Juan XXIII

Diario del alma


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Un joven de 80 años, San Pablo, Madrid 19982;

      Roncalli M., Giovanni XIII. Nel ricordo del segretario Loris F. Capovilla, San Paolo, Cinisello Balsamo (Milán) 1994;

      Santos A., Juan XXIII, en Diccionario de los santos II, San Pablo, Madrid 2000;

      Zagheni G., La edad contemporánea. Curso de historia de la Iglesia IV, San Pablo, Madrid 1998;

      Zambarbieri A., Los concilios del Vaticano, San Pablo, Madrid 1996.

      3. Juan XXIII

      Al morir Pío XII, el cardenal Roncalli se desplazó a Roma para participar en el cónclave. El cuarto día del mismo, el 28 de octubre de 1958, a los setenta y siete años de edad, fue elegido Papa. Adoptó enseguida el nombre de Juan, el más común entre los Papas, un nombre muy querido por él, ya que así se llamaba su padre. Su edad hacía pensar en un Papa de transición y presagiaba un pontificado breve. No obstante, su pontificado fue intenso y renovador, supuso el tránsito hacia una Iglesia más abierta a la humanidad y sensible a los signos de los tiempos, y trazó senderos que sus sucesores ya no podrían ignorar. Ya en la encíclica inaugural de su pontificado dibuja las líneas maestras del mismo, proponiendo al mundo la búsqueda de la verdad, la unidad y la paz.

      La iniciativa fundamental de Juan XXIII fue, sin duda, la convocatoria de un concilio ecuménico, idea que anunció el 25 de enero de 1959. Pero ya antes había sorprendido a todos con una serie de medidas que preparaban el concilio y suponían una renovación de la Iglesia. El 17 de noviembre de 1958 nombró Secretario de Estado, cargo que llevaba vacante catorce años, al cardenal Tardini. El 15 de diciembre de 1958 elevó al rango cardenalicio a veintitrés nuevos cardenales, trece de ellos italianos, superando el número de setenta que Sixto V había establecido en 1586. Entre los nuevos cardenales estaba su sucesor en Venecia y el arzobispo de Milán, Juan Bautista Montini, que sería su sucesor en el pontificado. Al año siguiente nombró ocho cardenales más, y otros diez en 1960, entre ellos, por primera vez en la historia de la Iglesia, un japonés, Peter Tatsuo Doi, un filipino, Rufino J. Santos, y un africano, el cardenal de Tanzania, Mons. L. Rugambwa. El Papa, consciente de los nuevos y graves asuntos en el gobierno de la Iglesia, quiso con esto demostrar su universalidad y testimoniar su juventud y su vitalidad.

      El anuncio del concilio en 1959 había sido acogido con frialdad por parte de la curia, que daba por sentado que la época de los concilios había pasado, sobre todo desde la declaración de la infalibilidad del Papa. La diversidad de matices en el enfoque del Concilio entre la curia romana y los obispos se confirmó en 1962, cuando comenzó la primera sesión. Los debates desembocaron en la conclusión de que el tema central tenía que ser la Iglesia, y de que había de tratarse también de la Iglesia en el mundo. Algo que coincidía con lo que había señalado Juan XXIII en el discurso de apertura del Concilio: una orientación abierta y optimista, en desacuerdo con los profetas de calamidades, que manifestaba más el deseo de no condenar, de ayudar a los hombres con una exposición más actualizada y comprensible de la doctrina de Jesucristo. Una semana antes, Juan XXIII sorprendía a todos con una peregrinación a Loreto y a Asís, para orar allí por el éxito del concilio. Era la primera vez, desde Pío IX, que un Papa salía de la ciudad de Roma.

      El 13 de mayo de 1961 promulgó su primera encíclica, Mater et magistra, uno de los más importantes documentos de la doctrina social de la Iglesia. En este documento el Papa clarificó la misión de la Iglesia, que no es sólo atender a los fieles, sino también pronunciarse en favor de la evolución de los pueblos. Con referencias específicas a la encíclica Rerum novarum, de León XIII, el Papa indicaba las urgentes necesidades espirituales y materiales de un mundo transformado económica y socialmente, caracterizado por los desequilibrios, las discriminaciones y las injusticias.

      El ecumenismo es otra de sus grandes líneas de acción. El anuncio de la convocatoria del Concilio coincidió en el tiempo, y no de una manera casual, con la semana de oración por la unidad de los cristianos. La acogida entre las iglesias cristianas fue muy favorable, a juzgar por la cantidad e importancia de las delegaciones enviadas al Concilio como observadoras. Pero ya había obtenido buenos frutos antes de la inauguración del Concilio: el 1 de diciembre 1960 Juan XXIII recibió una visita que despertó gran interés y avivó no pocas esperanzas, habida cuenta de que era la primera que se producía desde la separación: el arzobispo anglicano de Canterbury, G. F. Fisher. El encuentro, a pesar de su sencillez y de la ausencia de contenidos de particular interés, supuso la transición de una era de hostilidad hacia una etapa de convergencia.

      A esta visita siguieron otras: seis meses después, el 5 de mayo de 1961, recibía en visita oficial a la reina Isabel II y a su esposo, el duque de Edimburgo. El moderador de la Iglesia presbiteriana de Escocia, Archibald C. Craig, fue recibido por el Papa en 1962; también recibió en audiencia al presidente de la Iglesia episcopaliana de Estados Unidos. La creación de un Secretariado para la Unión de los Cristianos fue, sin duda, un paso importantísimo en favor del ecumenismo. Al frente del Secretariado puso al cardenal Bea, jesuita, antiguo rector del Instituto Bíblico y confesor de Pío XII. Sin duda su actividad fue clave en el acercamiento entre las Iglesias e influyó decisivamente en el desarrollo del Concilio.

      En su relación con el judaísmo, Juan XXIII suprimió, en los oficios del Viernes Santo de 1959, el adjetivo perfidis atribuido a los judíos: pro perfidis Iudeis. Este simple hecho suscitó en el corazón de los judíos nuevas esperanzas para una era de comprensión y tolerancia. En junio de 1960 recibió en audiencia al representante judío Jules Isaac, al que el Papa invitó a ponerse en contacto con el cardenal Bea para futuras colaboraciones.

      El 11 de abril de 1963, Jueves Santo, Juan XXIII publicó la última y más famosa de sus encíclicas, Pacem in terris. Tenía la novedad de estar dirigida no sólo a los obispos, al clero y a los fieles católicos, sino también, y por primera vez, a todos los hombres de buena voluntad. La encíclica era una invitación a no escudarse en los egoísmos nacionales y en las rígidas posiciones y a afrontar, en un espíritu de colaboración, los problemas cruciales del hambre, de la justicia y de la paz. En la primavera de ese mismo año, y en reconocimiento a su actividad a favor de la fraternidad entre los hombres y entre todos los pueblos y por sus recientes intervenciones en el plano diplomático, le fue concedido el Premio Balzan de la Paz. El Papa donó inmediatamente la cuantía económica del premio, ciento cincuenta millones de liras, a la Fundación Premio Internacional de la Paz Juan XXIII, constituida ese mismo año con el deseo de que se establezca entre los hombres la paz con la convivencia en la verdad, la justicia, el amor y la libertad.

      La idea de la puesta al día, del aggiornamento, el propósito más claro del Concilio, está presente en todas sus actuaciones y enseñanzas. Favoreció una nueva visión de la Iglesia, visión que la dotó de un empuje y una vitalidad renovados, como servidora y amiga de los hombres, atenta a los signos de los tiempos, administradora de la misericordia divina, inspirada para su ministerio pastoral en la fraternidad y en la comunión. Hizo de la Iglesia presencia y servicio en el mundo de hoy, y acertó a hacer también de su misma persona presencia y servicio. En todos los actos de su gobierno se mostró un hombre lleno de fe y de inteligencia cristianas. Practicó siempre las obras de misericordia y afirmó, con energía y claridad, el derecho a la propiedad, al trabajo, a la educación, a la seguridad social, a la igualdad racial y al mantenimiento de la propia individualidad étnica, elementos todos de la dignidad del hombre. Testigo de dos guerras mundiales, fue un entusiasta defensor de la paz como valor supremo, de la libertad y de la independencia de los hombres y de los pueblos.

      4. Diario del alma

      Loris Francesco Capovilla, su secretario, editó y prologó, pocos meses después de su fallecimiento, Il giornale dell´anima e altri scritti di pietà, recopiló las Cartas a sus familiares y publicó la biografía de Juan XXIII. Él ha sido sin duda alguna quien más ha contribuido a conocer la persona y la espiritualidad de uno de los hombres más importantes de la historia de la Iglesia del siglo XX. Trece ediciones ha publicado San Paolo Italia de Il giornale dell´anima, la mejor lección, la más íntima y personal, del Papa bueno.

      La presente edición de Diario del alma reproduce básicamente, con pequeños retoques y ligeras reducciones de algunos párrafos, el texto original italiano, reeditado ahora por SAN