Joan del Alcàzar Garrido

Historia contemporánea de América


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a lo que exporta a otras zonas americanas. Por ejemplo, produce trigo para Connecticut o Massachusetts, tierras pobres que empiezan a implantar actividades manufactureras. No obstante, la metrópoli empezará a poner trabas ya desde el siglo xvii: en 1699 prohíbe la elaboración de textiles y, en 1750, la de metales. No obstante, las colonias harán boicot a los productos ingleses el cual, además de ser muy eficaz, demostrará que pueden autoabastecerse. La metrópoli no intentará una solución de fuerza por varias razones: una, porque sabe que será un enfrentamiento total; y otra, porque el control que ha logrado sobre la economía mundial le permite no depender imperiosamente de sus colonias (Jones, 1996).

      Paralelamente, las colonias tampoco querrán enfrentarse a la metrópoli, y esto porque son conscientes de una serie de ventajas. Por una parte, les asegura un mercado para los productos de plantación; por otra, subvenciona determinados productos como la madera; y, en tercer lugar, es cierto que el transporte maritime y la distribución también reportan beneficios para las colonias, puesto que desde Cromwell sólo los navíos ingleses son admitidos en los puertos británicos.

      Además, hay motivos políticos y militares, como son la presión de los franceses en el noroeste, que reclaman unos territorios que podrían ahogar a las colonias inglesas, y las malas relaciones con los indígenas del oeste, que controlan unos territorios vitales para la expansión agrícola y que son aliados de los franceses. La existencia de estos peligros influyó en la organización de las colonias, tanto dándoles cohesión como reforzándolas militarmente.

      En la guerra de los Siete Años, que significó la desaparición de Nueva Francia, los colonos hicieron una lucha autónoma y popular, absolutamente apoyada por la opinión pública. La paz de París, en 1763, supuso el fin del poder francés, así como el inicio de los problemas con la metrópoli, puesto que el azúcar de las Antillas inglesas empieza a tener problemas por el agotamiento de las tierras y por el absentismo de los terratenientes, y las colonias americanas vendían y compraban mercancías en las Antillas francesas. Por eso es por lo que una de las disposiciones de la metrópoli para las colonias fue la Proclamation Act, según la cual las colonias no podían extenderse más. Las monarquías borbónicas, España y Francia, habían firmado un pacto de familia contra Inglaterra. Sin embargo, la guerra de los Siete Años significó la derrota de los dos países; concretamente España perdió La Florida y recibió Louisiana, no conquistó Portugal ni recuperó Gibraltar; los ingleses entraron en Montevideo y en La Habana. A pesar de todo, a Inglaterra también le costó cara la partida y, como consideraba que la guerra se había producido por defender a sus colonias, entendió que eran éstas quienes tenían que pagar la factura.

      Se trata de un proceso largo en el cual podemos ver dos fases: la primera, desde la paz de París (1763) a la matanza de Boston (1770), y la segunda, desde 1770 a 1776 (Declaración de Independencia, tras una guerra interna desde 1775) (Nevins et al., 1994).

      La paz de París significa, además de la derrota de España y Francia, la victoria de los colonos de América del Norte, al ser eliminada la amenaza francesa. La metrópoli empieza a pasar facturas y, además de la Proclamation Act, impone la compra de azúcar antillano a las colonias del norte, azúcar que ha perdido competitividad, cuando los colonos están comprándolo más barato a los franceses.

      Otras medidas de la metrópoli serán la lucha contra el contrabando, es decir, todo el comercio que, desde el punto de vista británico, se considera ilícito; la Stamp Act o Ley del Timbre, por la cual todo documento público se tiene que hacer en papel oficial; la Quartering Act o Ley de los Cuarteles, que establece un ejército de cien mil hombres que tendrá que ser pagado por los colonos; las Leyes de Towshend, que no eran más que impuestos sobre el consumo de productos como el azúcar, el té y otros. Ante esto se produce una moderada reacción de los colonos, aunque no coincide exactamente con el deseo de independencia. Destacan hombres como Dickinson, Franklin y Sam Adams. El primero critica todas las medidas porque perjudican a los colonos; el segundo avisa que, al venir las disposiciones de Londres, si no se paga será necesario enfrentarse con la metrópoli; Adams es partidario de no pagar si no hay una representación de los colonos para hacer oír su voz en el Parlamento inglés: «ninguna contribución sin representación» (Adams, 1980).

      Sin embargo, no todas las protestas son tan refinadas y no todos escriben libros. Existen los llamados Comités de Correspondencia, que se limitan a provocar a los ingleses y a organizar disturbios. Se trata de sectores más populares que, en ocasiones, ponen en dificultades a los dirigentes de la sociedad colonial.

      El primer ministro North, que había sustituido a Pitt en 1770, concedió el monopolio de la venta de té a la Compañía de las Indias Orientales, lo cual significaba que todo el té consumido por los norteamericanos, incluido el comprado al por menor, tenía que ser vendido por esta compañía. Éste fue el motivo del Boston Tea Party (cincuenta americanos disfrazados de indios destruyeron todo el té almacenado en el puerto de Boston, en diciembre de 1773), que sería contestado por Londres con las que se conocerán como las Leyes Intolerables, es decir: autorizó el alojamiento de tropas británicas en casas particulares de americanos; clausuró el puerto de Boston hasta que se recogiera en metálico una cantidad igual a la de las pérdidas ocasionadas y se aceptara pagar los impuestos; los responsables serían juzgados en Londres; el Canadá francés se unía al Canadá inglés, dejando de formar parte de Nueva Inglaterra; y, finalmente, la disolución de la Asamblea y el cambio de la Constitución de Massachussets.

      Ante estas medidas, la oposición anticolonial se unificará en un Congreso, el primero de Filadelfia, en el cual se aprobará la Declaración de los Derechos de los Colonos, se creará una comisión de seguimiento de los acontecimientos y se decretará el boicot a los productos ingleses, lo cual supondrá la autosuficiencia.

      La reacción inglesa al Primer Congreso será inmediata: las colonias serán declaradas en rebeldía, al mismo tiempo que se envía a un ejército de mercenarios alemanes para reforzar la guarnición inglesa. En 1775 se convocará el Segundo Congreso, todavía con posiciones conciliadoras. Aunque no se rechazan soluciones de vinculación con la Corona (parecidas a lo que después sería la Commonwealth), los acontecimientos se aceleran y un incidente en Lexington marcará el inicio de la guerra. Una escaramuza entre británicos y campesinos patriotas norteamericanos, que tuvo lugar en la primavera de 1775, en la cual murieron ocho americanos, es considerada como el comienzo de la revolución. Se cuenta que Sam Adams, al escuchar los disparos, exclamó una frase que, cierta o leyenda, se incorporó a la mitología norteamericana: «¡Qué gloriosa es esta mañana!» (Nevins et al., 1994).

      En 1776, el Tercer Congreso de Filadelfia impondrá la emancipación, encargándose Thomas Jefferson de la redacción de la Declaración de Independencia:

      Consideramos evidentes las siguientes verdades: que todos los hombres fueron creados iguales; que su Creador los ha dotado de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están los de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Que, para garantizar estos derechos, se han instituido Gobiernos entre los hombres, y su poder jurídico deriva de la aprobación de los gobernados; que cada vez que alguna forma de gobierno impide la realización de estos fines, el pueblo está en su derecho de alterarlo o suprimirlo y de instituir un nuevo Gobierno, poniendo sus fundamentos en tales principios y organizando sus poderes de la forma que les parezca más conveniente para la consecución de su seguridad y su felicidad. (Nevins et al., 1994)

      Interesa resaltar, como dice W. P. Adams (1980), que no fueron móviles democrático-radicales ni proyectos de reforma social los que impulsaron a la élite política a manifestarse de este modo en 1776, a decantarse tan claramente por la igualdad entre los hombres y el pleno derecho de los gobernados a derribar a los gobernantes. La necesidad de justificar la independencia de un nuevo Estado fue la que condujo a esta proclamación de nuevos principios del poder legítimo.

      Tras la Declaración de la Independencia vendrá la guerra. Francia y España permanecerán neutrales hasta 1778, momento en el que los esfuerzos de B. Franklin por hacer aceptable la causa ante las monarquías borbónicas tendrán éxito. Francia presionará a la marina inglesa, y España actuará desde el sur. Como efecto de su implicación