interrelación con los antifascismos –quizá un término más adecuado dado que la historiografía de las últimas décadas ha roto con la idea de un antifascismo estático y monolítico, partidista, para plantear la existencia de una cultura de masas antifascista, con gran variedad de representaciones y posiciones, solo unidas por el rechazo común a lo que los fascismos representaban.3
Este papel de la guerra civil española se reflejó claramente en los dos congresos mundiales de la juventud que se celebraron en Ginebra, en agosto-septiembre de 1936, y en Nueva York, en agosto de 1938, que son el centro de este trabajo. Dada la necesaria brevedad del texto, se realizará, en primer lugar, una muy breve síntesis de la evolución del pacifismo en el periodo de entreguerras, con unas notas sobre los canales y formas en que se produjo la solidaridad juvenil con la República en guerra,4 para, finalmente, analizar los dos congresos antes citados, la influencia de la guerra civil española en ellos y los cambios que provocaron en los movimientos pacifistas.
LOS PACIFISMOS DE ENTREGUERRAS
Las ideas antimilitaristas y pacifistas tienen una larga historia y había habido movimientos pacifistas antes de la Primera Guerra Mundial, al igual que campañas de solidaridad internacional. Por ejemplo, gran parte de las actividades de las juventudes socialistas europeas antes de la Gran Guerra se centró en lo que se llamaba «propaganda antimilitarista», influida por el rechazo tradicional del mundo obrero al servicio militar obligatorio, que se empezó a establecer en Europa tras la guerra franco-prusiana de 1870. También la guerra franco-prusiana vio la acción humanitaria de la Sociedad de los Amigos, más conocida como los cuáqueros, probablemente la más antigua de las asociaciones que desarrollan acciones humanitarias, que había jugado un importante papel en la gran hambruna irlandesa entre 1846 y 1849 y que actuaría también antes de la Gran Guerra en las guerras balcánicas y en la guerra de los Boers en Sudáfrica.5
Sin embargo, las consecuencias del conflicto bélico, que se había vendido casi como una cruzada por Dios y por la Patria en todos los países europeos y que se convirtió en una masacre sin precedentes, dieron un gran impulso a las ideas pacifistas: el never again! británico fue replicado por el plus jamais ça! francés. Se puede decir que el apogeo de las ideas pacifistas «puras», de rechazo a toda guerra, se produjo en los años veinte y a principios de los años treinta, cuando los jóvenes rechazaron el militarismo y se opusieron al rearme. Estos planteamientos tuvieron su colofón en el llamado Juramento de Oxford, la resolución aprobada por la Oxford Union el 9 de febrero de 1933, declarando que «no luchará por su rey y por su país en ninguna circunstancia», que fue seguido por mociones similares en otras universidades británicas y que tuvo su propia versión en los Estados Unidos, donde una encuesta realizada en el otoño de 1933 mostró que un 39% de los universitarios norteamericanos la apoyaba y que otro 33% decía que solo tomaría las armas si el país era invadido. Prácticamente cada 11 de noviembre, los estudiantes organizaban manifestaciones y/o actos públicos por el aniversario del fin de la Primera Guerra Mundial que, por ejemplo, en el Reino Unido se convirtieron en los años treinta en centro de protesta contra la guerra. En Estados Unidos, a partir de 1934, se celebraron «huelgas por la paz» el 13 de abril, coincidiendo con el aniversario de su entrada en la Gran Guerra: en la tercera huelga, en 1936, participaron más de 350.000 estudiantes.6
Resultado también de la Gran Guerra y de la posterior creación de la Sociedad de Naciones (SdeN) fue el surgimiento, en 1921, de una organización civil internacional, la Federación Internacional de Asociaciones pro Sociedad de Naciones (IFLNS por sus siglas en inglés). Su objetivo era movilizar a la opinión pública en favor de la Sociedad de Naciones y presionar para que sus gobiernos asumieran los compromisos que se desprendían de ella. En general, y como ejemplifica el caso británico, los miembros de la IFLNS coincidían con la tendencia más liberal y progresista de la SdeN; exigían que sus organismos desplegaran más decisión e iniciativa; y eran apoyadas por partidos de centro y centro-izquierda (liberales y laboristas en Gran Bretaña, dado que los conservadores británicos nunca fueron muy partidarios de la existencia de la Sociedad de Naciones). En muchos países, como en el mismo Reino Unido, estas organizaciones tuvieron secciones juveniles y/o universitarias y jugaron un importante papel en la defensa de la paz.7
En los movimientos pacifistas participaron jóvenes de muy variadas tendencias políticas. Por ejemplo, en Francia se creó el Groupement Universitaire pour la Société des Nations (GUSDN), ligado a grupos católicos, que difundió en cánticos y periódicos las ideas de paz y reconciliación. Casi cada año se organizaban semanas por la paz, tanto por esta organización como por la Liga de Derechos del Hombre, los jóvenes del Partido Radical o los socialistas. Estos últimos se apoyaban en la «Fiesta de la Paz» (31 de julio), día de propaganda antibélica y antimilitarista fijado por la Internacional Juvenil Socialista (IJS) en recuerdo del asesinato, en 1914, del dirigente socialista y pacifista francés Jean Jaurès.8
Las organizaciones juveniles comunistas mantuvieron esta política antimilitarista, pero se oponían a lo que llamaban «pacifismo burgués». Para la Internacional Juvenil Comunista (IJC), mientras existiera el capitalismo no se podía estar contra toda guerra y distinguía tres tipos de conflictos bélicos: las guerras entre estados imperialistas; las de liberación nacional, sobre todo en las colonias; y las que los países y la «contrarrevolución» capitalistas hacían contra el desarrollo de la «revolución proletaria» y donde ésta había triunfado.9
Las consecuencias de la Primera Guerra Mundial también dieron lugar al desarrollo de ideas pacifistas en unas organizaciones surgidas con un claro signo «militarista», como los Boy Scouts. Desde 1920, celebraron en diferentes estados europeos unos encuentros internacionales de unos 10 días de duración –llamados jamborees–, en los que participaban adolescentes de entre 14 y 17 años. Como se dijo en 1929, se buscaba con ello «fortalecer el espíritu de fraternidad y de amistad entre los jóvenes del mundo».10
Ya en 1928 se celebró en Holanda lo que se llamó «Primer Congreso Mundial de la Juventud por la Paz», que tuvo como anfitriona a la Federación Holandesa de Jóvenes por la Paz. Había sido precedido, entre otros, por un Congreso por la Paz celebrado en Bierville (Francia) en 1926, donde se formó un secretariado internacional para preparar el congreso juvenil. Sin embargo, no tuvo una amplia repercusión dado el contexto internacional: era todavía el periodo del «espíritu de Locarno» y los «felices años 20».11 La crisis de 1929 y la política agresiva de los movimientos fascistas en el poder aceleraron las movilizaciones pacifistas. La ocupación de Manchuria por Japón entre 1931-1933 no había producido una preocupación generalizada, pero a esta le siguió la de Etiopía por la Italia fascista en 1935, la crisis por la remilitarización de Renania realizadad por la Alemania nazi en marzo de 1936, el comienzo del conflicto bélico español en julio, el inicio de la guerra chino-japonesa en 1937, y el Anchsluss austríaco –la anexión por la fuerza de Austria a Alemania–, en marzo de 1938, que llevarían a ampliar las dimensiones y las relaciones de y entre los movimientos pacifistas.
En esta posibilidad de establecimiento de nuevas relaciones influyeron también los cambios en las organizaciones comunistas, que pasaron de la crítica a los socialistas como «socialfascistas» y de la política de clase contra clase a la política frentepopulista, establecida en los congresos que celebraron la Internacional Comunista y su equivalente juvenil, la IJC, en agosto-septiembre de 1935: una amplia alianza contra el fascismo que implicaba también tener en cuenta a amplios sectores