al tren periodistas y fotógrafos con sus cámaras / el tren acumula retraso por culpa de las aglomeraciones / nos pasamos el viaje manteniendo a raya a la prensa / Hirasawa está en cuclillas en el suelo / con una manta sobre la cabeza / ni habla ni duerme ni come ni bebe.
23-8-1948; 05.45: Calor y humedad / llegamos a la estación de Ueno / caos, aglomeraciones / la hora de llegada se ha filtrado a la prensa / nos esperan miembros de la Primera División de Investigaciones y agentes de la Oficina del Fiscal de Tokio / entregamos a Hirasawa a los miembros de la Primera División de Investigaciones / perdemos de vista a Sadamichi Hirasawa en medio del caos y las aglomeraciones.
[EL CUADERNO SE TERMINA AQUÍ]
Bajo la Puerta Negra, en su cámara superior, dentro del círculo mágico, ahora el detective dice:
—Eso es todo lo que a mí me concierne. Y el resto ya lo conoce. El interrogatorio y la confesión. La retractación y el juicio. La condena y la sentencia. Las apelaciones y las campañas.
»Pero no me puedo morir —continúa el detective—. No me puedo morir sin ver ejecutado a Hirasawa. Porque yo sé que él cometió el crimen. Sé que mató a aquella gente. De manera que basta de llorar. Basta de llorar por él.
»Porque esta ciudad es un cuaderno. De papel basto y escrito con un lápiz sin punta. Un cuaderno que ya está cerrado. Un cuaderno ya cerrado…
Se apaga la segunda vela.
Pero en esta ciudad de condenas, tú dices, riendo, gritando:
—¡Ya te haré llorar yo, perro! ¡Perro mentiroso y embustero!
Porque tú odias a los detectives, y odias a los perros, y todos los detectives son perros, y todos los perros detectives, de manera que empujas al suelo a este detective, a este perro, y te pones a darle patadas en la barriga y patadas en la cabeza, patadas en las mentiras y en los embustes, y luego vuelcas sus cajas y haces trizas sus cuadernos, y por último sacas tus cerillas y enciendes un fuego, les pegas fuego a sus cajas y a sus cuadernos, mientras gritas:
—¡Mentiroso! ¡Mentiroso! ¡Perro mentiroso! ¡Perro embustero! ¡Mientes! ¡Mientes!
Pero el detective se está riendo de ti, riéndose y ladrando:
—¡Fue él! ¡Fue él! ¡Y usted, usted debería darme las gracias!
Entre el humo y entre las llamas, entre dedos y pezuñas, él sigue riendo y sigue ladrando, mientras tú gritas:
—¡No fue él! ¡Yo sé que no fue él!
Pero ahora los pasados y los futuros, sus recuerdos y sus sueños, sus engaños y sus mentiras, sus voces y sus palabras, todo ha vuelto a desaparecer; la Puerta Negra, el círculo mágico vuelven a girar, a dar vueltas y más vueltas, y tú estás dando vueltas y vueltas y más vueltas,
por el aire cargado, por el aire lleno de fantasmas,
vueltas y más vueltas, y el detective ya no está.
Solamente quedan sus notas y sus palabras.
Provocándote y burlándose de ti.
De ti y de tu libro, de ese libro que no es un libro, mientras recoges tu pluma y la dejas caer, la recoges y se te vuelve a caer, arrancas y te paras, te paras y…
Aquí, bajo la Puerta Negra, en el círculo mágico de diez velas, una voz susurra, susurra desde las sombras: «Soy una Superviviente. Y tengo el mismo sueño, noche tras noche…».
Y de esas sombras sale una mujer arrastrándose hacia ti, caminando a cuatro patas, y vuelve a decir: «El mismo sueño».
—Noche tras noche, el mismo sueño…
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