Andreu Escrivà García

Aún no es tarde


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en 1963 (sí, lo habéis adivinado: también está en Indonesia).

      Y entonces, ¿qué pasó a partir de 1981? Que el mundo volvió a cambiar, pero no por última vez.

      Hay avances revolucionarios sutiles, en los cuales se edifican los fundamentos que, muchos años después, marcarán el día a día de buena parte de los habitantes del planeta. Tendemos a recordar, sin embargo, aquellas fechas que se disfrazan de espectacularidad mediática, aunque su legado quizá se desvanezca.

      En 1988, el año en que se pusieron en marcha los mecanismos que desembocaron en el colapso de la Unión Soviética, se detectó el primer planeta exosolar y, con él, se volvió a alimentar la fantasía de la exploración del espacio profundo. En aquel año, que había visto cómo se conectaba por primera vez Estados Unidos con Europa vía internet, también se comenzó a discutir sobre un acrónimo que iba a revolucionar por completo el mundo: www, la World Wide Web. El mejillón cebra fue encontrado en los grandes lagos norteamericanos, comenzando su trayectoria como una de las especies invasoras que más pérdidas económicas ha causado a escala mundial. Y, el día 23 de junio, James Hansen, el prestigioso científico de la NASA que ya había advertido siete años antes de la posibilidad real del calentamiento global, testificó frente a una comisión del Senado de Estados Unidos (Shabecoff, 1988).

      Lo hizo después de años de recopilar pruebas en los que las incertidumbres que planteaba en su trabajo de 1981, y que hemos visto antes, se fueron disipando. Los modelos eran cada vez más fiables y las herramientas informáticas más potentes. Los datos climáticos recogidos por todo el mundo mostraban un calentamiento imparable, coincidiendo con las emisiones cada vez más aceleradas de CO2. Con la confianza de estar haciendo aquello que era necesario, como cuando años después protestaba frente a la Casa Blanca y era arrestado por la policía, Hansen utilizó un tono duro y claro para dirigirse a los políticos norteamericanos. «El calentamiento ha comenzado ya», aseveró, y pese a que no podía asegurar cuándo percibiríamos con claridad los efectos más allá de las medidas instrumentales, urgió a actuar. Lo hizo, además, en un año en el que las olas de calor causaron entre 4.800 y 17.000 muertes no naturales en su país, que sufría asimismo una fuerte sequía.

      En 1988, sin embargo, también se había puesto en marcha un nuevo reloj: el de las generaciones futuras. El mantra del ecologismo antropocéntrico –el mundo que legaremos a los que todavía no han nacido– cristalizó en el informe de 1987 de la ONU «Nuestro futuro común» (UN, 1987), también conocido como «Informe Brundtland», por la primera ministra noruega que lideraba la comisión. Después de novecientos días de estudio y de reuniones, emergió un concepto con fuerza, el de desarrollo sostenible. Arraigado en la antigua visión de una gestión durable y no depredadora de los recursos naturales, especialmente en aquello que se refería al monte, la comisión de Naciones Unidas amplió y dotó de contenido un concepto que no podía llegar en mejor momento. La definición más comúnmente aceptada de desarrollo sostenible, que es la que acordó la Cumbre de Río de 1992 (conocida como la Cumbre de la Tierra), es la siguiente (UNEP, 1992):

      El derecho al desarrollo ha de ser satisfecho de forma que satisfaga de forma equitativa las necesidades de desarrollo y ambientales de las generaciones presentes y futuras.

      Y sin duda el cambio climático, tal como había enunciado Hansen y mostraban cada vez más estudios, ponía en riesgo esta capacidad para satisfacer las necesidades de aquellos que habitarían la Tierra al cabo de unos pocos años. ¿Cómo las satisfarían quienes perdiesen la casa por el aumento del nivel del mar? ¿Cómo garantizar un futuro a quien dependía de unas cosechas cada vez más escasas por la sequía recurrente y los récords de calor?

      Si el informe es de las postrimerías de 1987, es en 1988 cuando se activa el reloj de las generaciones futuras. Es entonces cuando comienzan a nacer aquellos a quienes teníamos que legar la Tierra, y que corrían el peligro de heredar un planeta exhausto. Es a estas generaciones a las que se dirige Hansen cuando dice, textualmente, que el calentamiento «está sucediendo ya». Lo hace sabedor del hecho de que ya nadie habla de una nueva edad del hielo, y que quizá están llegando tarde a las advertencias que se escucharon en la primera mitad del siglo, a las previsiones de Callendar, a los cálculos de Arrhenius.

      Afortunadamente, ni Hansen ni tampoco la Comisión Brundtland estaban solos. El año 1988 fue también el de la creación del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, el ipcc. Partiendo del embrión del Grupo Asesor en Gases de Efecto Invernadero (AGGG), creado un par de años antes, la Organización Meteorológica Mundial (WMO) y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) pusieron en marcha un ente nuevo y cooperativo, que sería el encargado de compilar la información sobre el cambio climático a escala mundial. El organismo, que nacía con una estructura poco ágil, se convirtió al cabo de pocos años en un ejemplo de cooperación científica internacional. Por ello recibió el Premio Nobel de la Paz de 2007, junto al exvicepresidente de Estados Unidos, Al Gore.

      ¿Qué es el IPCC hoy en día? Un grupo enorme de científicos y técnicos que, en multitud de comisiones, elaboran los informes más completos sobre cambio climático, los que tendrán que informar a las políticas. A diferencia de otras disciplinas científicas, en la investigación sobre cambio climático hay un organismo que centraliza los datos disponibles, a partir de los cuales hace previsiones, intentando en todo momento que sean accesibles a la población y a cualquier responsable de políticas públicas que se interese por ellos. Obviamente, la investigación en el campo del cambio climático continúa por muchos otros caminos, y se publica en multitud de revistas científicas, pero el caso es que, afortunadamente, tenemos un nodo que nos proporciona información contrastada, de calidad y actualizada.

      La pregunta, está claro, no puede ser otra: ¿qué nos dicen estos informes?

      Y también: ¿qué diablos es «el palo de hockey»?

      1.Keeling curve, Earth System Research Laboratory, NOAA. (Acceso e imagen de la curva del día 20/08/2016).

      2.El autor del artículo donde aparece la pintura tampoco es capaz de dar una autoría para la imagen, y a pesar que la he buscado exhaustivamente, no he conseguido tampoco descubrir al autor o autora.

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