Beatriz Carolina Peña Núñez

26 años de esclavitud


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al rey porque la materia prima serían las piedras, que se hallaban a lo largo de toda el área costanera, mientras la mano de obra no requeriría pago: “Gente hay bastante, sin que S.M. les haya de dar cosa alguna por su trabajo, que son los Negros libres, Mulatos, Zambos, Mestizos y llegarán a 6.000 hombres, poco más o menos, y mandando S.M. que en cada Partido se aliste toda su gente, con distinción de colores, podrá el Intendente o Ingeniero que con dichas fábricas corriere, señalar o arreglar el número que de ellos necesite cada Mes, para que se releven por sus turnos, pues en esta conformidad podría ser que los que trabajaren un Mes no volviesen a hacerlo otro, respecto la mucha gente, y que se acabarían en breve”; cf. Aizpurua, Curazao y la costa de Caracas, 383.

      20 Sourdis, “Los corsarios del rey”, 238.

      21 Gerardo Vivas Pineda, La aventura naval de la Compañía Guipuzcoana de Caracas (Caracas: Fundación Polar, 1998), 62-63. Estos mismos privilegios establecían que el corso de la empresa quedara “al amparo de la ordenanza de corso de 1674 […], con una amplia jurisdicción desde las bocas del Orinoco hasta Riohacha […] Los contrabandistas apresados pueden ser obligados a prestar servicio en los buques de la Compañía mientras esperan traslado e España”. Ibid., 37.

      22 Aizpurua califica la aparición de la Compañía Guipuzcoana de “el acontecimiento más importante en lo que se refiere al comercio y al contrabando (y por ello al corso) de la primera mitad del siglo” XVIII; cf. Aizpurua, Curazao y la costa de Caracas, 150.

      23 Pieter Emmer, “‘Jesus Christ was Good but Trade was Better’. An Overview of the Transit Trade of the Dutch Antilles, 1634-1795”, en The Dutch in the Atlantic Economy, 1580-1880. Trade, Slavery, and Emancipation (Aldershot: Ashgate, 1998), 100-104.

      24 Una fuente obligatoria es la Instrucción general y particular del estado presente de la provincia de Venezuela en los años de 1720 y 1721, del juez vasco Pedro José de Olavarriaga (1684-1735). Escrita por encargo de don Jorge de Villalonga, virrey del Nuevo Reino de Granada, la relación constituye un estudio exhaustivo del estado de la colonia. Uno de los asuntos que trata en profundidad es el del comercio ilícito que el autor está designado a combatir: “Los holandeses (como digo) que a justo título se pueden llamar los Mercaderes de la Europa, han reconocido desde mucho tiempo que podían sacar muchas ventajas del poco vigor que tiene el comercio de los españoles, porque como los habitantes de las inmensas provincias que pertenecen a la Corona de España en este nuevo mundo, no reciben suficientemente de España las mercancías que necesitan, estos extranjeros suplen esta falta y vienen a las costas de estas Indias en las cuales venden sus mercancías a un precio más barato que los españoles, pudiendo hacerlo mejor, por las razones que en adelante irán explicadas, y reciben en trueque los frutos de la tierra, que las son de mayor provecho, que no la plata, lo que no hacen (o a lo menos rara vez) los españoles”; cf. Pedro José de Olavarriaga, Instrucción general y particular del estado presente de la provincia de Venezuela en los años de 1720 y 1721 (Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1965), 300.

      25 Aizpurua, Curazao y la costa de Caracas, 37, 65, n. 84.

      26 Hussey, The Caracas Company, 58.

      27 Ramón de Basterra, Una empresa del siglo XVIII. Los navíos de la Ilustración. Real Compañía Guipuzcoana de Caracas y su influencia en los destinos de América (Caracas: Imprenta Bolívar, 1925), 43.

      28 Vivas, La aventura naval, 48, 54. Por cierto, Martín de Aznares, el personaje histórico central de este bello libro de Vivas, a los quince años pertenecía a la tripulación de la fragata Santa Bárbara de la empresa vasca y había realizado dos viajes transatlánticos desde Guipúzcoa hasta la provincia de Venezuela. Esta labor lo despierta temprano a la existencia de otras maniobras no propiamente navales: “la vida marinera le ha enseñado que los tripulantes de la corporación vasca navegan sobre olas alternativas de ambigüedades legales y realidades fraudulentas”. Ibid., 47.

      29 Vivas, La aventura naval, 48, 50-51.

      30 Ibid., 53.

      31 Aizpurua, Curazao y la costa de Caracas, 151-152.

      32 Linda M. Rupert argumenta que a medida que el siglo XVIII avanzaba las personas de ascendencia africana encontraban formas de incorporarse en las conexiones establecidas por el comercio furtivo, y que estas les permitían escabullir los asignados roles tradicionales de cuerpos en venta o trabajadores manuales. Estudia la participación de los sujetos de origen africano en el comercio prohibido en sí, ya por iniciativa propia, ya obligados por sus amos o enviados por sus empleadores; pero, además, señala que “los circuitos contrabandistas abrían nuevos prospectos más allá de la esfera económica”. También menciona, entre otras tareas, la de formar parte de la tripulación de embarcaciones contrabandistas; cf. Linda M. Rupert, Creolization and Contraband. Curaçao in the Early Modern Atlantic World (Athens: University of Georgia Press, 2012), 193-194. Por mi parte, añado que, en la amplitud de la esfera laboral de los hombres caribeños negros en el siglo XVIII, habría que reconocer la de servir en las naves dedicadas al combate del tráfico prohibido. Irónica y trágicamente, estos espacios contrapuestos de acción enfrentan de forma violenta a un colectivo que busca zafarse de los roles tradicionales.

      33 Archivo General de Simancas, Leg. 404, f. 69.

      34 Basterra, Una empresa del siglo XVIII, 44.

      35 Aizpurua, Curazao y la costa de Caracas, 210-211.

      36 Vivas indica cómo, al inicio de las operaciones, la Compañía Guipuzcoana se equivocaba al asumir que los contrabandistas enfrentarían a los guardacostas con embarcaciones “de mucho porte y capacidad de fuego”. En realidad, circulaban en barcos “menores como balandras, goletas y, a lo sumo, bergantines, cuyas dimensiones y poco calado les permiten huir de los corsarios a través de las ensenadas, calas y bahías poco profundas”; cf. Vivas, La aventura naval, 51.

      37 Aizpurua, Curazao y la costa de Caracas, 62-109. Véase también Ramón Aizpurua, “El comercio curazoleño-holandés, 1700-1756”, Anuario de Estudios Bolivarianos 11 (2004): 11-88.

      38 Goslinga, The Dutch in the Caribbean, 197. Cuando en 1726, los curazoleños perdieron tres navíos por acciones de los guardacostas, la reacción de Du Faij fue de gran ira. Expresó que había que “idear medios de despejar el mar, de salvaguardar el comercio de esta gentuza, y, si fuera posible, destruirlos a todos”. Ibid., 104.

      39 Celestino Andrés Araúz Monfante, El contrabando holandés en el Caribe durante la primera mitad del siglo XVIII (Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1984), 1:283-287; Camilo Riquer y Zamecoe, “El ilustre capitán de navío Gabriel de Mendinueta natural de la ciudad de Fuenterrabía”, Euskal Erria. Revista Bascongada 55 (1906): 303.

      40 Sourdis, “Los corsarios del rey”, 241.

      41 La actividad corsaria de Campuzano Polanco entre 1719 y 1731 lo convirtió en una figura muy importante. Participó “en veintisiete campañas distintas” en las que apresó unas “cincuenta embarcaciones extranjeras”. De estas, treinta y siete entraron en Santo Domingo y las otras en lugares como “Cartagena, Santa Marta, Maracaibo, Puerto Rico y la isla de Santa Cruz”. Se casó “con Melchora de Lanz y Ezpeleta, una criolla que procedía de Cartagena de Indias, hija de José Martín de Lanz y de Antonia Ezpeleta y Anaya”; cf. Ruth Torres Agudo, “Los Campusano-Polanco, una familia de la élite de la ciudad de Santo Domingo”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos (2007), acceso el 21 de julio de 2021, https://journals.openedition. org/nuevomundo/3240.

      42 Sourdis, “Los corsarios del rey”, 247-248. El viaje a contracorriente, por supuesto, era posible, pero se evitaba. Cuando el gobernador de la provincia de Venezuela, Sebastián García de la Torre, ordenó en 1731 el cierre del puerto de