Claudia Patricia Rojas Arbeláez

Cuatro patas, pelos y cola


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ni el papá se lo creía. Era tanta el agua que caía del cielo, que la carretera había empezado a transformarse en arroyo y las plumillas del auto apenas si le permitían ver.

      -Así llueve en los llanos, fuerte y con ganas. Lo bueno es que pasa rápido –dijo él y siguió concentrado en la carretera.

      Su explicación se resbaló por en medio de los niños, quienes no parecían inquietarse, estaban inmersos en ganar una batalla de pulgares. De repente, un movimiento rápido de Emilio le permitió aprisionar el dedo de su hermana, poniéndole fin al combate.

      -¡Gané, gané! –gritó Emilio.

      Pero a Magnolia no le gustaba perder. Por eso ignoró el triunfo de su hermano, levantó los hombros y miró por la ventana.

      -Voy a extrañar a mi tío –dijo la niña.

      -No te preocupes, la próxima vez nos quedamos más tiempo –dijo la mamá.

      -O podemos invitarlo para que nos visite –propuso el papá.

      - ¿En serio? –preguntó Emilio ilusionado.

      Magnolia y Emilio se emocionaron, pero en medio de la celebración, un fuerte golpe sacudió el auto. Como un acto reflejo el papá hundió el freno a fondo y el carro se deslizó sobre la carretera mojada por unos cuantos metros. Entonces la alegría de los niños se transformó en susto y después en silencio. Cuando por fin el carro se detuvo, las preguntas de los niños aparecieron.

      -Golpeamos algo –les contestó el papá.

      Tras respirar un poco, el papá puso de nuevo en marcha su carro para acercarlo al borde de la carretera y abrió la puerta para bajarse en medio de la oscuridad y la lluvia. Ayudado por la linterna de su celular, el papá caminaba con agilidad intentado descifrar qué era lo que en realidad había sucedido. Para sorpresa suya, no encontró nada diferente a una leve hendidura en la parte delantera del carro. La mamá llegó con él y tras concluir que seguro habían golpeado un animal, propuso que lo mejor era seguir el camino. De repente un ‘miren’, de Emilio llamó su atención.

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      -Les dije que no se bajaran. Suban al carro –ordenó la mamá muy molesta, pero ya era demasiado tarde y los niños no se movieron de donde estaban.

      -¡Ahí hay algo! –gritó Magnolia señalando con el dedo afuera de la carretera.

      Era cierto, entre la oscuridad, se alcanzaba a ver un animalito empapado y herido que yacía tendido sobre el asfalto. El papá se acercó a los niños y los tres fueron junto al animal herido.

      -¿Qué es? –preguntó Emilio.

      - ¡Es un vampiro! –afirmó Magnolia.

      -¿O será un cachorro? –preguntó Emilio.

      -Perro no es, gato tampoco.

      Tras detallarlo bien, el padre supo de qué se trataba.

      -Parece un chigüiro, un chigüiro bebé –dijo, acariciándolo con tristeza.

      -¿Un chigüiro bebé? Yo conozco los chigüiros, mi tío me habló de ellos –aseguró Magnolia.

      -Pobre, seguro se perdió con esta lluvia, atravesó la carretera y lo golpeamos con el carro.

      -¡Tú lo mataste! –lo acusó Emilio.

      -¡No! Fue un accidente –se apresuró la mamá a contestar–. Además, ¿quién dijo que está muerto?

      El pobre chigüiro bebé se veía muy mal. Tanto que apenas si podía emitir unos leves quejiditos. Los niños preguntaron por la mamá del bebé chigüiro y propusieron encontrarla. Estaban seguros de que debía estar cerca y estaría preocupada por él.

      -Tal vez estaba solo –comentó el papá.

      -O se perdió con la lluvia –dijo la mamá–. Pobre.

      -¿Un bebé solo? –preguntó Magnolia –¿Y la mamá?

      -Esta lluvia nos va a hacer daño a todos, mejor nos metemos todos al carro –intentó convencerlos la mamá.

      -¿Y lo vamos a dejar aquí? –dijo Magnolia preocupada mientras se agachaba a acariciarlo. Está empapado.

      -¡Tú también! Mejor nos vamos ahora mismo –ordenó la mamá mientras la tomaba por el brazo.

      -Hay que llevarlo con el doctor, dijo Emilio.

      -Es un bebé –se quejó Magnolia–. No podemos dejarlo aquí, papi. Además, tú lo golpeaste.

      -No se si sea buena idea. ¿Qué tal que la mamá esté por allí escondida, mirándonos y esperando que nos vayamos para venir por él?

      -Por favor, papá –suplicó Emilio.

      -Por fis –imploró Magnolia–. Por fis, papi.

      La mamá miró al papá con preocupación.

      -¿Qué hacemos? –dijo ella.

      -Míralo, se ve muy mal, si lo dejamos aquí seguro se muere.

      -Está bien, llevémoslo, pero solo hasta el pueblo más cercano y allí le pagamos un veterinario. Después llamamos a tu hermano para que pase por él y lo libere.

      Entonces el papá tomó al chigüiro y, con él en sus brazos, se encaminó hacia el carro, seguido por la mamá y los aplausos de sus hijos que lo veían como un verdadero héroe.

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