Gustavo Faverón

Vivir abajo


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miras por sobre el hombro, la cara de tu padre: ya estás sano.

      Ariadna dice que quiere ir al baño. Apenas cierra la puerta, George dice que él también quiere ir al baño y pregunta si hay otro. En el segundo piso, dice Rainer. Es la respuesta que George quiere. Al final de la escalera, sube nomás, agrega el viejo, y asoma por la ventana: el viento hace danzar a los geranios, o a las hortensias. George va por la escalera. Arriba, ve la puerta entreabierta del cuarto de Ariadna y entra. Se para frente a la cama, escrupulosamente tendida, y mira las dos mesas de noche, cada una con un jarrón de flores amarillas. ¿Le parece una tumba? ¿Un altar?...

      … Prefiero no pensar en eso, contar otra cosa. Por ejemplo: creo que es a principios de abril (sí, a principios de abril, poco después del golpe de estado), cuando George deja de afeitarse y cortarse el pelo y empieza a asumir, poco a poco, esa imagen como de cantante de protesta o de guerrillero cubano con la que lo recuerdan todos los que, meses más tarde, hablan conmigo acerca de él. Calculo que también es por entonces cuando empieza a acondicionar el sótano de la casona incendiada. Despeja los desperdicios, barre telarañas, limpia el techo y las paredes, echa a la calle los objetos ruinosos: ¿o los deposita en otro lugar de la casa? Seguro es eso. Instala un grupo electrógeno que funciona a querosene. Está claro que solo actúa de noche o de madrugada, para no exponerse a que Ariadna o Rainer lo vean entrar o salir (están a tres puertas). Debe hacerlo en silencio, además, para no molestar a Hildegardo, quien sigue durmiendo en la casona y ha de creer que esas alteraciones son necesarias para filmar la película −en el fondo no se equivoca: el asesinato es el punto central de la película−. A veces, cuando Hildegardo se despierta, los dos desayunan mirando el mar y la neblina desde los escombros de la sala. Otras veces George no espera que Hildegardo despierte y observa el mar solitario desde el mirador, en lo alto de la casona…

      … En una ocasión, la noche le parece borrascosa, aunque borrascosa sea mucho decir. Es una noche negra de fines de mayo, con nubes como mausoleos de ángeles y pájaros, borrascosa solo a la manera de las noches limeñas o chalacas, es decir, nada borrascosa, más bien una noche con un aire empolvado de alacranes diminutos. Qué raros los alacranes diminutos, piensa George, en el mirador, viendo el techo de la casita rosada, que a esa hora parece de un negro purpurino. Las luces de la calle se apagan y a lo lejos ulula un patrullero. Qué raras esas ululaciones, piensa George: esa oscuridad. Después mira el mar, cuyas olas, según nota, no rompen a unos metros ni se derraman sobre la orilla ni vuelven al mar embrollándose en la resaca, sino que corren paralelas a la playa, como si el mar hubiera salido a pasear por la costa en lugar de estrellarse contra ella. Qué raro el mar, piensa George. Busca las islas en el horizonte pero no las ve. (Qué raro, piensa). ¿Se palpa los bolsillos, encuentra una caja de fósforos, enciende un palillo contra la pared?

      Esa noche no se va de la casona. Cuando Hildegardo despierta, George le dice que por la tarde empezará a filmar su película y que sería bueno que él se fuera a dormir a otra parte. Hildegardo le pregunta adónde. George dice que puede ayudarlo a registrarse en un hostal, que no se preocupe, que él tiene una habitación reservada y que en su cuarto hay varias camas. Hildegardo acepta (no es suspicaz: cosa rara en su situación). Le dice a George que tiene documentos falsos, una libreta electoral en la que su nombre es Ronald Flores. George lo conmina a hacerlo en ese momento. Hildegardo no comprende el apuro pero no pone objeciones. Antes del amanecer llegan al Medialuna. Rita Moreno está fumando en la puerta, envuelta en un chal: los ve bajar de un taxi, entra con ellos, recibe el documento de Hildegardo. ¿Mira a George como preguntando quién es ese tipo? ¿Se da cuenta de que la libreta es falsa? Es lo más probable, pero no dice nada. No he podido confirmar si George ya es amante de Rita en ese tiempo o si se vuelve su amante después. ¿Lo hace para comprar su silencio en caso de que algo vaya mal? ¿La usa de otra forma? El caso es que Rita permite que Hildegardo comparta la habitación de George y al parecer no hace preguntas, intenta no mostrarse recelosa, reticente…

      … En los siguientes días, George vive entre el hostal, el sótano de la casona incendiada y la casa de Ariadna. En el sótano levanta repisas, cubre agujeros, forra los muros con tecnopor (una precaución adicional, para silenciar el grupo electrógeno). Lleva un par de reflectores de segunda mano, una camilla alta que coloca en lugar del viejo colchón de Hildegardo, un taladro. ¿En esos días instala la alfombra verde, similar a la que ha visto en la casa de Ariadna? Dispone una cámara sobre un trípode, más grande que la anterior, una cámara que, en el informe policial, en setiembre, será descrita como una Panasonic nv-s1. Es la misma que usa cierta noche de junio: sale a tomar un trago con Rita Moreno, ella se emborracha. ¿Él se hace el borracho? ¿Finge que es la borrachera lo que le hace proponerle a Rita ir a otro lugar, no al Medialuna sino a otra parte? Ella acepta. A eso de las tres de la mañana, llegan a la casona incendiada. A Rita, el sitio tiene que resultarle aborrecible, pero se lo toma en son de broma (así es ella). ¿En son de broma le pregunta a George si la ha llevado ahí para matarla? George le dice que sí, lo que, en efecto, aunque siniestra, también es una broma. Bajan al sótano y hacen el amor en la camilla, ante la cámara que George enciende un segundo antes de prender los reflectores. Rita mira hacia la cámara, excitada (he visto esa cara). Es difícil saber si George ha premeditado la grabación, pero es un hecho que la existencia de ese video, más adelante, jugará en su favor…

      DIARIO, 27 de agosto de 2015

      Todavía en junio del ’92 todo el mundo seguía hablando del golpe de estado. Ariadna estaba descontrolada de rabia, a su manera, es decir hacia adentro, mientras que George daba la impresión de estar a favor del golpe (aunque lo más probable es que solo fingiera aprobarlo: ¿o quizás le gustaba la espectacularidad de la historia y el hecho de encontrarse en medio de ella?). Sus apóstoles de San Marcos y la Católica, y sus apóstoles de los talleres de cine, que parecían más apóstoles que nunca ahora que George andaba barbudo y melenudo, tomaban sus palabras con humor. Lo mismo hacía Ariadna y lo mismo Rainer, cuya propia experiencia de vida lo había vuelto alérgico a los tiranos, los dictadores, los autócratas y los sátrapas, y cuya calidad de hombre culto, además, le generaba una repulsión visceral hacia Fujimori.

      Cuando George, seguramente por molestar, en una de sus visitas diarias −me resulta difícil entender por qué prolongó por tanto tiempo, hasta mediados de julio, los prolegómenos del crimen−, decía que todo estaba bien, que ahora el gobierno podría arrasar a los senderistas sin pensar en tonterías como los derechos humanos, Rainer respondía: se ve que tú nunca has peleado en una guerra. George le decía que no. Rainer le decía que él tampoco pero que una guerra se había peleado encima de él, adentro de él, en su cara, en su cerebro. Y créeme que nadie que ha vivido una guerra quiere vivir otra después, decía.

      Una noche los tres toman unas cervezas en la casita rosada y Rainer se pone a hablar en círculos, a formar imágenes raras para explicar algo que no sabe cómo explicar. Al cabo de un rato le dice a George que quiere hacerle una pregunta. Sin duda tampoco sabe cómo formularla, o le toma mucho tiempo ordenarla mentalmente, porque vuelve a las metáforas. Dice algo así: Barlovento es el punto desde el cual sopla el viento. Hace una pausa. Dice: Sotavento es el punto hacia el cual sopla el viento. Segunda pausa. Toma aire, dice: cuando hay un tifón, un huracán, una tempestad, barlovento y sotavento se confunden, se vuelven uno, indescifrable. George lo mira. Eso también pasa con el viento de la historia, dice Rainer: el viento de la historia, que arrastra al ángel de la historia. Unas veces va de aquí para allá, y avanzamos, otras veces va de allá para acá, y retrocedemos. Pero otras veces hace las dos cosas al mismo tiempo, y nos quedamos en el mismo lugar y no vamos a ninguna parte. Y otras veces todos los vientos soplan hacia un mismo sitio, y tú quisieras que ese sitio fuera el futuro. Pero si tú estás en el lugar hacia donde soplan todos los vientos, no te parece que sea el futuro, porque tú ya estás ahí, y porque el futuro no puede ser un lugar atacado furiosamente por todos los vientos del mundo. ¿Me entiendes, George? George lo mira. Lo que quiero preguntarte, dice Rainer, es simple: ¿cómo se llama el lugar hacia el cual soplan todos los vientos? George no sabe qué responder. Cuando yo era joven, dice Rainer, ese lugar tenía un nombre: Deutschland.

      George termina su cerveza. Rainer termina su cerveza. Ariadna deja caer la cabeza sobre el hombro de George, que mira los cuadros en la pared.

      Esos cuadros son fundamentales en esta narración. Las cosas que Rainer le ha dicho