en el espacio y el tiempo, pero permanecen conectadas. Todo ello se fundamenta en la idea básica proveniente de la ciencia de que la realidad fundamental no es materia, sino una energía; y las leyes de la naturaleza no son normas de interacción mecánica, sino “instrucciones” o “algoritmos” que codifican “patrones de energía” (Ibídem, p. 41). Esta teoría se fundamenta en los enunciados de Max Planck de 1944, cuando expresó que la materia no existe y que detrás de esa fuerza hay una mente consciente e inteligente, que es la matriz de toda materia (Ibídem). Todas las cosas en el universo son grupos de vibración coordinada.
En este punto, no podemos prescindir de las afirmaciones de Montecucco para entender mejor el asunto:
El alineamiento con el concepto de realidad del nuevo paradigma se produce de forma natural en personas que viven en armonía con las dimensiones físicas de la naturaleza y son conscientes de ser parte de un delicado equilibrio social y ecológico. (2017, p. 185).
Esta nueva interpretación de la realidad ofrece una concepción unitaria del ser humano y la existencia, y es expresada por una persona consciente de su integridad psicosomática, que vive de una manera más natural y consciente.
2. La conciencia durante el “buen antropoceno”
El nuevo paradigma de la ciencia es la pauta que seguirán los individuos y grupos sociales en la era del “buen antropoceno”, el cual sustituye al “mal antropoceno” que ha tenido su gran desarrollo desde la Segunda Guerra Mundial, acentuado en la era de la globalización neoliberal. En este último, todo se ha puesto al servicio de la economía con el fin de satisfacer las necesidades de un ser egoísta y arrogante, quien considera que el planeta le pertenece y puede destruirlo para satisfacer sus necesidades individuales en medio de una desmesura, sin importar las necesidades presentes y futuras de los seres humanos y demás especies vivientes.
La nueva era del “buen antropoceno” empezó a visualizarse y perfilarse bajo diferentes manifestaciones. Se caracteriza, según Alejandro Gaviria8, por cinco factores, a saber:
1. Piensa en la libertad, restringiéndola si se presenta un daño sustancial a los demás (libertad acotada).
2. Considera la existencia de impuestos sostenibles para prohibir o limitar ciertas actividades humanas.
3. Es un antropoceno con dignidad.
4. Establece la práctica de la democracia, donde existe la libre circulación de las ideas.
5. Aplica una justicia climática.
Es un proceso que vela por el bien común global y donde todo se resuelve en el ámbito de la acción colectiva, como indica Juan Camilo Cárdenas9. En este “buen antropoceno”, se despliega con facilidad el desarrollo de la conciencia y alcanza niveles más altos que permiten cuidar la naturaleza y al hombre.
Las precisiones realizadas por Laszlo y sus colegas del Club de Budapest; las sugerencias de Lederach (2016); las ideas de Mumford; las enseñanzas de la meditación trascendental de Maharishi y de la Escuela de Magia del Amor liderada por Gerardo Schmedling son las principales orientadoras del intento por rediseñar y reinventar o deconstruir una realidad a todas luces insatisfactoria, que nos está conduciendo hacia una trayectoria catastrófica. El “buen antropoceno” podría ser una guía para la proyección de la ruralidad que viene y las nuevas relaciones del campo con la ciudad.
Consideramos estas raíces como las bases sobre las cuales sugerimos realizar la búsqueda de un camino diferente para superar los problemas del modelo de desarrollo actual. Se trata de un aprendizaje que nos permite encontrar los procesos relacionales conducentes a una innovación permanente de nuestras capacidades para transformar el entorno en el que vivimos y avanzar hacia un cambio social constructivo para un buen vivir, a través del cambio de nuestra propia conciencia; ese gran desafío del ahora.
El buen vivir es un concepto derivado de las palabras indígenas sumak Kawsay (en quechua) —suma qamaña (en aymará)— cuyo significado es vida en plenitud, en armonía, en equilibrio con la naturaleza y la comunidad, y también se le denomina buen convivir. Fue concebido en Ecuador y Bolivia, y su significado lo recoge también el papa Francisco en su Encíclica Laudato si. Este concepto se combina también con el de ecología integral (Carrizosa, 2018) y hace parte de las nuevas alternativas para buscar un estilo de desarrollo diferente donde las conciencias de las personas, los grupos y las sociedades evolucionen hacia niveles superiores de comprensión de lo que somos y nuestro destino.
En la medida en que los procesos encausados por estas visiones encuentren un punto de inflexión mediante nuevos campos relacionales, una conciencia diferente, actitudes y comportamientos renovados y una manera diferente de vivir y valorar; se abrirán nuevos campos, concepciones de las políticas públicas y una visión diferente de la realidad y sus relacionamientos, más allá de lo aparente. Aplicar el arte de crear lo que hoy no existe pero es posible, como indica Lederach (2016), es la eutopía que aquí proponemos.
Esto conduce a la pregunta: ¿cómo encontrar ese camino? Algunas de las posibles respuestas son:
1. Aceptar la realidad como es, como algo que nos concierne a todos, y autorreconocernos como parte del problema. La cuestión no es solo un asunto de los pobladores rurales, también lo es de los urbanos. Si ambos actúan como un solo cuerpo social y buscan coherencia, el camino se abrirá más rápido de lo que pensamos.
2. Buscar mejorar y elevar el nivel de nuestras propias conciencias, es decir, lograr una transformación interior.
3. Encontrar una respuesta a la pregunta: ¿qué es lo que puede mantener unido como un cuerpo único a lo rural y lo urbano, considerando que ambos tienen visiones, comportamientos, actitudes, expectativas y niveles de conciencia diferentes?
4. Tener el convencimiento de que se puede crear algo nuevo y posible; una eutopía como resultado de la imaginación creativa y nuestra propia transformación.
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