Alberto Abello Vives

Carnaval y fiesta republicana en el Caribe colombiano


Скачать книгу

      Una lectura con mayor detenimiento de aquellos acontecimientos ocurridos en el Cerro de la Popa la noche del 31 de enero de 1808 permite conocer también cómo, cuando el alguacil Francisco Piña y el escribano Marcos Carrasquilla se propusieron tomar la declaración de Juan de la Cruz Pérez, este se negó a comparecer alegando que gozaba de fuero militar en función de su posición como sargento segundo de la compañía de granaderos adscrita al batallón de pardos de Cartagena de Indias. Juan de la Cruz afirmaba que no estaba obligado a comparecer frente a los jueces ordinarios y que estos solo podían requerir su testimonio si así lo ordenaba su superior inmediato. Como vimos, solo rindió declaratoria ocho días después. Los argumentos puestos de manifiesto por el militar pardo para evadir el interrogatorio y, eventualmente, la condena, son asimismo reveladores en lo que respecta a la cultura política de las clases populares y la naturaleza misma de la celebración.

      Es muy posible que el significado de la música y de los bailes realizados durante la celebración de la fiesta de Nuestra Señora de la Candelaria trascendiera al de un simple espacio de ocio y entretención como sugieren las declaraciones del mismo Juan de la Cruz. Al ser cuestionado sobre si obtenía algún beneficio al permitir que se instalaran los juegos y que se organizaran la música y los bailes, este respondió que no recibía ninguna utilidad, expresó también que la fiesta tenía el propósito de honrar a la Virgen de la Candelaria y, al referirse a los motivos por los cuales había realizado la instalación de los juegos a pesar de las prohibiciones, adujo que “si lo hacía era por tonto y querer divertir al pueblo”.

      Las danzas tenían como señas particulares los movimientos polirrítmicos de diferentes partes del cuerpo, incluyendo hombros, cadera y torso. A diferencia de los bailes de salón de los peninsulares y los criollos, en los “bailecitos de tierra” había mayor interrelación de las parejas y tenían connotaciones eróticas notorias; los ritmos, por su parte, resultaban de la memoria de los esclavos y las apropiaciones y resignificaciones, de acuerdo con un nuevo entorno y la recurrencia de los sonidos de la percusión de tambores.

      La costumbre de los festejos, defendida por la población ante las autoridades, en continua negociación y resistencia, entre reglamentos para garantizar un tiempo libre y prohibiciones para impedir el desorden social, terminó creando una tradición con el correr del tiempo. La cercanía entre las celebraciones religiosas y los carnavales, por su parte, permitió el intercambio de las prácticas festivas que se retroalimentaban durante el transcurso del año.

      Estos