John Piper

Contendiendo por nuestro todo


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y por Su mundo).

      La controversia es menos crucial, pero es necesaria

      Hay tareas que son más cruciales y urgentes que la controversia con respecto a la verdad y el significado del evangelio. Por ejemplo, es más crucial y urgente creer en el evangelio, proclamarlo a los pueblos no alcanzados, y orar por el poder necesario para predicar el evangelio. Pero alguno podría argumentar que eso es igual a decir que enviar aviones con comida para las personas hambrientas es más crucial y urgente que la ciencia de la aeronáutica. Es verdad. Pero la comida no llegaría en aviones a las personas necesitadas si no hubiera ingenieros aeronáuticos. Es como decir que una inyección de penicilina para los niños que mueren de fiebre es más crucial y urgente que las investigaciones de biología y química. Es verdad. Pero no existiría la penicilina sin esas investigaciones.

      En todas las épocas han existido personas que tratan de minimizar la importancia de la controversia que defiende la verdad, diciendo que la oración, la adoración, la evangelización, las misiones y la dependencia del Espíritu Santo son más importantes. Todos hemos escuchado objeciones a la controversia, tales como: «Dejemos de discutir sobre el evangelio y salgamos a compartirlo con un mundo que perece»; «Orar es más poderoso que debatir»; «Debemos depender del Espíritu Santo y no de nuestro razonamiento»; «Dios quiere que lo adoremos, no que discutamos acerca de Él».

      Me encanta toda la pasión por la fe, la oración, el evangelismo, y la adoración que hay detrás de ese tipo de afirmaciones. Sin embargo, cuando se utilizan para menospreciar la controversia que define y defiende el evangelio, entonces se convierten en afirmaciones que muerden la mano que les da de comer. La oración que tiene la capacidad de exaltar a Cristo no sobrevivirá en una atmósfera en la que se devalúa la preservación, la explicación y la reivindicación de la enseñanza bíblica acerca del Dios que escucha la oración. El evangelismo y las misiones mundiales deben nutrirse con el alimento sólido de una verdad evangélica bien fundamentada, sin ambigüedades y rica, para mantener el valor y la confianza al enfrentarse a las aflicciones y a las falsas religiones. Y, si los profundos y claros contornos bíblicos de la gloria de Dios no son vistos y guardados del siempre invasivo error, la adoración corporativa será diluida con sustitutos culturales.

      No es válido contrastar la dependencia del Espíritu Santo con la defensa de Su Palabra en la controversia, porque el Espíritu Santo usa medios, incluyendo la predicación y la defensa del evangelio. J. Gresham Machen lo explica de esta manera:

      Por supuesto, es perfectamente cierto que los argumentos por sí solos son insuficientes para convertir a un hombre en cristiano. Puedes discutir con ese hombre desde ahora hasta el fin del mundo, puedes presentarle los argumentos más asombrosos —pero todo eso sería en vano si no se tiene algo más: el misterioso poder creativo del Espíritu Santo en el nuevo nacimiento. Sin embargo, el hecho de que los argumentos sean insuficientes no significa que sean innecesarios. A veces los argumentos son usados directamente por el Espíritu Santo para llevar a un hombre a Cristo. Pero con mayor frecuencia son usados indirectamente.5

      Por eso, Atanasio, John Owen y J. Gresham Machen dedicaron sus mentes, sus corazones y sus vidas a las controversias de su tiempo, las cuales definían y defendían a Cristo. No era porque el Espíritu Santo y la oración fueran inadecuados. Era porque el Espíritu obra a través de la Palabra predicada, explicada, y defendida. Y porque la oración bíblica no sólo apunta al corazón de la persona que necesita ser persuadida, sino también al corazón del persuasor.6 El Espíritu Santo puede hacer que un argumento bíblico sea convincente en la boca del maestro y en el corazón del estudiante.

      Así que, Atanasio, Owen y Machen creían que aquello por lo que estaban contendiendo era de un valor infinito. De hecho, no lo veían como algo que los distraía de la obra de amor. Más bien, lo veían como amor —amor a Cristo, a Su Iglesia, y a Su mundo.

      La controversia cuando «nuestro todo» está en juego

      Atanasio luchó toda su vida a favor de la deidad de Cristo, en oposición a los arrianos, los cuales decían que Cristo fue creado, y, en medio de esa lucha, dijo: «considerando que esta lucha es por nuestro todo (…) también debemos asegurarnos de que nuestro más sincero interés y nuestro objetivo sea el guardar aquello que hemos recibido».7 Cuando todo está en juego, vale la pena contender por ello. Eso es lo que hace el amor.

      Machen, en su contexto americano del siglo XX, lo expresa de esta manera: «La controversia del tipo correcto es buena; porque de tal controversia, como enseñan la historia de la Iglesia y las Escrituras, se obtiene la salvación de las almas».8 Cuando uno cree que la verdad que salva almas (nuestro todo) está en juego en una controversia, salir corriendo no sólo es un acto de cobardía sino de crueldad. Estos hombres nunca salieron corriendo.

      John Owen, la mente más brillante del puritanismo, participó en más controversias que Machen y Atanasio juntos, pero estaba impulsado por un amor a Cristo mucho más evidente. Eso no significa que amaba más a Cristo (sólo Dios sabe eso); sino que él articuló la batalla por la comunión con Cristo de una manera más explícita que ellos. Para Owen, prácticamente todos los enfrentamientos contra el error tenían que llevarse a cabo en aras de la contemplación de Cristo. La comunión con Cristo era su tema constante y su objetivo. Él sostenía la opinión de que tal contemplación y comunión sólo eran posibles por medio de una percepción verdadera de Cristo. La verdad acerca de Cristo era necesaria para la comunión con Cristo.

      Por lo tanto, toda controversia relacionada con la defensa de esta verdad era por el bien de la adoración.

      ¿Qué alma que conoce estas cosas no cae con reverencia y asombro? ¡Cuán glorioso es Aquel que es el Amado de nuestras almas! (…) Cuando (…) nuestra vida, nuestra paz, nuestro gozo, nuestra herencia, nuestra eternidad, y nuestro todo se encuentran ahí, ¿acaso los pensamientos acerca de eso no deberían morar siempre en nuestros corazones, refrescando y deleitando nuestras almas en todo momento?9

      Al igual que Atanasio, Owen dijo que «nuestro todo» está en juego cuando contendemos por la verdad de Cristo. Y después, llevó la batalla hacia la conexión más cercana con la bendición de la comunión con Dios. Incluso durante la batalla, no sólo después de ella, debemos tener comunión con Dios. «Cuando tengamos comunión con Dios en la doctrina que defendemos, entonces seremos guarnecidos, por la gracia de Dios, contra todos los ataques de los hombres».10 El fin de contender por Cristo es también esencial para los medios. Si no nos deleitamos en Cristo a través de la verdad que defendemos, entonces nuestra defensa no es por el bien del valor inestimable de Cristo. La adoración es el fin y los medios de la controversia que exalta a Cristo.

      Una noción equivocada con respecto a la

      controversia y la vitalidad de la Iglesia

      Existe una idea errónea acerca de la relación entre la salud de la Iglesia y la presencia de la controversia. Por ejemplo, algunos dicen que el avivamiento espiritual, el poder, y el crecimiento no vendrán a la Iglesia de Cristo a menos que los líderes de la Iglesia dejen a un lado las diferencias doctrinales y se unan en oración. De hecho, es muy necesario que hagamos oración corporativa pidiendo por la misericordia de Dios sobre nosotros. Y también es un hecho que hay ciertas diferencias doctrinales que no deberían ser elevadas a lugares prominentes. Machen explicó su propia pasión por la doctrina a través de la siguiente advertencia: «Cuando insistimos en la base doctrinal del cristianismo, no queremos decir que todos los puntos de la doctrina sean igualmente importantes. Es perfectamente posible mantener la comunión cristiana a pesar de ciertas diferencias de opinión».11

      Pero hay un error histórico y bíblico en la suposición de que la Iglesia no crecerá ni prosperará en tiempos de controversia. Machen dijo, como vimos anteriormente, que la historia de la Iglesia y las Escrituras enseñan el valor de la controversia correcta. Es importante ver esto, porque si no lo vemos, cederemos ante la enorme presión pragmática de nuestro tiempo, la cual minimiza la doctrina. Cederemos a la presión de que un ministerio impulsado por la verdad no puede ser un ministerio que ame a las personas, que salve las almas, que avive a la iglesia, que promueva la justicia, que movilice las misiones, que intensifique