Por ejemplo: la envidia de un niño pequeño mirando a su madre con un nuevo niño en sus brazos es fácil de reconocer.
La envidia también provoca las identificaciones proyectivas: creer que las cualidades buenas de otra persona son las propias. De nuevo, fruto de la confusión. La envidia tiene la tendencia a establecer relaciones hostiles con un objeto bueno. Atacar a quien da satisfacción. Esto es debido a vivir en un estado mental infantil y confusional. A creerse omnipotente, idealizándose uno mismo. La envidia no tiene fin. Se podría describir como un sentimiento de insatisfacción eterna. Una voracidad que puede tener como consecuencia una acumulación de objetos echados a perder, experiencias negativas, frustrantes. Provocando más voracidad y más ansia de apoderarse de un nuevo objeto bueno para calmar la angustia interna que no para de empeorar.
¿Qué no es la envidia? Cuando los amigos cercanos nos copian actitudes nuestras de una manera repetida y sistemática. Por ejemplo: comprar una bicicleta, unos zapatos, un vestido prácticamente idénticos al nuestro.
¿De qué depende que envidiemos unos objetos u otros? ¿Por qué uno llega a envidiar? La vergüenza y la envidia se originan en las comparaciones. La envidia es producida por un sentimiento vergonzoso de inferioridad. Parece ser que la superioridad y la inferioridad vienen a ser los temas importantes ya que son los elementos claves de una lucha competitiva infantil.
¿Cómo deconstruir esta fantasía llamada envidia? En primer lugar es necesario discriminar entre los estados psíquicos buenos y malos. Realizando esta separación sin un odio excesivo. Si el odio es excesivo hace que se prolongue el estado confusional y envidioso. Si el niño no puede salvar de sus ataques destructivos al objeto bueno, no tendrá una experiencia positiva de aquel objeto y no lo podrá introyectar adecuadamente. Es decir, no tendrá un buen referente para futuras situaciones. No podrá tener el orden interno necesario para sus nuevas experiencias.
Los elementos de la envidia pueden ser modulados poco a poco pasando por diferentes espectros de intensidad. Como por ejemplo, un estado persecutorio, llegando a los celos incontrolables. Esto deja lugar a la admiración por la misma persona por la que sentimos celos e inferioridad, hasta finalmente desembocar en un estado de competencia más franca y más sana en la persona envidiada desde un principio.
¿Es sano negarse la envidia a uno mismo? Quizás nos ayudaría, siempre desde la separación del objeto, la cual nos permite confrontar mejor la realidad psíquica, aceptarla como algo que ha de ser tolerado y poder seguir viviendo. Acogerla como una forma de hacer frente a nuestros verdaderos deseos. Reflexionar sobre aquello que uno envidia. La consciencia real de aquello que se desea lleva a una situación emocional incómoda. Demanda mucha energía psíquica y una gran determinación. Hay que saber «sólo» si uno mismo está dispuesto a hacer este dantesco esfuerzo a cambio de construir el propio yo. ¿Existe mayor recompensa o un final más satisfactorio?
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