Ignacio Ramón Martín Vega

Morir sin permiso


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Maite y se percató de que la enfermera tenía una mirada limpia. No solo era guapa, también vestía adecuadamente; para ella eso era significativo. Las palabras del médico hicieron prender una luz en su interior, comenzando a albergar cierta esperanza.

      —Ya sabes cómo funciona esto, Maite. Por favor, sentaos en la sala de estar y cuando haya algún cambio os informo.

      No dio tiempo a que ambas mujeres hicieran lo que les había aconsejado el médico. Dos policías de paisano se identificaron y pidieron a Maite que los acompañara a comisaría. Fue trasladada en coche oficial a la glorieta de la Armada, donde estaba ubicada la comisaría de Policía. Tuvo que esperar unos minutos sentada en una incómoda silla, mientras se agolpaban todos los hechos en su recuerdo, y las lágrimas, sin poder reprimirlas, recorrieron ambos carrillos a discreción.

      —Acompáñeme, por favor —solicitó una mujer policía entregándole unos clínex mientras la ayudaba a levantarse de la silla.

      —Gracias —fue capaz de pronunciar Maite mientras acompañaba a la funcionaria a un despacho.

      —Siéntese, por favor. —Señaló seria, pero cercana, con su mano derecha una silla que se encontraba frente a su mesa—. Hemos comprobado que el individuo que la agredió tiene orden de alejamiento; dicha orden ha sido impuesta como medida cautelar por una agresión que sufrió hace… seis meses. —La funcionaria realizó otra breve pausa mientras leía detenidamente el informe judicial—. Como ya sabrá, la ley establece un sistema abierto de medidas cautelares, de forma que el juez tiene libertad para acordar cualquier procedimiento que considere conveniente para garantizar su seguridad. Dentro de las medidas cautelares que se pueden adoptar como prevención para dar protección y seguridad a usted, la víctima, el juez, de oficio, ordenó una medida de protección... —continuó leyendo sin despegar la vista de la pantalla de su ordenador— acogiéndose al artículo 48 del Código Penal en sus apartados segundo y tercero, los que, por un lado, conciernen a la prohibición de aproximarse a la víctima o a aquellos de sus familiares u otras personas que determine el juez o tribunal; estos impiden al penado acercarse a ellos en cualquier lugar donde se encuentren, así como acercarse a su domicilio, a sus lugares de trabajo y a cualquier otro que sea frecuentado por usted y por otro, la prohibición de comunicarse con usted o con aquellos de sus familiares u otras personas que determine el juez o tribunal; impide al penado establecer con ellas, por cualquier medio de comunicación o medio informático o telemático, contacto escrito, verbal o visual. —

      En ese instante, apartó la vista del monitor de su ordenador y, con rostro y mirada seria, casi severa, continuó con su relato—. El detenido refiere que usted, de manera voluntaria, accedió a verlo.

      Maite se derrumbó, no sabía cómo explicar por qué había accedido a verlo. Se sentía culpable.

      —Hay un hombre en la UCI del hospital por mi culpa —gimoteaba desconsolada, de forma estridente, sumamente avergonzada por todo aquello que había sucedido, sabiéndose la máxima responsable—. ¿Ahora qué va a suceder?

      —Pues depende de las circunstancias y del juez. El hecho de que usted consintiera el acercamiento no puede hacerla cooperadora necesaria en la conducta de quien incumple la prohibición de acercarse, si tal prohibición solo a este fue impuesta. Está claro que usted no puede ser autora material del delito especial propio del artículo 468.2 del Código Penal en supuestos como el presente en que no es destinataria de la prohibición, por tanto, no es la obligada a su cumplimiento. Todo dependerá del criterio del juez que está llevando su causa, porque hay otros que opinan que la persona que consiente el acercamiento debe considerarse como coautora del delito de quebrantamiento, al haber sido cooperadora necesaria o inductora, dado que, en tal caso, la causa de llevar a cabo tal conducta es la autorización de acercarse por parte de la víctima. Y yo le pregunto: ¿en qué estaba pensando cuando accedió a verlo?

      —Pues no lo sé, la verdad, es que no sé por qué accedí, tenía muy claro que jamás volvería a verlo y mire usted ahora, soy una…

      —Shhhh, por favor, no continúe por ahí, le diré que no es usted la única que cae en el embrujo de las palabras de sus ex, maltratadores. Suelen llegar con aquellas palabras que hacen tambalear el poder de las convicciones. Son inteligentes y manipuladores. Por favor, no se castigue. Eso sí, le pido que haya aprendido una importante lección. Como ha podido observar, esto puede perjudicar a terceras personas.

      Maite permaneció en comisaría un par de horas prestando declaración. Estaba sumida en un mar de dudas.

      No sabía si acercarse de nuevo al hospital o ver a Óscar al día siguiente, ya como profesional incorporada a su puesto de trabajo. Entendía que le debía una explicación a su madre y deseaba acompañarla si fuera posible y ella se lo permitiese. Al salir de la comisaría, en la misma puerta, llamó por teléfono a Radio Taxi y se dirigió de nuevo al Hospital Universitario Príncipe de Asturias.

      Ella continuaba en la sala de espera. La madre de aquel desconocido que se había jugado la vida por ella permanecía impávida. Maite no sabía qué decir; se acercó con sigilo. Eugenia levantó la mirada cuando, de soslayo, se percató de que alguien se acercaba.

      —¿Cómo se encuentra su hijo?

      —Continúa igual, supongo. Nadie ha venido a decirme nada y estoy muy preocupada.

      Maite estaba dispuesta a entrar a la UCI y preguntarle a su jefe por la evolución del siniestrado, pero no hizo falta, en ese instante apareció el médico.

      —Tengo buenas noticias —se dirigió con una media sonrisa a la madre del paciente y añadió—: ha despertado del coma y parece que no ha perdido consciencia de quién es y qué le ha llevado a estar en la UCI. Tenemos que ser cautelosos, aunque, a priori, es una muy buena noticia. Se quedará en vigilancia intensiva al menos cuarenta y ocho horas, así podremos ver su evolución. Maite, ha preguntado por ti, si lo deseas puedes pasar mientras informo a…

      —Eugenia, me llamo Eugenia —afirmó aliviada y sonriente, después de saber que su hijo había despertado.

      —Bien, Eugenia pues…

      Maite se enfundó la típica bata de color verde que utilizaban para entrar en la UCI, la mascarilla, los guantes de látex y los protectores de los pies. No sabía qué querría decirle el enfermo. Pensó que, lo más seguro, le reprocharía algo. Estaba hecha un mar de dudas. Tuvo la tentación de salir corriendo, pero ya no había solución, se encontraba frente a él.

      —¿Te encuentras bien? —sorprendió a Maite con aquella pregunta.

      —Quien te tiene que hacer esa pregunta soy yo. ¿Cómo estás?

      —Bien, bien, a mi quien me preocupa eres tú.

      —Gracias, muchas gracias. Me arrepiento de haber accedido a ver a ese mal nacido.

      —El diablo a veces se disfraza con piel de cordero. Me alegra saber que te encuentras bien. —Fue ahí cuando intuyó que ella tendría una orden de alejamiento o algo similar.

      —Estoy muy preocupada por ti…

      —Óscar, me llamo Óscar.

      —Maite —enunció ruborizándose.

      —Bien, Maite, verás, yo no creo que esto haya sucedido por algo. Quiero decir, que no estábamos predispuestos a conocernos, pero ya que lo hemos hecho…

      —Sí, menuda forma hemos tenido de conocernos.

      —Exacto. Por cierto, me ha dicho el médico que trabajas aquí.

      —Sí, soy enfermera de la UCI. Hoy descanso, mañana me tocará verte.

      —Estoy algo cansado, me alegrará verte mañana, y así me explicarás un poco qué hacías con ese mal nacido. —No sonó a reproche, más bien a curiosidad.

      Maite salió de la UCI justo cuando Francisco, su jefe, asomó por la puerta.

      —Ahora entrará la madre y después descansará —afirmó el médico.