Beatriz Carolina Peña Núñez

26 años de esclavitud


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relevante era la dirección del periplo de las embarcaciones que podía fortalecer un encausamiento oficial en el que otras pruebas ya indicaran la práctica del comercio furtivo. Por ejemplo, Jesse Cromwell extrae del Archivo General de la Nación de Venezuela un caso de 1760 en el que las autoridades estaban poco dispuestas a creer que Pedro Mariño de Lovera, un nativo de Coro, dueño de una goleta apresada con mercancía ilícita, estuviera incursionando por primera vez en el tráfico fraudulento. Mariño de Lovera aseguraba que había viajado a Santo Domingo para dejar a su hija allí en un convento y que en el viaje de retorno, sin otra opción económica para costearse la navegación, había tenido que embarcar contrabando. Su historia piadosa era poco fiable porque la nave había realizado varias paradas en islas del Caribe no español y porque fue arrestado en Cumaná, lugar hacia el extremo este de la costa venezolana, mientras declaraba que se dirigía a Coro, un punto completamente opuesto, al oeste (figura 1).9 Las autoridades supondrían que habría iniciado el periplo en Coro, su lugar de origen, desde donde seguiría el circuito este-oeste, que delineó el historiador Ramón Aizpurua antes citado, hacia Maracaibo, la península de La Guajira, para desde allí ascender hasta La Española, si en verdad estuvo en Santo Domingo. En su trayectoria oriental de descenso, pasaría por las islas de otras potencias extranjeras, las Antillas Menores de hoy, y seguiría la ruta hasta desembocar en el sur del Caribe, en la costa de Cumaná, donde lo arrestaron.

      Asimismo, Cromwell argumenta que, cuando los guardacostas capturaban barcos de comercio ilícito y en ellos se encontraban personas que decían ser solo pasajeras, alegando inocencia y hasta desconocimiento de que la nave transportara artículos para el trato furtivo, las autoridades de la provincia de Venezuela no les creían y las percibían como contrabandistas. Un expediente del Archivo General de Indias descubre que, en 1756, el pardo Ubaldo de Arcia, por ejemplo, viajaba con su esposa hacia Cumaná en una piragua, en busca de tratamiento para una enfermedad, cuando los guardacostas interceptaron la embarcación donde iban. Los vigilantes hallaron productos de contrabando y a nadie más que a Arcia y a su mujer en la nave. El resto de los ocupantes había abandonado la piragua. La pareja se vio en aprietos, pero el que no huyeran parece que dio pista de su inocencia. Según otro expediente del Archivo General de la Nación de Venezuela, más adelante en el siglo XVIII, Alejo Almario se hallaba en 1770 en la goleta española de Manuel Rodríguez que, cargada de cacao y pieles, fue interceptada por los guardacostas entre la Isla de Aves y Curazao. Cuando Almario declaró que él era solo un pasajero en el navío, el descreimiento oficial cayó sobre tal aseveración.10

       Figura 1. Rutas de Cartagena a La Habana. En este mapa se trazan tres trayectorias: dos directas, de Cartagena a La Habana, una de ellas por el canal del Viento, entre Cuba y La Española, y la indirecta que describe Juan Miranda: de Cartagena a Margarita y de Margarita a La Habana

      Fuente: Mapa de la autora.

      Esta desconfianza se trasluciría también del lado de los contrabandistas hacia aquellos individuos presentes en los barcos guardacostas y corsarios. La reacción de los holandeses al apresar a Juan Miranda en el María Luisa no fue la de tratarlo como un espectador o pasajero. Al llegar a Curazao, lo pusieron en prisión, donde permaneció por varios meses. Esto indica que cualquier exculpación que hubiera podido expresar de su presencia inocente en la embarcación, si es que acaso intentó o pudo articularla, no debió creerse o, al menos, se percibiría como sospechosa. No sabemos a cuántas decenas de personas capturaron junto con él, si hubo interrogatorios, y debió haberlos porque la lucha de Curazao contra los guardacostas y corsarios españoles era fiera entonces, ni tampoco qué informaron quienes lo acompañaban en aquel viaje fatídico. Los hechos objetivos son que, pese a su mocedad, no le otorgaron trato de incauto y que permaneció encarcelado hasta que Axon lo llevó a su barco. Además, aun cuando conocemos de antemano las intenciones reales del último cuando sacó al muchacho de la prisión, el mismo trato entre el capitán inglés y el mozo cartagenero da indicios de que este sabía algún oficio naval.

      ¿Qué posibilidades habría de que un adolescente mulato, como Juan Miranda, formara parte de una tripulación? Manuel Lucena Samoral afirma que los marineros de los navíos españoles que ejercían el corso en el Caribe no eran profesionales. “Se apuntaban a este oficio aventureros criollos la mayoría, entre los que se encontraban negros y mulatos”.11 Por otra parte, un testimonio de la concurrencia de hombres de piel oscura en el corso hispánico, contemporáneo a la fecha del apresamiento de Miranda en la costa venezolana, surge del extracto de una carta, escrita en la isla caribeña de San Cristóbal, el 17 de marzo de 1735, y publicada en el Pennsylvania Gazette, de Filadelfia, Pensilvania, el domingo 10 de julio de 1735. La apertura del texto, casi a manera de titular, sienta el tono condenatorio del resto del escrito. Deplora la conducta de los corsarios españoles que “continúan haciendo los estragos de siempre, con toda la crueldad y la insolencia de piratas”. La comparación borra la distancia, tan habitualmente violada por todas las naciones enfrentadas en el océano,12 aun en tiempos de paz, entre el corsario (policía del mar) y el pirata (delincuente del mar).13 El remitente británico, un corresponsal de la época, narra con pluma ácida que el 27 de febrero de 1735, “un corsario español, o más bien pirata”, persiguió una nave de Spanish Town, entonces capital de Jamaica, disparó contra ella, le destruyó el aparejo y las velas, y la hizo varar en la orilla de una isla. Los lugareños ingleses, vigilantes en la costa, sin embargo, no permitieron que los españoles tomaran la presa. En la denuncia inmediata del suceso, ante el gobierno de San Cristóbal, Lewis Soire, comandante del barco atacado, calculó que el corsario disponía de ciento veinte tripulantes y afirmó que la mayoría de estos eran negros y mulatos.14

      No solo la demanda de marineros para equipar los barcos corsarios se satisfizo con sujetos pertenecientes a grupos marginados, sino que muchos de ellos eran muy jóvenes, como demuestran las edades de otros Spanish Negroes capturados años después de Miranda, pero cuyas instancias se introdujeron ante el gobernador y la junta gubernamental de Nueva York también a mediados del siglo XVIII. De estas se tratará luego; por ahora, considérese, de entre los “negros españoles”, la edad de Hilario Antonio Rodríguez, un adolescente cubano que contaba con escasos trece años cuando fue apresado por un corsario neoyorquino en 1746.15 Se desconoce, porque no lo declara, desde cuándo estaría este muchacho ejerciendo el oficio de marinero; pero es sensato pensar que tendría, al menos, un par de años de experiencia en los navíos corsarios.

      El reclutamiento de “niños y muchachos pertenecientes a ámbitos marginales” para emplearlos, no oficialmente en el corso, sino en los buques de la real armada naval, se practicaba en España: “La escasez de marineros experimentados también se pretendió solucionar por medio de levas de niños de edades comprendidas entre los nueve y los catorce años, a los que se les destinaba para el oficio de marino desde grumetes y pajes”. Manuel Martínez explica que “en épocas anteriores al siglo XVIII existe constancia del envío de muchachos condenados a servir […] en galeras y otras embarcaciones. Sin embargo, será en este siglo cuando se realicen levas específicas para dotar de este elemento humano, a las tripulaciones de los barcos de la armada española”.16 Nuevamente, en consonancia con los años en los que nos movemos, una leva infantil “se produjo entre 1733 y 1734, cuando el marqués de Arellano, corregidor de Salamanca, remitió a La Graña a todos los niños ‘vagabundos’ de esa ciudad para ser embarcados o ser aplicados a las obras de ese arsenal”.17

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       Figura 2. Mapa de San Cristóbal o Saint Kitts, uno de Antigua en el recuadro inferior izquierdo, titulado “Het Eyland Antego”, y otro a la derecha