los viajes que realizó por Inglaterra e Irlanda aprovechó sus observaciones para ambientar las novelas que empezó a publicar a partir de 1847.
Sus dos primeros relatos, localizados en Irlanda, tuvieron una fría acogida. Tampoco tendría mucho éxito The Warden, la primera de las seis novelas de Barchester, inspiradas en la vida de esa ciudad; sin embargo, Trollope alcanzó la fama con las demás novelas de esa serie, que son las que siguen gozando de más popularidad hoy en día. La más destacada es El doctor Thorne.
Entre sus otras novelas cabe mencionar las que tratan de la vida política, tales como Phineas Redux o The Prime Minister.
La actitud que Trollope adopta ante la literatura es la de un artesano: rechaza el concepto de la inspiración espontánea e insiste en que la creación literaria es más fruto del trabajo y la constancia.
Su mejor cualidad es el extraordinario talento que posee para crear personajes convincentes, y cuya autenticidad se mantiene sin altibajos a través de sucesivas novelas. Una vez creados por Trollope, estos personajes parecen cobrar vida y evolucionar por sí solos. Las fisonomías morales de esos personajes, que son su punto fuerte, las retrata desde tres puntos de vista: por lo que hacen y dicen, por lo que dicen que hacen y dicen, y mediante comentarios humorísticos o irónicos del autor.
Estos personajes son en su gran mayoría tipos medios. Gran parte de la popularidad de las novelas de Trollope se debe a que sus lectores podían reconocerse en ellas e identificarse con los sentimientos y motivaciones de sus protagonistas.
De las seis novelas de Barchester, El doctor Thorne es la más completa. El autor describe la conmovedora historia de un honrado médico rural de sólidos principios, y su sobrina Mary. Ella se enamora de Frank Gresham, heredero de la muy hipotecada fortuna de Greshamsbury, pero Frank se ve condicionado en su elección por la necesidad de casarse por dinero para recuperar la riqueza de la familia. Las vicisitudes del amor entre Mary y Frank son contadas con la agudeza y la ironía propias del mejor Trollope.
En esta comedia de corte social, plena de humor inteligente, el autor nos introduce en las grandilocuentes familias Gresham y De Courcy, cuya ostentación sitúa a sus miembros entre las creaciones más felices y logradas del autor, al igual que la realista heredera señorita Dunstable y el deplorable Sir Roger Scatched, que suscitan muchos momentos de comicidad. El doctor Thorne aporta a ese mundo lo mejor de sí mismo: su integridad y su disponibilidad.
Trollope nos presenta un rico retrato de la vida de la clase alta en el campo a mediados del siglo XIX, con todos sus elementos, aparentemente, en su orden tradicional. Él ama ese mundo, pero sabe, también, que los entornos bellos no respetan más la felicidad humana que los sórdidos y feos. La mansión de los Gresham está llena de problemas, y el mayor de todos es la imperiosa necesidad de que el heredero haga una boda por dinero, cuando él insiste en casarse con Mary, que es ilegítima y pobre.
Mary Thorne es el tipo de mujer más valorado por Trollope —intrépida, animosa, leal y sincera—. No posee nada de valor salvo ella misma, y lo sabe. A su alrededor, giran las damas de Courcy y Gresham, en sus diversos grados de esnobismo y estupidez, y sirviendo como contraste a la gran valía y dignidad de Mary. Ella sabe amar de verdad, y eso es lo que de verdad importa.
Esta absorbente historia, es pues, una novela sobre dinero y clase y poder; sobre privilegios y riqueza versus lealtad y cálidos sentimientos, pero sobre todo, es una novela sobre la grandeza de ser fiel a los propios principios.
C. G. A.
1. Los Gresham de Greshamsbury
Antes de presentar al lector al modesto médico rural que va a ser el protagonista de esta historia, vale la pena conocer algunos pormenores en cuanto a los habitantes y al lugar en que nuestro médico ejercía su profesión.
Hay un condado al oeste de Inglaterra, no tan lleno de vida ni de tanto renombre como algunos del norte conocidos por su industria, pero que es, no obstante, muy querido por quienes lo conocen bien. Los verdes pastos, el ondeante trigo, las veredas anchas, umbrías y —añadamos— sucias, los senderos y cercas, las iglesias rurales, de color oscuro y bien construidas, las avenidas de hayas y las frecuentes mansiones Tudor, la tradicional caza, la elegancia social y el aire general de clase que lo impregna, lo han convertido para sus propios habitantes en la privilegiada tierra de Gosen[1]. Es eminentemente agrícola, agrícola en su producción, agrícola en su pobreza y agrícola en sus placeres.
Como es natural, hay ciudades en él, almacenes que guardan semillas y provisiones, donde se sitúa el mercado y se celebran los bailes, adonde regresan los miembros del Parlamento, en general —y a pesar de proyectos de reforma pasados, presentes y venideros— nombrados gracias al dictado de algún terrateniente poderoso; de donde proceden los carteros rurales y donde se localiza el suministro de caballos de posta necesarios para los visitantes. Sin embargo, estas ciudades no añaden nada a la importancia del condado, pues, con la excepción de la ciudad principal, consisten en una serie de calles vacías, carentes de actividad. Todas poseen dos fuentes, tres hoteles, diez tiendas, quince cervecerías, un vigilante y un mercado.
En realidad, la población de las ciudades no cuenta en absoluto por lo que respecta a la importancia del condado, con la excepción, como antes se ha dicho, de la ciudad principal, que es además ciudad catedralicia. Existe una aristocracia clerical, que no sería nada si no se le concediera la debida importancia. El obispo residente, el deán también residente, el arcediano, tres o cuatro capellanes y todos los numerosos vicarios y adjuntos, conforman una sociedad lo bastante poderosa como para tener peso en la aristocracia rural del condado. En otros aspectos, la grandeza de Barsetshire depende en su totalidad de sus poderosos hacendados.
Barsetshire, no obstante, no es ahora un todo como lo era antes de que el Proyecto de Reforma lo dividiera. Hay en la actualidad un Barsetshire del este y un Barsetshire del oeste, y la gente entendida en las cosas de Barsetshire declara que se puede percibir cierta diferencia de sentimientos y cierta división de intereses. El este del condado es más conservador que el oeste. Hay, o hubo, algo de peelismo[2] en este último. Por consiguiente, la residencia de magnates whig como el Duque de Omnium y el Conde de Courcy en cierto modo ensombrece y quita influencia a los caballeros que viven en las cercanías.
Es en Barsetshire del este donde nos detendremos. Cuando se contempló por vez primera la división arriba mencionada, en esos días tormentosos en que hombres bizarros combatían las reformas ministeriales, si no con esperanzas sí con valor, libró batalla más valiente que nadie John Newbold Gresham de Greshamsbury, miembro del Parlamento por Barsetshire. Los hados, sin embargo, y el Duque de Wellington[3] fueron adversos y en las siguientes elecciones parlamentarias John Newbold Gresham fue miembro sólo por Barsetshire del este.
Si era o no cierto, como se dijo en su tiempo, que le partió el corazón el aspecto de los hombres con quienes se tuvo que relacionar en St. Stephen’s[4], no nos incumbe dilucidar. Es auténticamente cierto que no vivió para ver el primer año del Parlamento ya reformado. El entonces señor Gresham no era un anciano en el momento de su muerte, y su hijo mayor, Francis Newbold Gresham, era un hombre muy joven, pero, a pesar de su juventud y a pesar de otros impedimentos que se alzaban en medio del camino para su nombramiento, y que deben relatarse, fue elegido para ocupar el cargo de su padre. Los servicios prestados por el padre eran demasiado recientes, demasiado apreciados, demasiado en armonía con el sentir de los allegados como para permitir otra elección y, de este modo, el joven Frank Gresham se halló siendo miembro por Barsetshire del este, aunque los mismos hombres que le votaron sabían que tenían motivos poco convincentes para confiar en él.
Frank Gresham, aunque entonces sólo contaba veinticuatro años de edad, era un hombre casado y padre de familia. Había elegido esposa y su elección había dado motivos de desconfianza a los hombres de Barsetshire del este. Se había casado nada menos que con Lady Arabella de Courcy, hermana del gran conde whig que vivía en Courcy Castle, en el oeste: del conde que no sólo votó a favor del Proyecto de Reforma, sino que, con infamia, había contribuido activamente a convencer a otros jóvenes nobles para que votaran igual, y cuyos nombres, por tanto, apestaban ante las narices de los incondicionales