Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres» (Hch 3, 13, cf. también Mt 22, 32; Mc 12, 26, Lc 20, 37). Esto era así no sólo para los israelitas, sino también para la mayoría de los pueblos de la tierra, en todo Oriente Medio, en la antigua Grecia y Roma, en la India, Japón, China y en toda África.
En las civilizaciones antiguas, la religión era un amplio fenómeno local, una cuestión familiar. Más que los lazos de sangre, era este culto común el que unía a una familia a través de muchas generaciones y de muchos grados de parentesco. Entrar en una familia por matrimonio suponía aceptar los deberes religiosos de esa familia. Vivir fuera de la familia, alejarse de las tierras de los antepasados, negarse a vivir bajo las normas familiares, significaba cortar de raíz con el culto familiar, y por tanto con la vida familiar.
3. ADOPTAR HERENCIAS
Pero la puerta no se abría sólo hacia fuera. Una familia podía aceptar, y aceptaba de hecho, a forasteros como miembros de pleno derecho, pero sólo después de que se hubieran convertido en miembros. Y la forma ritual y legal de dar la bienvenida al nuevo miembro era mediante un «pacto». El pacto era la forma que tenían las familias de extender las obligaciones y privilegios de parentesco a otras personas o grupos[5]. Cuando una familia recibía nuevos miembros, por medio del matrimonio u otro tipo de alianzas, ambas partes, los nuevos miembros y la tribu establecida, sellaban el pacto que les vinculaba con un juramento solemne, con una comida en común y ofreciendo un sacrificio.
Algunas alianzas llegaban incluso a unir dos amplias familias tribales para darse apoyo y protección mutua. Pero una alianza era más que un mero tratado, y las partes contratantes eran más que aliados. Por la fuerza del pacto quedaban unidos como una familia. El estudioso de la Biblia Dennis McCarthy, S. J., escribió que «la alianza entre Israel y Yahvé constituyó a Israel en familia de Yahvé, en un sentido muy real... como resultado... la alianza se consideraba como un tipo de relación familiar»[6].
4. HOGARES MODELO
Los sociólogos han desarrollado muchos modelos para entender esta organización familiar. El que me ha parecido más útil es el de Carle C. Zimmerman, de la Universidad de Harvard, que se refería a las familias antiguas como «familias depositarias».
En su monumental obra Family and Civilization, explicaba Zimmerman: «la familia depositaria se llama así porque se considera a sí misma, más o menos, como inmortal: existe de forma perpetua y no se extingue jamás. Por consiguiente, los miembros que viven no son la familia en sí, sino simplemente “depositarios” de su sangre, derechos, propiedades, nombre y posición, mientras viven»[7].
La familia depositaria enfoca la familia principalmente en términos religiosos. No es sólo la familia nuclear, ni siquiera la extensa, sino todos los miembros de la familia del pasado y del futuro, así como los de la generación presente. Un lazo sagrado une a los miembros de la presente generación con los antepasados que les dieron la vida; el mismo lazo los une con sus futuros descendientes, que perpetuarán el nombre de la familia, su honor y sus ritos.
Esto se parece poco a lo que la mayoría de la gente de hoy se refiere al hablar de familia. Las familias modernas tienden a caer bajo lo que Zimmerman clasificaría como «familia doméstica» o «familia atomista». La familia doméstica describe un hogar basado en el vínculo matrimonial: marido, mujer e hijos. En esta estructura los miembros de la familia hacen hincapié en los derechos individuales junto con los deberes familiares. En las familias atomistas, sin embargo, los derechos individuales están muy por encima de los vínculos familiares, y la familia en sí misma existe para el placer del individuo.
Hay muchas diferencias destacables entre estas etapas históricas[8]. En las sociedades de familia depositaria, la familia se ve como una realidad mística; en las sociedades de familia doméstica, se trata de una tradición moral; cuando predomina la familia atomista, el hogar se ve como una especie de capullo de la crisálida, algo en lo que uno nace para escapar de él. En las sociedades depositarias, el matrimonio es un acuerdo sagrado; en las domésticas, es un contrato; en el hogar atomista, es un modo práctico de compañía. En la familia depositaria, los hijos son bendiciones divinas; en la doméstica, agentes económicos indispensables; en la familia atomista, sin embargo, se convierten en una carga económica, un «gasto» y un obstáculo para la realización personal. En la familia depositaria, el padre es el patriarca, un rey-sacerdote que debe servir a sus antepasados tanto como a su descendencia; en la doméstica, es el autoritario director jefe de la unidad económica fundamental de la sociedad; en la familia atomista, es una patética figura que hay que dejar atrás para poder crecer como individuo. Y cada tipo de familia ve la inmoralidad sexual de forma diferente. Para la familia depositaria, es un acto criminal; para la doméstica se trata de un pecado individual; para la familia atomista es un asunto privado, una elección, un estilo de vida alternativo.
Zimmerman señala que sólo las sociedades basadas en la familia depositaria han sido capaces de alcanzar el nivel de civilizaciones. Pero ninguna de esas sociedades fueron capaces de mantener para siempre el orden depositario. En algún momento de la historia de las civilizaciones, la gente empieza a vivir según el modelo de familia doméstica. El período de predominio de la familia doméstica, sin embargo, es por lo general de corta duración, una fase de transición hasta que la familia atomista ocupa su lugar. Cuando la familia atomista llega a ser el modelo dominante de la sociedad, entonces las obligaciones familiares se ven habitualmente como impedimentos para el desarrollo personal. La familia atomista, caracterizada por la generalización del divorcio, la actividad sexual desenfrenada y el descenso de la población, indica normalmente que una civilización está en su declive final.
5. PLANIFICACIÓN FAMILIAR NACIONAL
Todo esto puede ayudarnos a entender lo que la gente del antiguo Israel —y Jesucristo, y los primeros cristianos— quería decir cuando hablaba de los temas más cercanos a sus intereses y a los nuestros. Debemos tener cuidado, después de todo, para no proyectar nuestras ideas modernas sobre las palabras de los autores bíblicos. Familia, sociedad y religión eran, en gran medida, intercambiables para los israelitas. ¡Empresa familiar era sinónimo de culto religioso, y la «unidad familiar» era la sociedad misma!
Por tanto, si te contabas entre los hijos e hijas de Israel, contabas tus «hermanos y hermanas» por decenas de miles, cientos de miles o incluso millones.
Se trata ciertamente de una interpretación amplia de la observación de Dios: «no es bueno que el hombre esté solo». Pero podemos ver la lógica de la familia depositaria también en el primer mandamiento que dio a la primera familia: «Creced y multiplicaos, y poblad la tierra».
No es suficiente con que el hombre sea creado «bueno». Ni parece que sea suficiente para él con «tener una ayuda adecuada a él». Un romance, por grande que pueda ser, da la impresión de que es insuficiente para satisfacer a esas criaturas, para que cumplan sus obligaciones ante Dios o para que completen la imagen de Dios en la tierra. Un romance basta, de forma limitada, para sacar al hombre de sí mismo. Los hijos bastan para llevar a una pareja de enamorados más allá de su románticas miradas.
Pero parece que Dios nos hizo para vivir en una familia más amplia, para experimentar un amor mucho más grande... un amor que se extiende hasta el infinito.
[1] Cf. L. Perdue et al., Families in Ancient Israel, Westminster John Knox Press, Louisville, Ky. 1997; C. Osiek y D. Balch, Families in the New Testament, Westminster John Knox Press, Louisville, Ky. 1997. Para un tratamiento profundo de la visión bíblica de la familia como personalidad corporativa, cf. J. de Fraine, S.J., Adam and the Family of Man, Alba House, Staten Island, N.Y. 1965.
[2] Sobre la naturaleza religiosa de las culturas patriarcales en la antigüedad, cf. K. van der Toorn, Family Religion in Babylonia, Syria and Israel, Brill, Leiden 1995; C. Pressler, The View of Women Found in the Deuteronomic Family Laws, Walter de Gruyter, New York 1993; C. Dawson, «La familia patriarcal en la historia», en Dinámica de la historia universal, Rialp, Madrid 1961, pp. 122-139. Sobre los discutidos «orígenes tribales» del antiguo Israel en