Lo que usted les diga me trae sin cuidado, porque esta gente ya tiene toda la información que necesita para saber qué está pasando, independientemente del recado que usted les lleve. Porque pongamos las cartas sobre la mesa, lo importante no era lo que yo le diga a usted, sino hacerme llegar un mensaje a través de usted. Un recordatorio de que va siendo hora de que me ponga las pilas. No me intente convencer de otra cosa, señor Sampere, cuando ni siquiera sabe en qué consiste mi proyecto. Y ahora es mi turno de preguntarle a usted a qué coño se dedica para darse tantos humos.
Sampere lo miraba con furia, pero parecía que su respiración había vuelto a calmarse, y recuperó el trato de usted a la hora de dirigirse a Ricardo.
—Mire, amigo, puede que yo no sea tan famoso como usted ni salga tanto por la tele. Pero precisamente por eso es por lo que yo llegaré mucho más lejos. Está usted hablando con el futuro dueño de este país.
—¿Eso es lo que le prometieron? —preguntó Ricardo volviendo a reír, incapaz de reprimir la carcajada.
—Su promesa fue que me ayudarían a conseguir mis metas. Y ellos saben perfectamente cuáles son mis metas —dijo Sampere muy serio.
—Ya entiendo —contestó Ricardo volviendo a mirarlo de arriba abajo con una mueca depredadora en sus labios—. La sonrisa de vendedor, el traje anticuado y unos zapatos que son cuatro veces el salario mínimo. Tú lo que quieres es meterte en política, ¿no es así, Marcelino? Y por tu pelo engominado y el innecesario escudo de armas que luces, creo que adivino el partido en el que debes militar…
Sampere se acercó amenazante, estirando el cuello para intentar poner su cara a la altura de la de Ricardo, mas sin éxito. Pero no hacía falta, porque su aspecto en aquel momento era ciertamente intimidante a pesar de su corta estatura, como Joe Pesci en Uno de los nuestros. Parecía capaz de cualquier cosa con alguien que tuviese la osadía de no tomárselo en serio. Pero Ricardo no se achantaba, y le sostuvo la posición sin intimidarse ni dejar de fumar.
—Así es, Ricardito, así es. De hecho, ya estoy metido. En política y en todo aquello que me permita llegar a ser la persona más importante de España. Así que puede que el día en que yo les sea de más utilidad que tú no esté tan lejos como tú te crees.
—¿Y qué me recomiendas que haga?
—Darme algo útil.
—Ya lo he hecho. Diles que vale, que las piezas están en movimiento.
—No es suficiente.
—No, no lo es. Nunca lo es para los inútiles sin imaginación como tú —estalló Ricardo repentinamente—. Y por supuesto, vuestra falta de imaginación la compensáis con una ambición casi caricaturesca. Es increíble que con lo fácil que tenéis las cosas no seáis capaces de controlarlas mejor, joder. Tenéis el juego amañado a vuestro favor y, aun así, os cuesta ganar. A mí me daría vergüenza, pero claro... Cadenas de televisión.
—¿Qué? —preguntó confundido Sampere.
—Cadenas de televisión. Tú lo que quieres es que yo te dé alguna idea que te ayude a ti, ¿no es eso?
—¿Tu plan final consiste en montar cadenas de televisión?
—¡Qué va! Eso está muy por debajo de mi proyecto, es una idea superficial, pero que puede ser suficiente para un político sin imaginación. Porque tú lo que quieres es que yo te dé alguna de mis ideas de la que puedas sacar provecho, ¿no es así? Tú eres capaz de presentarte voluntario para rebajarte y hacer de mensajero para un artistilla como yo solo para ver si mis ideas valen tanto como a ti te han dicho. Y con suerte apuntarte algún tanto como si se te hubiera ocurrido a ti. ¿O no?
Por la expresión de sorpresa tan exagerada, casi cómica, que puso Sampere sustituyendo su previa mueca furibunda, Kino dedujo que su padre acababa de dar en el clavo.
—Bueno, a ver… ¿Pero para qué queremos más canales de televisión?
—¿Que para qué…? ¡Ves cómo no tenéis ni una gota de imaginación! Mira, vuestro partido ya controla un grupo mediático que cuenta con sus propios canales. ¿Cierto?
—Cierto… —contestó Marcelino con cierta reticencia.
—Y mal, lo que se dice mal, no os van las cosas en ese apartado. Que yo estoy metido por ahí y sé cuáles son las cuotas de audiencia. Que nosotros también controlamos producciones televisivas.
—Vale, vale, ¿a dónde quiere llegar?
—Crear otra cadena. Pero que esta sea con tendencia a la izquierda.
—¿Y eso en qué iba a beneficiarnos? —preguntó Sampere con cara de no entender nada.
El partido en el que Marcelino Sampere había comenzado a militar hacía pocos años, y que actualmente ostentaba el Gobierno del Estado, era de una tendencia conservadora muy marcada, sirviendo de refugio al amplio espectro reaccionario del país. Motivo por el que habían ganado por mayoría absoluta en las anteriores elecciones.
—Pues que la tendencia hacia la izquierda sería puramente aparente. Ponéis a algún famosillo y a algún periodista que diga cosas así muy rojas. De las que vuestro electorado no quiere oír. Ponéis mucho énfasis en temas sociales, y en general habláis de las cosas de las que habla la oposición. Sería la primera cadena abiertamente de izquierdas, así que llamaría mucho la atención y atraería a todo el público que echa de menos ese tipo de mensaje. Pero en realidad seríais vosotros los que controlaríais el mensaje. Piénsalo por un segundo. —Kino, que estaba anonadado al ver la facilidad con la que su padre se desenvolvía en una situación tan surrealista como aquella, vio que Sampere ponía expresión pensativa al oír las palabras de Ricardo. Sus argumentos estaban empezando a adquirir sentido en su mente—. Tendríais control sobre la línea editorial. Y luego ya, la guinda: hacéis programas de debate a los que invitáis a los «expertos» más ineptos de la izquierda, por un lado, gente que no es capaz de improvisar un argumento de peso en el calor de una discusión y ante la que sea fácil no quedar mal. Y por el otro, a la auténtica gente a la que vosotros queréis dar visibilidad. Y es así cómo hacéis llegar vuestro mensaje reaccionario a más gente. ¿Entiendes?
Sampere asentía lentamente.
—Entiendo, entiendo. Tiene bastante sentido, la verdad. Y tengo que reconocer una cosa: es una idea muy buena, cojonuda. Muy retorcida.
—Pues te dejo que te la quedes y que te apuntes el tanto, campeón. Ahora, ¿puedo irme?
Sampere volvió a asentir lentamente, asimilando aún las palabras de Ricardo. Pero cuando este volvió a darse la vuelta, arrojando la colilla de su cigarro al suelo, Sampere recuperó la compostura y se volvió a dirigir a él:
—Volveremos a vernos, señor Lázaro. Ha sido un auténtico placer.
Ricardo se quedó plantado en seco, y permaneció pensativo de espaldas al Jefazo durante un par de segundos hasta que giró sobre sí mismo para dirigirse de nuevo hacia su interlocutor mientras sacaba otro cigarro del interior de su chaqueta.
—Mira, tronco, si te hago otro favor, ¿prometes que no me darás el coñazo? —Por un instante, Kino volvió a ver ante él al mismo chico que logró evitar todos los problemas en el barrio de Carabanchel a pesar de ser de fuera—. Ese rollito de volveremos a vernos… qué pereza, no me jodas.
Sampere metió las manos en los bolsillos de su pantalón con expresión molesta, pero no enfadada. Parecía que no le gustaba nada el tono de aquel «artistilla», pero muy a su pesar tenía que reconocer que sus ideas puede que tuviesen tanto valor como se rumoreaba.
—Bueno, si me hace otro favor, prometo estarle eternamente