amargura de las almendras, precipita desbordes escarlatas o gira en nieblas exangües de una explosión ostentosa o discreta.
Con frecuencia aparto obstáculos del enfriamiento lento y dulce que resume memorias en la oscuridad de los sentidos. Bajo mi custodia, descalzo y de puntillas el hombre regresa al fulgor confuso de la infancia: totalidad acariciada en una vuelta de hoja.
Jamás he portado guadaña en mis cosechas —ingenuidad de mentes infantiles—, me disperso con equidad entre los vivientes y mi índole es un índice arbitrario. Participo del azar y del determinismo en su pureza de contornos, aunque digan que llego al momento señalado. Si bien los amantes del materialismo afirman que jamás tuve padres, soy hija legítima y espuria de la nada, y fui su término cuando, rodeada de celestial ardor, en solo un punto y brevísimo instante escapó a su cerco destemplado.
Si mis víctimas, ya sometidas a mi espectral cuidado, llegaran a saber que existo, en realidad no existo y no tengo potestad sobre ellas.
Acompaño a las lloviznas de la soledad en su versión más cruda y adormezco la oración de los ancianos que anhelan entre mi caricia cordial inexorable. Y de modo pausado, angustio a los filósofos en sus pleitos vanos. Espantosa cumbre, destemplo y desgobierno el presente y el futuro, distorsiono la mímica del ahora, principio a mi ciudad, y vuelvo inútiles las pisadas desiertas de lo eterno, que son igual porción con el instante.
Bebo la humedad plena, hago crecer el musgo y soy decidida enemiga del recuerdo, del entendimiento y de la voluntad. Me conturba la persistencia del cabello y de las uñas, pero me conforta mirar, antes de hundirme en otra monótona aventura, las pupilas apagadas donde juegan mis turbias intenciones.
Complico y alargo los años de las multitudes, y el orden de la Creación concluye al llegar a la línea que yo u otro, que no acepto ni conozco, señalamos. Y se reanuda así el tibio vuelo por el sinfín que abre algún resquicio, un nuevo aposento, el abandonado desaliño para los huérfanos ojos.
Amparo y guía de las partes que componen el Universo, todo acaba menos yo.
(La muerte)
Ante la punzante presencia del Creador y en mudo combate, un hombre mató a su hermano, cuyo padre no nació.
Enraizados y libres, ellos no fueron perturbados por lágrima hechicera alguna y su estruendo y enojo no brotó de ambiciones mundanas, sino de la sospecha de una arbitraria preferencia divina. Sospecha que, pronto, se convirtió en helada certidumbre. Acuciada por los escasos pobladores, la discordia entre hermanos llegó a ser amargo frenesí, mofa del hastío, ajetreo ruinoso.
Manchadas sus manos en la refriega odiosa, para el asesino las puertas de la esperanza se cerraron inexorables y, en su huida sin fin, solo lo acompañaron confusión, voces broncas y el ¡ay! del abatimiento y la congoja. Y el ojo imperturbable de su imperioso fuego redujo sus contornos a soledad, misterio y sombra.
A la víctima, rústica, pobre y sencilla, que hizo más vasto el vacío de entonces, se la sepultó en el seno de su abuela que, abismada, la cobija hasta ahora.
(Caín)
Soy tan sencilla, casi rústica que al sol y a la luna me atrevo a repetir que un corazón es caracol.
Mantengo intrigados a mis lectores que se deleitan entendiendo y averiguando en las esquinas del futuro. Me divierte la diversa pasión de los niños por mis antiguas ambigüedades y nuevas analogías. Y no me arredra el bostezo torpe de los jóvenes que menosprecian la cándida invención de mi palabra.
Mis historias comprenden manuscritos del aire y ámbares parsimoniosos que, adivinos de lluvia, deambulan en los recovecos del idioma.
Yo y mis lectores vamos tomados de la palabra buscando llaves que iluminen el desierto correr de mis preguntas.
Despisto a los oyentes como espigas en los sueños oscuros que van en busca de lágrimas nocturnas entre árboles huraños.
Me es dulce la respuesta correcta, pero sufro si alguien interrumpe la alegre armonía de mi discurso. Aunque arcaica, los términos estrechos de un prematuro acierto —o equívoco— me sacan de quicio y, si esto acontece, dejo a quien me escucha con las manos vacías.
(La adivinanza)
De Adivinanzas.
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