en alemán un nuevo componente semántico, traduciendo fiscal por Zensor (censor) y friscal por Senser (guadañador o segador), de modo que ahora Don Quijote aparece como guadañador de los dichos de Sancho. Y en efecto, los siega con mucho entusiasmo.
Otro rasgo estilístico importante de El Quijote consiste en que Cervantes utiliza muchas veces las mismas palabras en dos sentidos, como en el caso del epíteto de la triste figura, en el que triste significa a la vez ‘miserable’ y ‘melancólico’. O en el de la palabra inaudito, que aparece a veces en el sentido figurado de ‘extraño’ o ‘extraordinario’ y a veces en el sentido literal de ‘nunca oído’, porque las aventuras quiméricas de Don Quijote no han existido nunca. Carga doble o triple de las palabras que era necesario recrear en alemán en los lugares en los cuales la lengua lo permitía. Y fue así que el fementido lecho que se le rompe debajo a Don Quijote en el establo de la venta de Maritornes se transformó en alemán en una wortbrüchiges Bett (una cama que literalmente rompe su palabra).
Citaré otros ejemplos de ambigüedades que se les permiten a los protagonistas en alemán y no en español. Como si las lenguas ya estuvieran provistas de las palabras que las obras extranjeras puedan exigirles. Por ejemplo: para traducir la expresión encolerizarse, he empleado la locución alemana ponerse en arnés (in Harnisch geraten), que parecía hecha a la medida de Don Quijote. Y allí donde se habla de la quintaesencia de los caballeros andantes, empleé el adjetivo alemán erlesen, que significa ‘exquisito’, pero que también puede interpretarse como er-lesen (lo que se adquiere leyendo). Y, de hecho, es así como Don Quijote ha adquirido su pasión por la caballería.
Y en cuanto a la ínsula que tanto le tiene prometida Don Quijote a Sancho, se requería una palabra antigua o rebuscada en alemán, así que me decidí por el poético Eiland, que tiene la ventaja añadida del prefijo Ei, que significa literalmente ‘huevo’. De modo que la frase de la sobrina de Sancho en la segunda parte cobra un sentido nuevo cuando dice: «Malas ínsulas te ahoguen (...), Sancho maldito. ¿Y qué son ínsulas? ¿Es alguna cosa de comer, golosazo, comilón que tú eres?».
Muchos críticos le han reprochado a El Quijote también sus supuestos errores, ya sea en cuanto a la narración o en cuanto al estilo. Se ha hablado de la obra más descuidadamente escrita de la literatura mundial, y muchos editores han luchado contra el potencial anárquico de absurdidades e ilogismos, de burros que desaparecen y reaparecen, de yelmos que se han destrozado en mil pedazos para reaparecer poco después en la cabeza del protagonista. Pero lo fascinante de El Quijote es que no necesita de tales correcciones. La propia novela se ha tematizado tanto a sí misma y a su estructura en su espejeo lúdico, que sus personajes pueden incluso conversar tranquilamente sobre estos supuestos errores.
Un aspecto que como traductora me parece especialmente interesante y que otros traductores han pasado por alto (casi siempre en favor de la corrección) son las particularidades gramaticales de Cervantes. No sólo se le han achacado faltas en la estructura y la lógica de la novela, sino también en la gramática y la estructura de sus frases. Pero, si se miran de cerca estas supuestas faltas, se nota que en muchos casos –y justamente en una época en la cual la gramática estaba todavía en movimiento– son recursos que sirven para intensificar la fuerza expresiva de lo escrito. Y esto le viene bien al traductor, porque puede ver en qué parte de la frase Cervantes quiso poner el acento. Un procedimiento estilístico frecuente es, por ejemplo, el anacoluto. Una frase comienza de una manera y termina de otra. Normalmente, los traductores lo convierten en una frase gramaticalmente coherente, siguiendo el lema –denunciado por el anglista y traductor alemán Klaus Reichert– de que «cuando se hunde el barco del texto, la banda del traductor ha de seguir tocando a bordo Más cerca, oh Dios, de Ti». Pero de este modo se pierde por completo la esencia de la prosa cervantina. En su texto La formación paulatina de los pensamientos al hablar Heinrich von Kleist ha mostrado cómo lo que se quiere expresar adquiere forma sólo en el acto mismo de la expresión, tal como se recoge en el dicho l’appétit vient en mangeant (l’idée vient en parlant). Proceso que puede observarse también en la estructura de las frases de Don Quijote.
Cuando Don Quijote se topa con un fenómeno desconocido, su cabeza trata de interpretarlo conforme a su universo de caballería. Al principio tantea para encontrar el camino, luego va tomando impulso, y termina en un clímax de retórica caballeresca que muchas veces no tiene ya nada que ver gramaticalmente con el punto de partida. De esta dinámica y libertad gramatical tampoco debería huir el traductor.
Lo mismo sucede con las repeticiones, que la mayoría de los traductores normalmente suprime. Hay casos que demuestran que Cervantes las empleó de modo consciente, como por ejemplo el pasaje en el que aparece seis veces en tres líneas el verbo decir:
(...) y a esta sazón dicen que Sancho dijo entre sí: ‘¡Válate Dios por señor! ¿Y es posible que hombre que sabe decir tales, tantas y tan buenas cosas como aquí ha dicho, diga que ha visto los disparates imposibles que cuenta de la cueva de Montesinos? Ahora bien, ello dirá. (...)
Al terminar con «ello dirá», Cervantes demuestra que se trata de un juego consciente; juego que el traductor no debería perderse.
Pienso que si se quiere devolver el movimiento a la imagen congelada de Don Quijote, hay que hacerlo acentuando estos detalles lingüísticos, porque los personajes de Cervantes cobran vida y se definen por su manera de hablar y por la luz que el foco del narrador proyectó sobre ellos.
Puede que el lector de una traducción que toma en cuenta estas sutilezas ni siquiera note el nuevo Don Quijote que se le presenta (puesto que el trabajo del traductor no debe nunca ponerse llamativamente en primer plano), pero a la larga tendrá la oportunidad de penetrar más profundamente en el espíritu del libro y de sus personajes. Podrá participar, con pleno derecho, en ese proceso de postmaduración que hace posible que las obras clásicas viajen a través del tiempo conservando eternamente su frescura.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Calvino, Italo (2009): Por qué leer los clásicos. Siruela, Colección Biblioteca Calvino. Traducción de Aurora Bernárdez.
Benjamin, Walter (1971 [1923]): La tarea del traductor. Barcelona: Edhasa. Traducción de H. A. Murena.
Schlegel, Friedrich (1967 [1801]): Charakteristiken und Kritiken I, Hans Eichner (ed.), Paderborn: Schöningh.
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