una mayor influencia sobre la persona. El príncipe o líder que conecta con el «por qué» y el «para qué» logra una mayor predisposición de sus seguidores a avanzar por la senda que les marque, al mismo tiempo que su liderazgo se hace más eficaz, puesto que logra conectar con el plano emocional.
Esto lo saben los líderes modernos, que aprovechan los avances científicos y se actualizan de forma constante. Empezar por el «por qué» y el «para qué» se considera parte esencial del éxito en las organizaciones actuales. Por qué hacemos lo que hacemos, qué motivos nos impulsan a actuar; para qué lo hacemos, qué objetivo deseamos alcanzar. Hoy en día ya no se hace nada sin contar con las emociones, de las que, al fin y al cabo, todos somos esclavos. Se busca inspirar a las poblaciones, en vez de manipularlas de forma burda y egoísta, pues, si bien ambas formas sirven para lograr influencia, con la manipulación solo se pretende utilizar a la gente para el beneficio particular.
Comunicar desde el razonamiento y el propósito marca la diferencia. Lo ideal es que el líder sea seguido por convencimiento y no por su capacidad para ejercer la fuerza, si bien en ciertas situaciones la fuerza puede ser necesaria para garantizar la cohesión del grupo.
Si lo examinamos desde una perspectiva más filosófica, vemos que cuando nos enfrentamos a un problema y no obtenemos los resultados esperados (o los que otros esperan de nosotros), se produce una crisis de valores, una falta de confianza en lo que podemos llamar «paradigma». En el fondo, para que se produzca un verdadero cambio, antes hay que modificar los parámetros de una cultura, lo que incluye transformar la manera de aprender y actuar.
Pensar que solo en el cambio está la solución, sin que cambie también el contexto histórico, social y político, es una utopía y un error. Nada cambia si no somos capaces de romper con lo anterior. Ahora bien, nunca se sabe si el cambio será a mejor o a peor, o si tan solo consiste en mirar la realidad desde otra perspectiva, para, en el fondo, no cambiar nada. En este último caso no existirá mejora, sino una «ilusión mental»: la de que las cosas, por el simple hecho de cambiar, son mejores. Pero, tarde o temprano, se descubrirá que no es así, o al menos no de forma tan incuestionable.
Tampoco debemos olvidar lo que decía Gregorio Marañón: «Las dictaduras coinciden con el surgimiento del hombre que, con una simplísima fórmula, da la solución de lo que parecía insoluble». Es el peligro de los populismos, de uno u otro signo, que tanto daño provocan en las sociedades que se dejan arrastrar por ellos de manera incauta, confiando en un cambio que será tan solo aparente o, en otros casos, a peor.
Un líder debe hacerse siempre necesario
«Todos recurrirán a él y se mostrarán dispuestos a morir en su defensa, al menos mientras se hallen lejos de la muerte de la que hablan. Pero cuando vengan los reveses de la fortuna y llegue la ocasión de ofrecer tales servicios por parte del pueblo, el príncipe descubrirá, ya demasiado tarde por desgracia, que aquel ardor era poco sincero».
«Un príncipe sabio debe comportarse en todo momento y situación de tal modo que sus súbditos estén convencidos de que lo necesitan y de que no pueden estar sin él: esta será siempre la mejor garantía de la fidelidad de los pueblos».
El comportamiento humano siempre está condicionado por la situación. ¡Qué difícil es lograr el compromiso en las malas situaciones!
Pero ese es uno de los roles del príncipe: lograr que sus ciudadanos lo necesiten para, de este modo, asegurar su fidelidad. Hoy en día entendemos esto como la necesidad de que el líder sea capaz de generar compromiso.
El compromiso representa el vínculo emocional que nos lleva a identificarnos con otra persona, con una idea o con una empresa. Compromiso significa renunciar a algo para así alcanzar mayores beneficios, además de mantener la coherencia entre nuestro comportamiento y la cultura de la que formamos parte.
En esta línea, los objetivos del pueblo, o de los seguidores de un líder, deben estar bien definidos. En la actualidad se sabe mucho más sobre los deseos humanos y los mecanismos para generar compromiso, lo que nos permite aumentar la eficacia de un equipo. Entre las variables fundamentales se encuentra la preocupación por el cometido, junto con el grado de cooperación y el deseo de velar por los demás.
El líder debe saber que muchas cosas importantes de la vida no se ven con los ojos, y que el mundo de las emociones tiene mucho que decir aquí. Es un factor determinante que ha cambiado las reglas del juego con el objeto de generar compromiso. En el siglo XVI no existía este conocimiento (y seguramente tampoco preocupación), acerca del compromiso emocional. Pero la inteligencia emocional es lo que nos distingue de las máquinas y lo que nos diferenciará de la creciente influencia de la inteligencia artificial.
Diversas pruebas para comprobar el nivel de compromiso de los empleados, según sistemas de medición Gallup, han concluido que la tasa de crecimiento de los beneficios por acción es cuatro veces superior en las organizaciones comprometidas. Hoy se considera un valor de los líderes el que se preocupen por el equipo y que sean capaces de generar el compromiso necesario.
Más recientemente se han identificado dos tipos de compromiso: el racional y el emocional. Se ha observado que las personas se esfuerzan más a partir de un compromiso emocional. En el ámbito militar sucede lo mismo: las guerras no las ganan los generales o los héroes en solitario. El factor determinante es el compromiso que haya sido capaz de generar el líder.
Las mejores cualidades del líder
«A un príncipe al que no le falta valor y habilidad, y que en vez de abatirse cuando la fortuna le es contraria sabe mantener el orden en sus Estados, tanto gracias a su firmeza como a las medidas acertadas que toma, jamás le pesará haber logrado contar con el afecto del pueblo».
Los valores del líder son fundamentales para satisfacer las necesidades del pueblo. Junto a la preparación y los conocimientos, muchas veces la diferencia entre hacer las cosas y hacerlas mejor se encuentra en el carácter del líder, en su actitud y su ánimo.
Maquiavelo mantenía la máxima del mando único, en el que nada puede reemplazar el trabajo personal del jefe. Eso sí, con un enfoque centrado en un liderazgo adaptativo, que es capaz de todo según la situación y que no rechaza emplear ninguna herramienta a su alcance.
En esta línea, el pensamiento maquiavélico establece algunos de los principios de las teorías del liderazgo que se basan en las características de las personas, si bien no tiene en cuenta la base moral o la ética cultural, que también forman parte de la naturaleza humana.
El liderazgo del príncipe debe ser reforzado por un conjunto de virtudes que le presenten a los ojos del pueblo como un dechado de cualidades y capacidades, que debe poseer de forma casi innata para ganarse la fidelidad de la ciudadanía. En este punto podemos plantearnos si el príncipe aprende a serlo o, por el contrario, si nace con unas cualidades que la buena tutela y la enseñanza conforman y que lo convierten en un auténtico líder y padre para su pueblo. El culto al personalismo es una estrategia que encontramos a lo largo de la historia, con esos gobernantes autocráticos que poseen cualidades casi divinas. Por eso, a su muerte siempre se produce un conflicto sucesorio, o al menos una crisis dentro del aparato del Estado. Dotar al príncipe de valores y capacidades sobrehumanas puede funcionar al principio, pero en poco tiempo la exageración hará merma en el liderazgo, en especial fuera de su territorio. Para mantener el liderazgo y su imagen, las reacciones contra los disidentes se convertirán en más agresivas y violentas, y se ejercerá mayor control sobre los que se queden. Ocurrió así en el culto a los líderes con base religiosa, con los libertadores de la patria o con los creadores de sistemas autocráticos, tan comunes en Asia y Oriente Medio. Europa tampoco se vio libre de esta visión en las décadas de 1920 y 1930.
Parece que la máxima de Maquiavelo no se cumple en algunas democracias occidentales, en las que da la impresión de que los que llegan a las más altas responsabilidades políticas no reúnen varias de las características citadas. Quizá sea este uno de los motivos por los que la ciudadanía desconfía tanto de sus líderes. Los políticos en algunas democracias han entrado en una fase de desprestigio, exceptuando