Eduardo de la Hera Buedo

El fuego de la montaña


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de los personajes españoles con los que se encuentra Gog (y en el libro no aparece ningún español más) es don Ramón Gómez de la Serna, el famoso autor de las greguerías. Tal vez Papini lo admiraba o le tenía, cuando menos, como un personaje curioso: «lo encontré, por la noche, en el famoso Café del Pombo, rodeado de siete jóvenes morenos que fumaban cigarrillos, escuchando en éxtasis al maestro de las greguerías». «Ramón Gómez de la Serna es un señor moreno, gordo y amable, que tiene el aire de burlarse perpetuamente de sí mismo»[51]. En este capítulo, Papini aprovecha para criticar, una vez más, la codicia del tener y atesorar: «La plata, a fuerza de ser manejada por los hombres, ha adquirido la palidez opaca de los tísicos, y el oro, de tanto permanecer encarcelado en las criptas de los bancos, da señales de locura. Y con razón, pues lo hemos separado de su hermano celeste, el sol»[52].

      En Detroit, Gog nos llevará a un encuentro con el padre de la industria del automóvil, Henry Ford (1863-1947). En este personaje condensa Papini la visión que él tiene del típico hombre norteamericano de negocios:

      «Nadie ha comprendido bien los místicos principios de mi actividad (...) Se reducen al Menos Cuatro y al Más Cuatro y a sus relaciones: El Menos Cuatro son: disminución proporcional de los operarios; disminución del tiempo para la fabricación de cada unidad vendible; disminución de los tipos de los objetos fabricados, y, finalmente, disminución de los precios de venta. El Más Cuatro, relacionado íntimamente con el Menos Cuatro, son: aumento de las máquinas y de los aparatos, con objeto de reducir la mano de obra; aumento indefinido de la producción diaria y anual; aumento de la perfección mecánica y de los productos; aumento de los jornales y de los sueldos»[53].

      Ante la pregunta de dónde sacarán los hombres de otros países dinero para comprar sus máquinas, supuesto que sus métodos de fabricación anularían, en parte, la industria de dichos países, Henri Ford responde:

      «Los clientes extranjeros pagarán con los objetos producidos por sus padres y que nosotros no podemos fabricar: cuadros, estatuas, joyas, tapices, libros y muebles antiguos (...) Todo, cosas únicas que no podemos reproducir con nuestras máquinas (...) Entre los europeos y los asiáticos aumenta cada día la manía de poseer los aparatos mecánicos más modernos y disminuye al mismo tiempo el amor hacia los restos de la vieja cultura. Llegará pronto el momento en que se verán obligados a ceder sus Rembrandt y Rafael, sus Velázquez y Holbein, las Biblias de Maguncia y los códices de Homero (...), para obtener de nosotros algunos millones de coches y de motores. Y de este modo, el almacén retrospectivo de la civilización universal deberán venir a buscarlo a Estados Unidos, con gran ventaja, por otra parte, para las industrias del turismo...»[54].

      Es así como, en su libro, Gog-Papini sigue asombrándonos con sus visitas y encuentros. En New Parthenon hay milagros y milagreros a domicilio; en una isla del Pacífico (¿imagen del mundo?) por cada nacimiento deberá producirse una muerte («el espanto del hambre ha hecho inventar a los oligarcas papúes un sistema estadístico muy burdo, pero preciso»); en Chicago se topan con la FOM (Friends of Mankind), una organización que, partiendo del principio de que el aumento continuo de la humanidad es contrario al bienestar de la propia humanidad (Malthus tenía razón), la organización se dedicará a hacer desaparecer racionalmente «a los que sean menos dignos de vivir»...[55]

      Gog nos acompañará, también, a Ahmedabad (India) a hacer una interesante visita al Mahatma Gandhi; nos hablará de un caníbal arrepentido y de un historiador al revés; de un arquitecto de ciudades inverosímiles y de un abogado partidario de castigar a los inocentes; de un defensor y adalid de la religión de la Egolatría y de un escultor del humo; asistiremos a la compra de una República y al diseño de una fortaleza en el mar; sabremos del promotor del Instituto de Demencia Voluntaria y de una curiosa propuesta: la de fundar una cátedra especializada en Ftiriología, es decir, en piojos.

      En fin, extravagancias de todo tipo. Para reír y para echarse a temblar. Una crítica despiadada de la sociedad tecnológica y del maquinismo. Todas estas extravagancias –como dije anteriormente– han sido puestas por Papini en los labios de un loco. Pero un loco no quiere decir un necio.

      5.4. Dante, los católicos y el Renacimiento

      Dante vivo es de 1933. Papini estaba convencido de que, a pesar de lo que se había escrito sobre el genio florentino (mayormente libros de profesores para sus discípulos o de críticos para otros críticos), faltaba profundizar en el alma del Dante a través de sus obras[56]. Es lo que él se proponía: hacer una interpretación del espíritu que latía, vivo, en la obra del autor de la Commedia[57]. Ya anteriormente Papini había denunciado la insuficiencia espiritual de los dantistas profesionales[58]. A muchos de ellos los comparaba a las hormigas encima de los leones: «podrán efectuar el reconocimiento de la melena, contar los pelos de la cola, pero no podrán contemplar entera, en toda su terrible majestad, a la gigantesca criatura»[59].

      Decía él, además, que para adentrarse en Dante era necesario ser católico, artista y florentino. Quien tuviera estas tres cualidades estaba en la mejor de las disposiciones para estudiar el alma del gran clásico italiano.

      En 1936 Papini fue nombrado Académico de Italia. Fue entonces cuando inició una intensa actividad en pro de las letras, participó en la confección de un vocabulario de la lengua italiana, que dirigió Giulio Bertoni. Publicó, en 1937, el primer volumen de una Historia de la literatura italiana, empresa que se vio interrumpida por sus problemas con la vista (Papini se estaba quedando casi ciego). I testimoni della Passione apareció, también, en este mismo año. Fue un año fecundo en realizaciones, ya que, gracias a Papini, Florencia tuvo un Centro de estudios para el Renacimiento.

      Precisamente cinco años más tarde, en 1942, Papini publicará una serie de artículos sobre el Renacimiento (L´imitazione del Padre. Saggi sul Rinascimento)[60]. En ellos pondrá de relieve que el Renacimiento había unido, en el seno de la civilización europea, lo que nunca más debería ya separarse: a Dios y al hombre. Si en la gótica Edad media se mortificaba al hombre para alcanzar a Dios, en el Renacimiento se ensalzaba a Dios en la misma grandeza del hombre. No se exaltaba al hombre a costa de Dios, sino en la misma grandeza del hombre, criatura salida del pensamiento y de las manos del Padre, se ensalzaba al Creador.

      El período de la II Guerra mundial que va de 1943 a 1944, Papini lo pasó, primero, en su querido Bulciano, y después en el convento de la Verna, donde llegó a ser terciario franciscano con el nombre de Fray Buenaventura. En abril de 1944, después del asesinato de Giovanni Gentile, profundamente abatido, rechazó su nombramiento de Presidente de la Academia de Italia. Y en octubre volvió a su casa de Florencia. Antes había sido huésped, durante un mes, del Obispo de Arezzo.

      5.5. Celestino VI, un Papa imaginario

      En 1947 Papini sacó a la luz sus «Cartas del Papa Celestino VI a los hombres»: una curiosa obra, en la que el autor se imaginaba un Papa, Celestino VI, supuesto sucesor del histórico Celestino V (1215-1296), el único Papa que, después de cinco meses de pontificado, abdicó por sentirse incapaz de ponerse al frente de la Iglesia (Dante en su Divina Comedia lo colocaría en el Infierno por considerarlo cobarde, a pesar de que, años más tarde, sería canonizado). Este supuesto Celestino VI, sucesor del histórico Celestino V, «fue ardiente, impetuoso, elocuente, inflamado siempre en el áureo fuego de Cristo (...) Murió mártir en los últimos días de la Gran Persecución»[61].

      Las cartas, dedicadas a los hombres «con desesperada esperanza», son un toque de atención para que cada cual desarrolle su vocación aquí en la tierra, durante los años que Dios le dé vida. Están dirigidas a personas de todos los estamentos y cargos sociales: al pueblo cristiano y a los sacerdotes, a las monjas, frailes y teólogos, a los ricos y a los pobres, a los que gobiernan los pueblos y a sus súbditos, a las mujeres, poetas e historiadores, a los hombres de ciencia y a los cristianos desunidos, a los hebreos, a los sin Cristo y a los sin Dios; en fin, a todos los hombres. La cartas recuerdan, a veces, el orden que se sigue en la «plegaria universal», recitada en la liturgia del Viernes Santo, y concluyen con una bellísima «plegaria a Dios». Si la Historia de Cristo, terminaba con una conmovedora oración al propio Jesucristo, las Cartas del papa Celestino VI son rematadas con una Plegaria a Dios, que bien merece ser releída[62].