los vaqueros, los linchamientos y demás parafernalia, es propio de los años ochenta [del siglo xix]. Es una curiosidad arcaica. Vale la pena señalar que en los semanarios de este tipo siempre se da por sentado que las aventuras solamente tienen lugar en los confines de la tierra, en las selvas tropicales, en las llanuras del Ártico, en los desiertos africanos, en las praderas del Oeste norteamericano, en los fumaderos de opio de China en cualquier lugar, de hecho, salvo allí donde las cosas de veras suceden. Ésta es una creencia que data de hace treinta o cuarenta años, cuando los nuevos continentes aún estaban abriéndose poco a poco a la colonización. Hoy, evidentemente, si uno quiere aventuras, el lugar idóneo es Europa. Pero al margen de la faceta pintoresca de la Gran Guerra, la historia contemporánea queda cuidadosamente excluida de estas publicaciones. Y con la particularidad de que hoy a los norteamericanos se les admira, en vez de ser motivo de burla, los extranjeros siguen siendo las mismas figuras cómicas de siempre. Si aparece un chino, siempre será con la siniestra coleta, con el aire de contrabandista de opio propio de la obra de Sax Rohmer. No hay indicio de que haya pasado nada en China desde 1912. No se dice nada, por ejemplo, de que allí se libre ahora una guerra. Si aparece un español, sigue siendo el tipo malencarado que lía cigarrillos y acuchilla a otro por la espalda. Ni el menor indicio de lo que ha ocurrido en España. Hitler y los nazis aún no han hecho acto de presencia, o apenas empiezan a hacerlo. Seguro que será una presencia abundante dentro de muy poco, aunque sea desde un punto de vista estrictamente patriótico (Gran Bretaña contra Alemania), dejando al margen en la medida de lo posible el verdadero significado de la pugna. En cuanto a la Revolución Rusa, es sumamente difícil encontrar ninguna referencia en estas publicaciones. Cuando aparece Rusia, es por lo general en un pasaje informativo (ejemplo: “En la urss hay veintinueve mil personas con más de cien años de edad”), y toda referencia a la revolución es indirecta y errónea en cuanto a las fechas. En un relato de Rover, por ejemplo, alguien tiene un oso domesticado, y como es un oso ruso se le llama Trotski, obviamente un eco del periodo de 1917-1923 sin ninguna relación con las controversias recientes. El reloj se ha detenido en 1910. Britannia rige las olas, y nadie tiene conocimiento de las crisis económicas, de los booms, del desempleo, de las dictaduras, las purgas o los campos de concentración.
En cuanto a la panorámica social, apenas se nota el menor avance. El esnobismo es algo menos manifiesto que en Gem y en Magnet, eso es lo máximo que se puede decir. De entrada, el relato de tema colegial, siempre dependiente en gran parte del atractivo de lo esnob, no ha desaparecido de ninguna manera. Todos los números de los semanarios juveniles incluyen al menos un relato colegial, que son más numerosos, aunque por poco, que los del Salvaje Oeste. La muy elaborada vida de fantasía que se predica en Gem y en Magnet no llega a imitarse conscientemente, y se hace más hincapié en lo aventurero, aunque el ambiente social (las antiguas piedras grises) sigue siendo muy similar. Cuando se presenta un colegio nuevo al comienzo de un relato, a menudo se nos dice, con estas mismas palabras, que “era un colegio muy pijo”. De vez en cuando aparece una historia ostensiblemente intencionada contra el esnobismo. El muchacho becado (Tom Redwing en Magnet) tiene apariciones frecuentes, y lo que es en esencia el mismo tema se presenta a veces de esta forma: hay una intensa rivalidad entre dos colegios, uno de los cuales se considera más “pijo” que el otro, y hay peleas, bromas, partidos de fútbol, etcétera, que siempre terminan con la desgracia de los esnobs. Tras una mirada muy superficial al examinar algunos de estos episodios, es fácil imaginar que se ha colado cierto espíritu democrático en los semanarios juveniles, pero con una mirada más atenta se ve que sólo reflejan los celos enquistados que se dan dentro de la clase de los cuellos blancos. Su verdadera función consiste en permitir al chico que va a un colegio privado de los más baratos (no a un colegio municipal o estatal) la sensación de que su colegio es igual de “pijo” que Winchester o Eton. El sentimiento de lealtad colegial (“Somos mejores que aquellos otros”), algo casi del todo desconocido en la verdadera clase obrera, se sigue manteniendo tal cual. Como estos relatos son obra de autores muy diversos, varían, qué duda cabe, en cuanto al tono. Algunos se hallan razonablemente libres de esnobismo, mientras otros explotan el dinero y la alcurnia con más desvergüenza incluso que en Gem y en Magnet. En uno de los que he encontrado, la mayoría de los alumnos eran de procedencia nobiliaria.
Si aparecen personajes de la clase obrera, suele ser como figuras cómicas (bromas con mendigos, presidiarios, etc.), o como luchadores profesionales, acróbatas, vaqueros, futbolistas profesionales o soldados de la Legión Extranjera, es decir, como aventureros. No se hace frente a las realidades de la vida de la clase obrera, ni tampoco se habla del trabajo bajo ningún concepto. Muy de vez en cuando es posible topar con una descripción realista, digamos, del trabajo en una mina de carbón, aunque con toda probabilidad sólo sea como trasfondo de alguna aventura rocambolesca. En cualquier caso, el personaje central rara vez será un minero. Casi en todo momento, el muchacho que lee estos semanarios –en nueve de cada diez casos, un muchacho que va a terminar por pasar la vida trabajando en una tienda, en una fábrica, en un empleo de subordinado en una oficina– se ve llevado a identificarse con las personas que ocupan los puestos de mando, sobre todo las personas que nunca han tenido el menor problema por escasez de dinero. La figura al estilo de lord Peter Wimsey, el idiota sólo en apariencia, que tartamudea y lleva monóculo pero que siempre sabe reaccionar como corresponde en los momentos de peligro, aparece una y otra vez. (Este personaje es uno de los preferidos en los relatos de espías.) Y, como es costumbre, los personajes heroicos hablan el inglés de la bbc; otros tal vez hablen con acento escocés o irlandés o norteamericano, pero ninguno de los estelares deja de pronunciar debidamente las haches. Vale la pena comparar el ambiente social de los semanarios juveniles con el de la prensa femenina, Oracle, Family Star, Peg’s Paper, etcétera.
La prensa femenina está destinada a un público de mayor edad, aunque la leen sobre todo las chicas que ya trabajan para ganarse la vida. Por consiguiente, son en la superficie mucho más realistas. Por ejemplo, se da por sentado que todo el mundo tiene que vivir en una gran ciudad y tiene que trabajar en un empleo más o menos tedioso. El sexo, lejos de ser tabú, es el tema principal de estas publicaciones. Los relatos breves, siempre completos, que son material específico de estas revistas, son en general del tipo “y entonces amaneció”: la heroína evita por poco perder a su “chico” ante una rival taimada o bien el “chico” se queda sin trabajo y ha de aplazar la boda, aunque a su debido tiempo consigue un trabajo mejor. La fantasía del niño sustituido por otro al nacer (una muchacha que se ha criado en un hogar bien pobre es “en realidad” la hija de una pareja adinerada) es otro de los motivos habituales. Allí donde surge el sensacionalismo, por lo común en los seriales, surge del tipo de delito más doméstico, como es la bigamia, la falsificación o, a veces, el asesinato; no hay marcianos, rayos mortíferos, bandas de anarquistas internacionales. Este tipo de revistas apunta en todo caso a la verosimilitud, y mantiene un vínculo con la vida real en la sección de cartas, donde se comentan problemas muy reales. La columna de consejos que publica Ruby M. Ayres en Oracle, por ejemplo, es sumamente sensata y está muy bien escrita. Con todo y con eso, el mundo de Oracle y de Peg’s Paper es un mundo de pura fantasía. Se trata de la misma fantasía en todo momento: fingir que uno es más rico de lo que es en realidad. La principal impresión que se tiene es la que proviene de casi todos los relatos recogidos en estos semanarios: de un “refinamiento” terrorífico, abrumador. De manera ostensible, los personajes son de clase obrera, aunque sus costumbres, el interior de sus casas, su ropa, su apariencia física y, sobre todo, su manera de hablar son totalmente propios de la clase media. Todos viven con varias libras a la semana por encima de su nivel de ingresos. Y ni que decir tiene que ésa es justamente la impresión que se pretende transmitir. La idea consiste en dar a la aburrida obrera de una fábrica o a la desgastada madre de cinco hijos una vida de ensueño con la que se pueda identificar imaginariamente, no ya como una duquesa (esa convención ha desaparecido), sino al menos como la esposa de un director de banco. No sólo se ponen unos ingresos de cinco o seis libras a la semana como ideal de vida, sino que tácitamente se da por supuesto que así es como la clase obrera puede vivir y de veras vive. Los hechos esenciales no se contemplan. Se admite, por ejemplo, que a veces uno se queda sin trabajo, pero los negros nubarrones siempre terminan por pasar de largo, y la situación mejora. Nada se dice acerca de que el desempleo pueda ser algo permanente e inevitable, nada se dice del paro, nada se dice del sindicalismo. No hay un solo indicio de que pueda haber algo erróneo en el sistema en cuanto tal; sólo tienen lugar infortunios individuales,