Jorge Enrique Salcedo Martínez S J

Historias del hecho religioso en Colombia


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pesos en concepto de vestuario y ajuar. Don Francisco Vázquez, por su hija Doña Floriana Vázquez, aportaba otros 800 pesos por el mismo concepto. El padre Andrés Moreno de Zúñiga aportó, por su sobrina Beatriz de Zúñiga, además de las casas valuadas en 1000 pesos, 1000 pesos más por el vestuario y ajuar. Pedro de Gaspar aportó 800 pesos por Isabel de Medina. Se agregaban a este fondo 2000 pesos de limosnas de los vecinos27.

      En otros casos —como el de María de Barros, viuda de Hernán López de Mora, fundadora del Convento de San José de Cartagena— se dispuso de sus casas en la ciudad para el convento, además de 4000 pesos de renta28. Se trataba de una mujer de renombre y con una situación de desahogo económico que aportó un importante número de propiedades y esclavos, cuyas rentas se entregaron al convento para su sostenimiento. No menos importante es que María de Barros entró como monja y nombró patrón a su hermano Juan de Barros, deán de la catedral29, y al yerno de este, el prestigioso funcionario don Francisco Sarmiento de Sotomayor y Pimentel30.

      En el Nuevo Reino se encuentran casos similares a este último en buena parte de las fundaciones conventuales surgidas por iniciativa de mujeres. Entre ellas se destacan mujeres viudas, como las señaladas anteriormente, empeñadas en abrir sus propios claustros, como sugiere la fundación del Convento de las Carmelitas de Santa Fe. Su fundadora y patrona, Elvira de Padilla, llevó a sus hijas y sobrinas con ella31. Sostiene Silvia María Pérez González que con la muerte del marido la viuda no solo tenía que asumir la gestión del patrimonio familiar, sino que también pasaba a ser responsabilidad suya la vida de los hijos habidos en el matrimonio. La viuda debía reemplazar a su difunto marido en la toma de decisiones como cabeza de familia, algo a lo que posiblemente no estuviera habituada, pero de lo que no podía desentenderse si pretendía seguir libre de la tutela masculina32. Un caso sin parangón es el del referido convento de Santa Inés, cuya patrona fue la rica viuda Antonia de Chávez33. Se trataba de una heredera a cargo de la administración y conservación de un considerable patrimonio procedente de su familia y de su marido (sobre ella y sus aportes volveremos más adelante). Antonia no ingresó al claustro, pero dispuso la entrada de sus dos hermanas, monjas de la Concepción que como fundadoras del nuevo claustro aportaron 18 000 pesos en oro más las propias casas de la ciudad destinadas a convertirse en convento34.

      Ante la limitación económica de un patrón se podían dar situaciones de patronatos múltiples, como el de la sociedad formada, en 1618, por los vecinos Hernando de Caycedo, Tomás Velázquez y Alonso López Hidalgo de Mayorga. Estos comenzaron a reunir fondos para fundar el que debería haber sido el primer convento de monjas dominicas en la ciudad de Santa Fe; sin embargo, el proyecto se interrumpió por la repentina muerte de Caycedo en 1622, condicionamiento biológico que también incidía en la formalización de los patronatos. Otro caso semejante se dio en el proceso fundacional del Convento de la Concepción de Santa Fe: en 1577, el vecino Cristóbal Rodríguez Cano destinó en su testamento la entrega de un monto que debía unirse para fundar este convento al capital de Juan Rodríguez y Luis López Ortiz en 159135.

      La fórmula habitual era que todo el linaje del patrón lo acompañara en la empresa. Para el caso del mencionado Convento de la Concepción de Santa Fe, casi todas las hijas y la hermana del rico encomendero Pedro Rodríguez de los Ríos de Tunja entraron como monjas y aportaron al capital inicial del convento. Además, se contó con parte de la hacienda entregada por el presbítero Diego Vaca de Mayorga, que consolidó aún más la fuerte economía del monasterio36. Esto permite admitir que, aunque el fundador se pueda individualizar, era muy difícil que la dotación material se pudiera atribuir a un solo individuo por la complejidad de asumir todos los costos, por la diversidad de gestiones, y porque el asunto interesaba a muchas familias, que buscaban destino para sus hijas como religiosas y que operaban también como sujetos activos, aunque no principales, en la empresa fundacional.

      A esta altura, es evidente que los conventos vinculaban a poderosos y destacados personajes de la sociedad colonial, empeñados en llevar adelante una empresa de amplia aceptación en el conjunto de la población. Los patronos de la mayoría de los conventos fundados en la jurisdicción del Nuevo Reino de Granada se vinculaban a la encomienda, especialmente los que surgieron en el último tercio del siglo XVI, como fueron los conventos de Santa Clara de Tunja, Pamplona, Pasto, y el de la Concepción de Tunja. En el caso del Monasterio de la Encarnación de las Agustinas en Popayán, su fundador fue el obispo Agustín de Coruña, quien dedicó a la construcción del monasterio sus propias rentas de obispo y adquirió 27 negros para que el convento tuviera su sustento, “por no haber otra cosa más honorable en esta tierra por ser tierra de oro”37. Situación diferente se planteó en el convento de la Concepción de Santa Fe fundado en 1595 por el próspero comerciante Luis López Ortiz, quien no tenía vinculación directa con la encomienda. Posiblemente este hecho constituye una muestra de los inicios de diversificación económica que se estaba originando en la sociedad mientras se asistía al continuo deterioro de la encomienda por la caída demográfica de las comunidades indígenas38. En el caso del siglo XVII, el capital de los patrones admite más diversidad: dos de ellos surgieron vinculados a los repartimientos de indios, aunque no se trataba ya de la principal base económica: el Convento de San José, fundado por Elvira de Padilla, recibía una pensión de la Caja Real producto de los beneficios de la encomienda de Fusagasugá, que había pertenecido al abuelo de la fundadora39, y el Convento de Santa Inés contaba con las demoras de la encomienda de Ubaqué de la mencionada Antonia de Chávez, viuda de Lope de Céspedes, pero para 1645 no constituía la principal fuente de los ingresos de este convento: durante las décadas que duró la tramitación de la licencia del convento la viuda se convirtió en empresaria agrícola y aportó al patronato del convento una estancia de tierra caliente con diez esclavos, 24 mulas, 300 cabezas de ganado vacuno, un trapiche con 24 yuntas de bueyes, 40 estancias para cultivos y cría de ganado. Del ganado se contaba: 1000 cabezas de vacuno, 300 yeguas, 5000 ovejas, 500 cabras y 1000 cabezas de ganado de cerdo. Las haciendas tenían una localización en la sabana de Bogotá, al occidente del altiplano cundiboyacense, en zona de influencia de la ciudad de Santa Fe y lugar de paso hacia centros mineros como Mariquita, Zaragoza y Antioquia40. Los mayores beneficios económicos no procedían ya de los repartimientos sino de la comercialización y abastecimiento agrícola de los poblados que lo demandaban, una clara manifestación del cambio de modelo productivo hacia la mitad del siglo XVII.

      FUNDADORES ESPIRITUALES

      Las casas religiosas contaban, junto con los fundadores materiales, con los “fundadores espirituales”41, quienes impulsaban, reforzaban o se comprometían personalmente con la fundación conventual. Entre estos se encontraban generalmente los miembros de la Iglesia, frailes o clérigos que inspiraban, despertaban, alentaban e incidían sobre los fundadores-patrones, como afirma Miura, en su “voluntad de fundar”. En el caso del Convento de Santa Clara la Real de Tunja, para citar un ejemplo, su fundación respondió a la decidida voluntad del matrimonio de Francisco Salguero y Juana Macías. Sin embargo, la cercanía a los franciscanos y a los ideales de esta orden pesaron fuertemente en la decisión del matrimonio. Así, la encomienda de Mongua, cuyo titular era Salguero, pertenecía a la doctrina de Sogamoso a cargo de los franciscanos42. Es posible que la cercanía a los doctrineros y a sus principios espirituales determinaran que Salguero fundase el convento, le donase todos sus bienes y su mujer ingresara en él como monja. Los ideales de pobreza y observancia de los franciscanos conmovían a los laicos y conseguían el apoyo material del conjunto de la sociedad43.

      Como se aprecia, los miembros de las órdenes religiosas eran auténticos promotores de las fundaciones conventuales, constituyéndose en muchos casos en los gestores de los procesos de apertura de los claustros. Los dominicos, para dar otra referencia, desde 1627 estuvieron detrás de la consolidación del patronato para la fundación del mencionado Convento de Santa Inés. Juan Clemente de Chávez había dispuesto en su testamento que encargaba a su hermana Antonia del patronato para la fundación del convento. La confluencia de intereses entre la familia Chávez y los frailes tuvo, sin embargo, una fuerte confrontación, porque al parecer Antonia de Chávez sospechaba del interés de los frailes en el control del patrimonio del convento, a cambio de los servicios