Cástulo Aceves

Los nombres del juego


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todos los asistentes comenzaron a desnudarse.

      Al darse cuenta de lo que pasaba, Rafael sintió vergüenza. Intento salir sin que lo notarán, cuando el cuerpo desnudo de la chica, a menos de un metro de él, lo hizo paralizarse. Los hombros delicados, la línea de la columna hasta perderse en medio de las nalgas blanquísimas, las piernas estilizadas. En su arrobamiento no se dio cuenta que los demás, ya desnudos, notaban su presencia por el hecho de aún estar vestido. Los sujetos enormes que vio a la entrada, peludos y marcados de músculo por lo que pudo observar ahora, lo sujetaron y subieron al estrado. Todos hablaron al mismo tiempo, unos acusándolo de espía, de reportero, de policía. Antes de darse cuenta era empujado al grupo, que entre todos y a base de jalones empezaron a desvestirlo. No pudo defenderse. Lo último que distinguió fue que Erika se acercó y, agachándose apenas, lo dejó sin truzas. En ese momento sintió más pena de la que jamás había sentido, al mismo tiempo, una excitación como nunca había percibido al encerrarse en el baño con las revistas. Un golpe lo dejo inconsciente. Despertó desnudo en el basurero junto al bar. El regreso a casa fue una pesadilla, apenas creyó posible que nadie en su familia se diera cuenta.

      Faltan solo diez minutos para que termine la final. El equipo local había logrado un tanto al iniciar el segundo tiempo, lo que reanimo a la multitud pero deprimió a Rafael. Casi media hora ha pasado y de la esperanza se pasa a la desesperación: los locales no sólo no se acercan al marco rival, sino que ya han sido dos veces que casi reciben el gol que los mata. La tensión de la gente se refleja en un silencio que pareciera tener consistencia. Se escuchan los golpes al balón. El chico esta desesperado por verla. Su hermano le da una palmada en el hombro, ¿Ojalá se repitiera lo de hace dos semanas verdad? Rafael lo voltea a ver a los ojos, en su rostro se pinta una sonrisa.

      El joven se lanza hacia delante, pasa entre los espectadores de primera fila y de un saltó llega a la cancha. Los policías no lo ven hasta que es muy tarde, ya llega a medio campo y solo le faltan los calzoncillos. Al llegar justo al centro, se queda totalmente desnudo. El público emite gritos, abucheos y porras. En ese momento el joven piensa en su padre, en la tunda, en el hecho de estar totalmente desnudo frente a miles de personas. El miedo puede más que la excitación que le corría por las venas. Se queda paralizado. Voltea hacia la primera fila frente a él. Distingue a una Erika Roe sonriente, aplaudiéndole. Rafael levanta el brazo en forma de saludo, justo antes de recibir los cuerpos de ocho policías, que mostrándose más fanáticos del rugby que del soccer, se arrojan sobre él.

      Doom

       A Lizeth Armenta

      A través del parabrisas la ciudad se mueve a 80 kilómetros por hora, casi ha dejado de llover. JC está impaciente, sus manos se mueven en el volante. ¡Acelérale wey!, grita aunque la voz queda ahogada por los vidrios cerrados, por la canción del grupo de rock gótico, por el ruido de la avenida. Apenas distingue los vehículos. Ya son cerca de las nueve de la noche. Solo ve la fila innumerable de focos rojos frente a él y la correspondiente hilera de faros por el espejo retrovisor. El automóvil de adelante se hace al carril de la derecha, JC acelera. Las luces traseras del rebasado se mueven hasta pasar a un lado de la cabina, hasta volverse un par de puntos dorados que se alejan confundiéndose con el tráfico. JC sigue incrementando su velocidad hasta alcanzar a otro coche. Ve el reloj digital en el estéreo que esta a su derecha, lleva quince minutos, tiempo récord y, aun así, va tarde.

      Al mediodía habló con su novia. ¿Vas a venir a la feria?, dijo ella después de que intercambiaron saludos. ¿La feria?, respondió él. Sí, l-a-f-e-r-i-a, aquí están mis amigos. Pero, es que estoy trabajando, contestó JC, no puedo ir en este momento. No seas tonto, dijo TH, cando salgas, como a las 8:00 de la noche. Pero, es que tengo que terminar este trabajo, es para mañana. ¿Y no puedes pedir un día más? Sí, de poder sí puedo, pero es que no quiero empezar con retrasos y.... ¿Entonces es más importante tu trabajo que yo?, sentenció ella y JC ya no tuvo escape. Muchas veces habían discutido las prioridades. En esos momentos, oyéndola, decidió que podría darse ese lujo, al fin que una prórroga de un día no es tanto. OK, voy, dijo él para despedirse. ¡Gracias amor!, ¡Nos vamos a divertir, vas a ver! Al oír la voz tan alegre y entusiasta de TH, pensó que había tomado la mejor decisión.

      ¡Serás de hule baboso!, grita JC a un peatón que se cruzó en luz verde, llegando de un brinco al breve camellón. Éste divide la avenida en cuatro carriles que van hacia el sur y sus respectivos cuatro en dirección contraria. Mira el reloj, han pasado ya 18 minutos. ¡Chingada madre, por qué no van más aprisa cabrones!, dice en voz alta. Sus dedos se crispan en el volante, siente un ligero dolor en la base del cuello. Usualmente, cuando maneja con música tamborilea el ritmo con la mano derecha y mueve el pie izquierdo al compás de la batería. Hoy sólo balancea la cabeza ligeramente, tratando de seguir la melodía y mirando por turnos al frente y a los espejos retrovisores.

      El día en la empresa no fue de los mejores. Llamadas de clientes enojados, juntas por la situación del proyecto, peticiones de acelerar la resolución de los problemas. JC se tomó un par de aspirinas con una lata de coca-cola a media tarde. Volvió a su escritorio e intentó concentrarse. Era como si todas las cosas se enredaran en su cerebro, envueltas por los problemas sin resolver y el trabajo que tenía que entregar al día siguiente. Usualmente no tiene la obligación de quedarse horas extras, pero se había retrasado mucho. Entre otras cosas, un juego instalado en su computadora le había minado horas en el transcurso del mes. Por supuesto eso no lo sabía nadie, ni siquiera su novia. ¿Cómo decirle que por disparar a demonios y soldados en un monitor, había ido dejando trabajo que, ya acumulado, era la razón para que no se vieran? Ella seguramente se lo recriminaría.

      Luces verdes como cometas atravesando la parte superior del parabrisas, hasta que una luz roja hace frenar a todo el tráfico. JC rechina llanta: el piso mojado y la prisa. Queda a menos de medio metro del siguiente coche. ¡Chingada!, da un golpe con la mano derecha al tablero, se le acalambran los dedos. 23 minutos y contando. Allí detenido, mira hacia fuera: en la parada del camión, hay unas jóvenes de unos quince años, calcula, vestidas todas con uniforme de escuela católica. Mmm, dice él en voz baja como si pudieran escucharlo, ¡carne fresca! Una sonrisa se le escapa. Si me oyera TH me golpea. Empieza a carcajearse a plena voz, dejando que le vibre la garganta y sintiendo un ligero relajamiento en los brazos. Un claxon le señala que ya esta en verde y no ha arrancado. ¡Puta madre!, dice él regresando a su anterior neurosis, ¡bríncame imbécil! Quita con brusquedad el pie del freno, pisa el acelerador y vuelve a escucharse un rechinido de llanta.

      Eran cerca de las 7:30 de la noche y ya había respondido a todos los correos. Había dejado listo el análisis y había visto alguna información para resolver el problema que parecía más grave en el proyecto. JC empezó entonces con el reporte que debía estar al día siguiente. Sabía que no lo acabaría, pero según sus cálculos, si trabajaba hasta las 8:30 ese día, tal vez antes de la hora de la comida del siguiente, ya habría entregado todo. Una tentación de prender el juego lo hizo quedarse viendo al monitor por un momento. No, no hay tiempo. En la plática con TH, habían quedado que él llegaría a la feria y la buscaría en el área de comidas. Como a las 9.00, dijo ella. Sí, allí nos vemos, había acordado JC. Se necesitaban casi cuarenta minutos para llegar por la avenida principal, casi un cuarto de ciudad desde donde estaba. Sin embargo, había razonado él, ella estará con sus amigos y no notará el tiempo. Se propuso trabajar hasta las nueve.

      Un auto le echa las luces altas. JC había acelerado y poniendo la direccional se le había metido. Un cambio al carril de la derecha, que es en teoría más lento, le permitió rebasar. ¿Qué, cabrón? ¡Si te gustó bueno y si no también! Durante una parte del trayecto la velocidad no cambia, como si hubiera llegado a un tramo donde todos se uniformizarán. Por un momento, JC ve la escena a través del parabrisas como si fuera un monitor y todo el universo se moviera excepto él. Le gustaría tener una ametralladora o un lanza misiles en el centro de esa imagen. Poder dispararle a los coches en movimiento. Casi se imagina las explosiones luminosas y escarlatas haciendo volar llantas, despejando el camino, dejándole vía libre para que acelere a fondo.

      A las 8:15 recibió una llamada de TH ¿Ya mero vienes? Este, si, estoy