algunos lugares con el desarrollo de la Revolución Industrial. La invención de la máquina de vapor marcó el comienzo de la utilización intensiva de los combustibles fósiles como fuentes de energía. La combinación de la minería del carbón, que proporcionó el combustible, la industria metalúrgica del hierro, que proporcionó los materiales, y las máquinas de vapor, que facilitaron el transporte, condujo al proceso de industrialización, que se desarrolló en Europa y Norteamérica durante el siglo XIX. Los motores de combustión interna se desarrollaron a principios del siglo XX. Fue entonces cuando comenzaron a utilizarse el petróleo y el gas natural como nuevos combustibles y la electricidad como nueva forma de energía. La disponibilidad de combustibles baratos, el desarrollo de materiales más sofisticados, como las aleaciones metálicas y los plásticos creados por la industria química, y la expansión constante del transporte extendieron la industrialización en estas zonas del mundo.
Después de la Segunda Guerra Mundial, las sociedades industrializadas se han hecho totalmente dependientes de los combustibles fósiles como fuentes de energía, y el desarrollo de la energía nuclear se vió frenado bruscamente el año 1986 como consecuencia del accidente de Chernobyl. A finales del siglo XX, existe una clara distinción entre los países desarrollados, que están en una fase postindustrial en la que los servicios son las actividades económicas dominantes, y los países menos desarrollados, en los que siguen utilizándose de forma predominante las fuentes de energía tradicionales: animales, madera, etc.
Desde el comienzo de la industrialización, el consumo de combustibles fósiles y la extracción, procesado y uso de metales han modificado los ciclos biogeoquímicos del carbono y de metales como el plomo. La concentración de dióxido de carbono en la atmósfera ha aumentado más de un 30 % desde comienzos de la Revolución Industrial y las cantidades de plomo depositadas en los hielos de Groenlandia llegaron a ser, a finales de los sesenta y principios de los setenta, 800 veces superiores a las que se daban hace 6.000 años, antes de que se iniciara la explotación de los metales. Por otro lado, la aplicación de las prácticas industriales a la producción agrícola se ha traducido en el desarrollo de la agricultura intensiva, basada en el aporte de cantidades importantes de fertilizantes nitrogenados artificiales, lo que ha provocado un aumento de las cantidades de especies reactivas de nitrógeno en el medio.
EL AGUJERO DE LA CAPA DE OZONO
Otra de las modificaciones químicas del medio tiene su origen en la producción y dispersión de productos químicos sintéticos, que no existían antes de su descubrimiento. Se estima que el número de este tipo de sustancias supera ya los veinte millones y que, cada 27 segundos, se sintetiza un nuevo compuesto. En la actualidad, hay entre 50.000 y 100.000 productos sintéticos comercializados, lo que nos indica que muchas de estas sustancias no llegan nunca a ser producidas industrialmente. Los clorofluorocarbonos son, probablemente, una de las familias más conocidas de estos compuestos, debido al papel que desempeñan en la destrucción de la capa de ozono.
La ozonosfera es una región de la atmósfera que se extiende entre los 20 y los 60 kilómetros, y en la que hay concentraciones apreciables, aunque pequeñas, de ozono. El ozono es una molécula constituida por tres átomos de oxígeno, O3; el oxígeno se encuentra mayoritariamente en la atmósfera en forma de una molécula integrada por dos átomos de oxígeno, O2. Esta capa de ozono se forma mediante reacciones fotoquímicas, provocadas por la interacción entre la radiación ultravioleta que nos llega del Sol y las moléculas de oxígeno. Las moléculas de ozono, una vez formadas, interaccionan también con la radiación ultravioleta, descomponiéndose.
Gracias a estos procesos de interacción de la radiación ultravioleta, tanto con las moléculas de oxígeno como con las de ozono, esta radiación no puede alcanzar la superficie de la Tierra, donde podría causar daños o, incluso, provocar la muerte de muchos seres vivos. En particular, en el caso de los seres humanos, en la década de los setenta se descubrió que pequeñas disminuciones de la concentración de ozono en la ozonosfera podían tener un impacto sobre la salud, dándose una mayor incidencia de cánceres de piel, sobre todo en personas de piel muy clara.
A mediados de los años ochenta se descubrió que todos los años, durante el mes de octubre, se producía una disminución en la concentración de ozono sobre la Antártida. Estudiando los datos tomados por satélites en años anteriores se observó que, mientras que esta disminución había sido gradual hasta mediados de los años setenta, a partir de ese momento se hizo muy pronunciada y, a mitad de los años ochenta, la disminución de la concentración media de ozono sobre la Antártida era ya del 50 % llegando, incluso, a desaparecer totalmente la capa de ozono en algunas zonas. Desde entonces, la situación no ha hecho sino empeorar.
Pronto se demostró que este agujero de la capa de ozono tenía su origen en la acumulación en la atmósfera de ciertos gases contaminantes, siendo los más importantes los clorofluorocarbonos, compuestos orgánicos constituidos por carbono, flúor y cloro. Son gases o líquidos incoloros, inodoros, no corrosivos y no inflamables, de muy baja reactividad química y muy baja toxicidad, y que se comercializan bajo el nombre de freones. Fueron desarrollados a finales de los años treinta para su aplicación como refrigerantes y, después de la Segunda Guerra Mundial, encontraron multitud de aplicaciones: han sido utilizados en aerosoles, como fluidos refrigerantes en neveras y aparatos de aire acondicionado y como disolventes en la industria electrónica. Debido a su escasa reactividad química, estos gases se concentran en la atmósfera, alcanzando la ozonosfera. Allí interaccionan con la radiación ultravioleta y, como resultado, se generan átomos de cloro que reaccionan con las moléculas de ozono, destruyéndolas.
La preocupación por las consecuencias que podría tener esta disminución de la capa de ozono condujo a la comunidad internacional a establecer restricciones en el uso de clorofluorocarbonos y a acordar un calendario de reducción de su producción. Desde 1987, año en el que se firmó el Protocolo de Montreal sobre sustancias que destruyen la capa de ozono, se han dado grandes pasos hacia la eliminación de la fabricación, comercio y uso de clorofluorocarbonos. De hecho, el consumo mundial de estas sustancias ha disminuido desde 1987 en más de un 70 %. Todos estos esfuerzos se han basado en la sustitución de estos compuestos por otros de menor impacto ambiental. La reacción de los mercados ha sido, incluso, más rápida de lo que se pensaba, dada la ubicuidad de estas sustancias hace sólo tres décadas, cuando se encontraban en todos los hogares de los países desarrollados. A pesar de este uso tan extendido, muchos países desarrollados fueron capaces de cumplir el acuerdo y dejaron de producir clorofluorocarbonos en 1996.
Las concentraciones de clorofluorocarbonos en la atmósfera están estabilizándose o incluso disminuyendo gracias a estos esfuerzos. Si se llevan a cabo los planes de eliminación de estas sustancias, de acuerdo con el calendario establecido en el Protocolo, los niveles de cloro en la estratosfera debieron alcanzar un valor máximo entre 1997 y 1999, y ahora deben de estar disminuyendo gradualmente. Se espera, en estas condiciones, que el agujero de ozono sea cada vez menor, hasta que desaparezca hacia el año 2050.
ENERGÍA, ALIMENTOS, MATERIALES...
¿De qué época sentimos nostalgia? La verdad es que no ha habido una edad de oro desde el punto de vista ambiental. Las sociedades y los ecosistemas hemos evolucionado juntos desde el mismo momento en que los primeros humanos aparecimos sobre la Tierra. Nuestra capacidad para actuar en grupo y nuestro amplio arsenal de armas nos convirtieron en los cazadores más eficientes de la historia, lo que nos llevó a provocar la extinción de la megafauna. Pero, a pesar de esto, el impacto sobre el medio de las sociedades de cazadores-recolectores fue limitado. Por un lado, la población era, entonces, muy pequeña y, por otro, como las comunidades debían estar continuamente desplazándose, sus posesiones eran muy limitadas y, por eso, utilizaban pocos recursos.
El desarrollo