Fernando Zabala

Nuestro maravilloso Dios


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popular en aquel entonces (The Mind of Jesus, p. 111).

      ¿Cuál es el punto importante del relato? Lo encontramos al leer el versículo completo en Lucas: “¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de ellos está olvidado delante de Dios” (Luc. 12:6). Para el vendedor, ese quinto pajarillo no tenía valor alguno; por eso lo daba gratis cuando, en vez de dos, le compraban cuatro. Pero Jesús dice que ninguno de ellos está olvidado delante de Dios. ¡Hasta el quinto pajarillo tenía valor para él!

      “¿No se venden dos pajarillos por un cuarto?” El “cuarto” era una moneda romana de cobre que valía 1/16 de un denario; y el denario era el pago diario de un agricultor (Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 51). La implicación obvia es que el valor de un pajarillo en el mercado no era, por cierto, mucho; pero esto no impedía que fuera valioso para Dios. ¡Cuánto mayor es, por lo tanto, tu valor y el mío para Dios! Y para que no quedara la menor duda al respecto, el Señor añadió: “Más valéis vosotros que muchos pajarillos”.

      ¿Qué nos da tanto valor ante Dios? No son, por cierto, nuestros logros. Tampoco nuestra apariencia personal o la cuenta bancaria. Lo que nos da tanto valor es el hecho de que somos sus hijos amados. Tan amados, que por nosotros murió Cristo, en una cruz, para darnos vida eterna.

      ¿No es esta una gran noticia? De hecho, ¿no es esta la mejor noticia para comenzar un nuevo día?

      Gracias, Padre celestial, por ver en nosotros un tesoro de gran valor. Ayúdanos a vivir hoy a la altura de nuestra dignidad como tus hijos, y como príncipes y princesas de tu Reino.

      El tema “favorito” de Cristo

       “En aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os ama” (Juan 16:26, 27).

      ¿Cuál era el tema favorito de nuestro Señor, mientras caminó entre nosotros? Según Elena de White, era “el carácter paternal y el abundante amor de Dios” (Testimonios para los ministros, p. 210).

      El amor infinito y siempre accesible del Padre celestial: de esa fuente el Señor “bebía” diariamente. De ahí obtenía fuerzas y sabiduría para lidiar con los líderes religiosos del pueblo, que a diario buscaban entramparlo. De ahí recibía poder para relacionarse con las multitudes que tan a menudo lo acosaban. Ese era su “secreto”, tal como lo expresa Peter van Breemen: “Debido a que sus raíces penetraban tan profundamente en el amor del Padre, sus ramas podían extenderse para alcanzar a todo ser humano” (Called by Name, p. 53).

      Nada de esto, por supuesto, debería sorprendernos. ¿No dice la Escritura que Jesús se levantaba “muy de mañana, siendo aún muy oscuro”, para ir a un lugar desierto, y allí orar? (Mar. 1:35). ¿No dijo el mismo Señor a sus discípulos, cuando se acercaba la hora de su prueba, que lo dejarían solo, pero que en realidad no estaría solo, porque el Padre estaría con él?

      Hay aquí una preciosa lección para nosotros. Si para Jesús su relación con el Padre lo era todo; si para él la presencia del Padre era una realidad indiscutible, al punto de que nunca se sentía solo, ¿qué implicaciones tiene este hecho para ti y para mí? Si nuestro Salvador encontraba consuelo y paz en la comunión con su Padre, ¿qué nos dice este hecho, siendo que su Padre es también nuestro Padre?

      Lo que esto significa, simple y sencillamente, es que no importa la magnitud de las pruebas que te toquen enfrentar, nunca estarás solo, sola, porque el Padre estará contigo. Nunca te abandonará, por el simple hecho de que te ama. Es lo que dice nuestro versículo para hoy.

      Resuelve hoy, por lo tanto, en el bendito nombre de Jesús, que cada día beberás de esa fuente inagotable que es el amor de nuestro Padre celestial. El resultado será que “tus raíces” penetrarán profundamente en su amor, y “tus ramas” se extenderán para compartir con quienes te rodeen el incomparable amor de nuestro maravilloso Salvador.

      Gracias, Señor Jesús, por enseñarme que tu Padre es también mi Padre; y porque, en tu nombre, puedo tener acceso al Trono celestial. Al comenzar este nuevo día, quiero tener la seguridad de que siempre estarás conmigo, y de que tu gozo y paz inundarán en todo momento mi corazón.

      El valor de un regalo

       “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).

      ¿Qué determina el verdadero valor de un regalo? En opinión del profesor Robert A. Emmons, el valor de un regalo, y el correspondiente sentimiento de gratitud que despierta en quien lo recibe, depende mayormente de dos factores (Thanks!, p. 126).

      El primer factor se refiere al costo del obsequio, no en términos monetarios, sino cuánto le “costó” al dador en términos de esfuerzo personal, de haberse privado de algo que necesitaba, para darlo a alguien como expresión de amor o como muestra de aprecio.

      Este primer aspecto del verdadero valor de un obsequio me recuerda una experiencia de mi boda. Esther, que para entonces trabajaba en la Administración Pública, envió tarjetas de invitación a varios ministros del gobierno nacional, aunque sabía que no asistirían a la ceremonia. Varios ministros nos enviaron obsequios de muy buena calidad. La pregunta aquí es: ¿Cuánto “costó” a estos funcionarios públicos, en términos de esfuerzo personal, el regalo que nos enviaron? No quiero aparecer como ingrato, pero me temo que no fueron ellos los que compraron personalmente los regalos.

      El segundo factor, escribe Emmons, tiene que ver con el motivo que impulsa al dador. ¿Regalo solo para cumplir con una formalidad? ¿Para salir del paso? ¿Para no quedar mal? ¿O porque “esta persona ya me había dado un regalo”?

      ¿Puedes pensar en un ejemplo bíblico que ilustre bien lo que venimos diciendo? El primero que viene a la mente es la ofrenda de la viuda pobre, puesto que en esas dos moneditas ella dio “todo el sustento que tenía” (Luc. 21:4).

      Sin embargo, mi mente se traslada al Calvario. Ahí contemplo la mayor de todas las ofrendas, el supremo regalo, que el Cielo nos dio en la persona de nuestro maravilloso Salvador, Cristo Jesús. ¿Cuánto le costó al Padre entregar a su amado Hijo? Las palabras no lo pueden expresar. ¿Y con qué motivo lo entregó? “Para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna”.

      Lo más sorprendente en todo esto es que ese precioso regalo lo recibimos, no porque amábamos a Dios, sino porque “él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados” (1 Juan 4:10, NVI).

      ¡Gracias a Dios por su Don inefable! (2 Cor. 9:15).

      Te alabo, Padre, porque en el don de tu Hijo diste todo el cielo con tal de salvarme. Ayúdame a compartir este supremo don con todos aquellos con quienes me relacione hoy.

      ¿Precio de admisión?

       “Sobre todo, ámense los unos a los otros profundamente, porque el amor cubre multitud de pecados” (1 Pedro 4:8, NVI).

      ¿Cuál es la diferencia entre amor incondicional y amor condicional? En opinión de la doctora Rachel Naomi Remen, la pregunta está mal formulada. Debería decir, la diferencia entre amor y aprobación. Por naturaleza, dice ella, el verdadero amor siempre es incondicional. La aprobación, en cambio, implica que la otra persona primero debe cumplir con ciertas condiciones para “merecer ser amada” (Kitchen Table Wisdom, p. 47).

      Si, por ejemplo, mis hijos sienten que primero deben traer a casa excelentes calificaciones para ser amados, entonces lo que de mí están recibiendo es aprobación. Si para recibir muestras de cariño mi esposa primero debe cumplir con ciertas condiciones,