Лев Толстой

La muerte de Iván Ilich


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Ivánovich se dejó conducir por la viuda a las habitaciones interiores, pasando cerca de Shvartz, quien con un ademán triste parecía decirle:

      —Hasta aquí llegó nuestro partido de whist, ao se enoje si lo reemplazamos. En todo caso podrá ser el quinto, si se libra a tiempo —expresó su mirada burlona.

      Suspiró más profunda y tristemente Piotr Ivánovich, y la viuda, agradecida, le dio un apretón de manos. Pasaron a la sala tapizada con cretona rosa que se encontraba suavemente iluminada y se sentaron junto a la mesa; ella en el sofá y él en un pequeño puf cuyos resortes rotos se hundieron bajo el peso de su cuerpo. Prascovia Fedorovna quiso prevenirle para que se sentara en una silla, pero no lo creyó conveniente por su situación. Piotr Ivánovich recordó que el finado había arreglado esa misma sala, pidiéndole consejo sobre la elección de la cretona rosa con hojas verdes. Cuando la viuda pasó junto a la mesa (toda la sala estaba llena de objetos y muebles) para ir a sentarse al sofá, se enganchó el crespón negro de su capa en el tallado de un mueble; Piotr Ivánovich se levantó para ayudarla, y el resorte, aliviado de su peso, se enderezó empujándolo. La viuda empezó a desenredar el crespón y Piotr Ivánovich regresó a su lugar, aplastando nuevamente al resorte rebelde. Pero la viuda no pudo desenredarlo y Piotr Ivánovich nuevamente se levantó y el puf se movió chillando. Cuando todo estuvo en orden, la viuda sacó un pañuelo de batista limpio y bien doblado, y empezó a llorar. Piotr Ivánovich tranquilizado, después de lo del crespón y de la lucha con el puf, frunció el entrecejo. El mayordomo Socolov interrumpió esta embarazosa situación al comunicarle a Prascovia Fedorovna que el lugar que ella había elegido en el cementerio iba a costar doscientos rublos. La viuda dejó de llorar, y con aspecto de víctima y hablando en francés, le dijo a Piotr Ivánovich que era muy desdichada. Piotr Ivánovich con un gesto confirmó lo dicho.

      —Fume usted, por favor —le dijo la afligida viuda; después habló del asunto del cementerio con el mayordomo.

      Le preguntó detalladamente los diferentes precios y determinó cuál era el lugar necesario. Después hablaron sobre el coro, y finalmente Socolov se fue.

      —Me encargo personalmente de todo lo importante —dijo, moviendo de lugar algunos objetos de la mesa y acercándole rápidamente el cenicero a Piotr Ivánovich, al tiempo que agregaba'—: Sería falso si dijera que por la pena no puedo ocuparme de estas cosas. Al contrario, si no me consuela, sí me distrae. Además, todas estas preocupaciones son por él.. .

      Sacó nuevamente su pañuelo, pero de pronto, como si reuniera toda su fuerza de voluntad, se levantó y habló tranquilamente:

      —Tengo que hablarle de un asunto serio.

      Tratando inútilmente de que los resortes del puf no se movieran, Piotr Ivánovich se inclinó respetuosamente. —Durante los últimos días sufrió mucho —dijo la viuda.

      —¿Sufrió mucho? —preguntó Piotr Ivánovich.

      —Muchísimo... Durante las últimas horas gritaba sin cesar; tres días seguidos no dejó de quejarse. Era algo insoportable... No sé cómo lo he podido resistir; a través de puertas triples se oían sus gritos... ¡Dios mío!... ¡Todo lo que he soportado!...

      —¿Estuvo consciente todo el tiempo? —preguntó Piotr Ivánovich.

      —Sí —murmuró la viuda—, hasta el último momento.

      Se despidió de nosotros poco antes de morir, y pidió que sacaran a Vasia de la habitación.

      El pensar en los sufrimientos de un hombre tan cercano a él, que conoció desde niño, en la escuela, y luego como colega, le aterrorizó a Piotr Ivánovich a pesar de su consciente fingimiento y el de la mujer. Recordó la frente, la nariz que apretaba el labio superior y sintió miedo por él mismo.

      'Tres días de espantosos sufrimientos y luego la muerte. Lo mismo me puede suceder en cualquier momento", pensó, y el terror se apoderó de él. Pero en seguida llegó a su pensamiento la idea de que esto le había occurrido a Iván Ilich y no a él, y que no podía ni debía sucederle lo mismo; y recordó a Shvartz que con su aspecto parecía decirle que no se dejara llevar por un humor lúgubre. Después de estas reflexiones se tranquilizó y empezó a preguntar con interés sobre los pormenores de la agonía de Iván Ilich; como si la muerte fuera un accidente que sólo a Iván llich le podía ocurrir y no a él. Después de comentar los detalles de los espantosos sufrimientos que soportó Iván Ilich (de los cuales se enteró Piotr Ivánovich porque esto enervaba a Prascovia Fedorovna), la viuda decidió pasar al grano.

      —¡Ah, Piotr Ivánovich, qué angustia, qué terrible angustia!... —y lloró nuevamente.

      Piotr Ivánovich esperó a que se tranquilizara. Después murmuró significativamente: "Créame, señora...", entonces, la viuda se puso a hablar tranquilamente sobre lo que consideraba más importante: dada la muerte de su esposo, cómo se podría conseguir dinero del fisco. Fingía no saber nada de la pensión que le correspondía, pero él se dio cuenta de que sabía absolutamente todo, más de lo que él mismo sabía. Lo que la viuda quería saber era si se podía sacar algo más. Después de meditarlo un rato y de censurar al Estado por su tacañería, le dijo que no se podía hacer nada. La viuda suspiró, y Piotr Ivánovich se dio cuenta de que ahora ella se quería deshacer de su innecesaria presencia, por lo que apagó su cigarrillo, se levantó, le apretó de nuevo la mano y se dirigió al hall. Piotr Ivánovich se encontró con el cura, con algunos amigos y con la guapa hija del finado, que iba vestida de luto riguroso. Esperaban el inicio de la misa reunidos en el comedor, donde había un gran reloj de pie, adquisición hecha por Iván Ilich en un remate y de la cual se sintió muy orgulloso. El fino talle de la hija se acentuaba más, su aspecto era resuelto, triste, casi iracundo. Saludó a Piotr Ivánovich como si él tuviera la culpa de algo. Iba acompañada por un joven acaudalado, juez de instrucción que tenía el mismo aire de enojo, y que según había oído decir Piotr Ivánovich, era su novio. Después de saludarlos se dirigió a la pieza mortuoria, en la escalera se encontró con un muchacho muy parecido a Iván Ilich; era igual a Iván Ilich cuando lo conoció Piotr Ivánovich en la escuela de jurisprudencia. Tenía la expresión triste y enfermiza de un niño de 13 o 14 años. Al verlo, el niño hizo una mueca; Piotr Ivánovich lo saludó de lejos y entró a la pieza mortuoria. En seguida inició la misa entre velas encendidas, gemidos y llanto. Piotr Ivánovich con el ceño fruncido se miraba los pies. No miró al muerto, ni se enterneció y fue el primero en salir. El mayordomo Guerasim salió tras él para buscar su sobretodo y ayudar a ponérselo.

      —¿Cómo te sientes, Guerasim? —preguntó sólo por decir algo—. ¿Estás triste?

      —Es la voluntad de Dios. Todos pasaremos por eso —dijo Guerasim mostrando sus blancos y grandes dientes, y concentrado en su trabajo, como si fuera algo urgente, abrió rápidamente la puerta, llamó al cochero y ayudó a Piotr Ivánovich a acomodarse en el coche y regresó corriendo, preocupado por lo que tenía que hacer.

      —¿Adonde lo llevo, señor? —preguntó el cochero. —No es tarde todavía, iré con Fedor Vasilievich —dijo Piotr Ivánovich, y aspiró con gran placer el aire fresco y limpio.

      Encontró reunidos a sus amigos que en ese momento terminaban la primera vuelta, por lo que no le pareció mal empezar la jugada siendo el quinto.

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